If Josephus Acosta’s word may be taken, he tells us that in many parts of America there was no government at all : “There are great and apparent conjectures –says he– that these men –speaking of those of Peru– for a long time had neither kings nor commonwealths, but lived in troops, as they do this day in Florida, the Cheriquanas, those of Brazil, and many other nations, which have no certain kings, but as occasion is offered, in peace or war, they choose their captains as they please” ( book I, chapter 25). [1]
John Locke, On the Civil Government, 1690 (cap. VIII, “Of the Beginning of Political Societies”)
Hay conjeturas muy claras que, por gran tiempo, no tuvieron estos hombres reyes ni república concertada sino que vivían por ‘behetrías’. Como agora los floridos y los chiriguanáes y los brasiles, y otras naciones muchas que no tienen ciertos [ciertamente] reyes sino, conforme a la ocasión que se ofrece en guerra o paz, eligen sus caudillos, como se les antoja. [2]
Josef Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Sevilla 1590 (libro I, cap. 25 : “Qué es lo que los indios suelen contar de su origen”)
Autopresentación
Por mi formación profesional en antropología, tiendo a interesarme en autores e ideas que hayan contribuido a la constitución de la disciplina : me interesa una historia intelectual de mi disciplina, en particular de la participación hispana. [3] La comunidad antropológica, como todas las comunidades, tiende a interesarse en sus propios ancestros : ésa es la conclusión a que llegué cuando hice objeto de mi atención doctoral (Madrid, 1975) los manuales introductorios de la disciplina en varias tradiciones occidentales (alemana, francesa, inglesa y norteamericana). [4]
No tengo ninguna duda de que toda historia disciplinar se hace desde el presente, desde la persona y el contexto del sujeto estudioso, aunque requiera de precauciones contextualizadoras. En la historiografía antropológica, este presentismo es un virus contra el cual hay ya una vacuna de eficacia probada, que se encargó de suministrar un autor norteamericano y especialista reconocido, George W. Stocking Jr. Se trata, en esencia, de ser consciente de ello, reconocerlo meridianamente y luego, en consecuencia, luchar por obtener testimonios variados suficientes que ‘comprueben’ la idoneidad interpretativa. Es el método etnográfico –el observador trata de volver a vivir la situación del informante, en su propia lengua, contrastado oportunamente con testigos coetáneos–, libremente traducido a la historiografía.
Yo llevo tiempo estudiando literatura hispana de viajes, especialmente la que versa sobre el Nuevo Mundo, que es cuando tales testimonios sobre las sociedades diferentes fueron más valorados –por su número y variedad, su sensibilidad moral y su innovación intelectual… Lo que escribieron en nuestra lengua acerca de las nuevas ‘Indias occidentales’ y ‘orientales’ (americanas y asiáticas) algunos marinos, médicos, mineros, abogados y otros letrados de los siglos XVI-XVIII que visitaron o vivieron en estos países no sólo es lo más valioso que conservamos del problema colonial [5] sino también lo más estimado profesionalmente en la literatura ‘etnohistórica’ de esa época, hasta finales del s. XIX. En ese sentido, los posteriores escritos novo-indianos en otras lenguas se refieren normalmente a textos hispanos como su precedente clásico.
Lo vamos a ver en el caso de la Ilustración escocesa, como una de sus características. Hemos hecho poco caso en España del interés cosmopolita suscitado por esa literatura, en comparación con lo que suelen hacer vecinos nuestros (de Europa principalmente) con sus ancestros, que incluso nos dan lecciones para el necesario ‘estado de la cuestión’ de nuestra literatura de viajes. Yo aprendí de maestros y manuales norteamericanos a usar estos testimonios, como ya lo reconocí en mi tesis doctoral : lo mejor que podemos hacer es ponernos a la obra, no seguir quejándonos del supuesto poco caso que nos hacen fuera, o de la versión ‘distópica’ sobre su valor que incluso hemos asumido nosotros. Por ese camino terminamos embarrados en el tema de la ‘leyenda negra’, cuya característica nacional es ser un fenómeno singular nuestro, aunque generalmente tomado de otras tradiciones pasadas hoy prestigiosas (lo que solemos llamar ‘síndrome de Estocolmo”). Es decir, nos hace sufrir especialmente esta versión negativa de nuestro pasado porque nos la creemos : con alguna frecuencia, a veces fuimos nosotros mismos los creadores de ella, con nuestra hipersensibilidad originaria ante los juicios ajenos. [6]
A Las Casas lo nombró el emperador Carlos ‘consejero de Indias’ y no le molestaron por publicar su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), mientras que Raynal fue expulsado de Francia (1781-84) y luego de París (1784-95), por incluir a Francia en la lista de las naciones con colonia criticadas. Por su parte, Diderot ocultó su nombre al participar con Raynal en la 3ª versión (1780) de su Historia filosófica y política de los establecimientos y del comercio de los europeos en las dos Indias. [7] Su traductor al español, el primer duque de Almodóvar, debió hacer justamente lo contrario (eliminando las menciones a España) para publicar su traducción española en 1790, asimismo disimulando su nombre (Malo de Luque), y William Robertson eliminó prudentemente las colonias inglesas en su History of America (1777), publicado al año de la independencia norteamericana. Sería su hijo mayor quien añadiría póstumamente, en 1796, dos libros dedicados a la colonización inglesa de Norteamérica (libros IX y X). [8]
Hay que recordar que, si Las Casas fue consentido oficialmente en sus numerosas críticas, es porque beneficiaba a la Corona que los conquistadores –rebeldes en tierras lejanas, que ellos había ganado– perdieran su prestigio y no se alzaran contra su autoridad general, como harían poco después los hijos y herederos de Cortés o de Pizarro, cuando la Corona quiso recuperar el poder institucional en esas provincias cristianas de México o el Perú. Por eso no se consintió que Sepúlveda alabara a Cortés en obras propias (aunque era cronista real) permaneciendo en privado sus escritos contra Las Casas y, de ese modo, su Apología de la conquista (Democrates alter, por ejemplo) no vio la luz, al contrario que la crítica feroz de su enemigo Las Casas. Aunque no se manifestara finalmente el tribunal convocado en 1550 (Valladolid) por la Corona para continuar o no las conquistas, la Corona sí tomó partido entre ambos para que en 1552 se prohibiera el Democrates alter (e incluso su resumen en forma de Apología, en Roma) y se publicara en Sevilla la Brevísima relación de la destrucción de los Indias. [9] Felipe II prohibió incluso el empleo del término ‘conquista’ en la documentación oficial posterior a 1573, tras el acuerdo de la Junta Magna de 1568, en que se decide aplicar los acuerdos del concilio de Trento, organizar la documentación indiana, someter a la Iglesia secular las doctrinas, nombrar nuevos virreyes de México y Perú, etc. [10]
Que la experiencia colonial hispana en ambas Indias (orientales y occidentales) haya tenido aspectos y momentos criticables es un hecho que no hay problema alguno en admitir. En primer lugar, porque eso muestra nuestra sensibilidad moral actual. Y en segundo lugar porque fueron nuestros ancestros los primeros que lo reconocieron, y eso es otra honra, para sus herederos también. Esa libertad crítica fue consecuencia de hombres libres que mostraban su desacuerdo con los abusos, aunque muchas veces fue efecto simplemente de desavenencias personales que volvieron a darse posteriormente, al respecto de la conquista indiana (entre Cortés y Narváez en el XVI, lo que provocó la prohibición editorial de sus cartas de relación ; o posteriormente entre sus intérpretes Campomanes y Muñoz, que impidió continuar a éste su “Historia del Nuevo Mundo”).
Admiración de William Robertson hacia la historiografía americanista
Nosotros tenemos ahora más familiaridad con esos escritos en lengua hispano-portuguesa que los estudiosos especialistas en otros viajes, pero no sabemos rescatar de ese mejor conocimiento una imagen positiva : por ejemplo, nos falta aún verificar el uso generalizado y sabio que se ha hecho de nuestros escritores por parte de los ilustrados europeos. Por eso mismo, pretendo medir hoy con particular atención la relación establecida entre algunos escritores escoceses y nuestras crónicas de Indias. Me fijaré especialmente en una obra –la de W. Robertson– que reconoce desde el principio que se basa en información americana procedente de España, donde se benefició especialmente de la ayuda personal de su amigo el nuevo embajador en España, Thomas Robinson, segundo Barón de Grantham (1738-86), junto con su capellán, Mr. Waddilove. En 1771, se le envió de embajador en España, puesto que retuvo hasta el estallido de la guerra entre ambos países en 1779, por el apoyo español a los rebeldes norteamericanos en la guerra de Independencia. [11] Él mismo reconoce la trascendencia de esta conexión con los archivos españoles, en su Prefacio :
Como los principios y máximas de los españoles en la planificación de sus colonias –que han sido adoptados en alguna medida por todas las naciones– se desarrollan en esta parte de mi trabajo, servirá como una introducción adecuada a la historia de todos los establecimientos europeos en América y transmitirá dicha información con respecto a este importante artículo de política, que puede considerarse no menos interesante que curioso ... Como era de España donde tenía que esperar la información más importante con respecto a esta parte de mi trabajo, consideré como una circunstancia muy afortunada para mí cuando Lord Grantham –a quien tuve el honor de ser presentado personalmente y con cuya liberalidad de sentimiento y disposición para sentirse obligado conocí bien– fue nombrado embajador ante la corte de Madrid… y soy perfectamente consciente de que el progreso que he hecho en mis investigaciones entre los españoles debe atribuirse principalmente a que saben cuánto se interesó su señoría en mi éxito… Al comprometer al Sr. Waddilove, el capellán de su embajada, a llevar a cabo mis investigaciones literarias en España, las obligaciones que le tengo son muy grandes. Durante cinco años, ese caballero ha llevado a cabo investigaciones para mi beneficio con tanta actividad, perseverancia y conocimiento del tema al que se dirigí mi atención, que me han llenado de asombro y satisfacción. Me compró la mayor parte de los libros en español que he consultado ; y, como muchos de ellos se imprimieron a principios del siglo XVI y se vuelven extremadamente raros, la recolección de estos fue una ocupación que requería mucho tiempo y asiduidad. A su amable atención debo las copias de varios manuscritos valiosos, que contienen hechos y detalles que podría haber buscado en vano en obras que han sido publicadas. [12]
Efectivamente, con frecuencia declara el autor tener en su poder un libro, una carta o un manuscrito de apoyo. Aunque a veces oculta sus nombres por discreción periodística, lo que será denunciado en el debate posterior sostenido con el jesuita mexicano Francisco X. Clavigero, a quien replicará que ellos dos –embajador y capellán– fueron asimismo los que le comunicaron el poco valor de piezas de arte mexicanas y peruanas, depositadas en museos españoles :
Nota F : Mi información sobre las obras de arte mexicanas depositadas en el gabinete del Rey de España fue recibida del difunto Lord Grantham, embajador extraordinario de la corte de Londres a la de Madrid, y del Sr. archidiácono Waddilove, capellán de la embajada ; y fue bajo su autoridad que declaré que la armadura, mencionada en la nota, era de fabricación oriental. Como ambos estaban en Madrid en su carácter público cuando se publicó la primera edición de la Historia de América, pensé que era inapropiado en ese momento mencionar sus nombres.
Pero lo principal de su deuda con fuentes españolas, buscadas durante más de cinco años en España, fueron escritos de valor histórico, generalmente ya publicados (seguramente completados con las bibliotecas y librerías inglesas y europeas porque, a veces, cita ediciones en otras lenguas –francés, portugués, italiano, latín o inglés– [13], que no necesariamente se obtuvieron en España). Para una noticia puntual de los fondos usados, el autor incluyó un extenso “Catálogo de libros y manuscritos españoles” de una docena de páginas, donde puede comprobarse su considerable erudición hispánica, al mismo tiempo que su énfasis metodológico documentalista : sello de marca de su procedencia escocesa, directamente heredada de la escuela de Edward Gibbon, History of the Decline and Fall of the Roman Empire, publicada en seis volúmenes, 1776-1788, (a quien cita momentos antes, en la primera nota del libro). [14]
Fue un fenómeno generalizado esta curiosidad europea por obras españolas del pasado colonial, sobre todo en el momento posterior romántico, que llevó más tarde a personalidades como el embajador norteamericano Obadiah Rich a desplazarse a España, al tiempo de la venida de Washington Irving, a comprar bibliotecas enteras (la del infante don Gabriel o la de Juan B. Muñoz fueron puestas a la venta en Londres o París) que terminaron con frecuencia en bibliotecas americanas selectas : la Lenox Library y la Pública de N. York, la Widener de Harvard, o la John Carter Brown de Providence (JCBL). [15] Bibliotecas americanas que no solamente incluyen por ello en sus estatutos la imposible disgregación de sus fondos, para evitar el triste final de algunas europeas, sino que convocarán posteriormente becas para su uso por especialistas. Yo he podido disfrutar dos veces de una en ésta última de Brown, tal vez la más importante en fondos europeos de interés americano.
Es muy digno de notarse que la traducción usual de esta obra de Robertson en español, de 1840, [16] la única que todavía se ofrece al lector en línea por cortesía de la biblioteca alicantina de Cervantes virtual, no incluyó esa Bibliografía de fuentes –ofrecida al final del prefacio del autor–, a pesar del énfasis de éste en mostrar que se había documentado suficientemente con obras españolas. [17] Creo que se volvió a cometer en 1840 la misma descortesía que en los años 70 del siglo anterior, cuando no se le facilitó el acceso al archivo general de Simancas que había solicitado el autor, por medio del embajador. [18] Por error, algunos historiadores han atribuido la negativa final a su traducción, en marcha por parte de la Real Academia de la Historia, como si contuviera críticas a la conducta oficial española. [19] Como he sostenido anteriormente, creo que la razón de la ruptura ‘oficial’ con la historia americana de Robertson tuvo que ver justamente con esta crítica a la poca colaboración oficial española a la hora de ofrecer documentación de archivo. Precisamente por ello, se puso tanto interés en que Muñoz revisara todos los archivos (1779-92) para darlos a conocer y honrar los logros indianos de la administración española, y también por ello se retrasó tanto el inicio y conclusión de su escritura, dando lugar a que el clan español de amigos de Robertson lograse impedir a Muñoz el logro final, causando incluso su muerte en 1799 (tras recuperar Campomanes el control de la Academia de la Historia, ocurrida la muerte del protector de Muñoz, el malagueño ministro de Indias, marqués de Sonora). [20]
Pero el libro de Robertson no habla mal de la administración colonial española sino, tal vez, de algunos conquistadores particulares. [21] Robertson usa tanto del enfoque lascasiano como del sepulvedano, al menos a nivel de citas : de ambos conoció varias obras y en varias lenguas. [22] Y ésa es la posición –supuestamente– ‘neutral’ que adoptará luego el propio Muñoz, encargado de contestar la historia hispano-americana elaborada por parte inglesa. Hoy no es el mejor momento para contemplar la respuesta española a Robertson, aunque fue objeto de algún ensayo mío anterior, [23] pero es de reconocer que Juan B. Muñoz tomó muchas cosas de Robertson, a la hora de contradecirlo (argumentos y documentos, método y estilo literario…). No es que ‘copiara’ a Robertson, como le acusaría maliciosamente su reiterado censor el exjesuita argentino Francisco Iturri (escritor mercenario, al servicio de la empresa destructora de Campomanes), pero sí que se vio obligado –noblesse oblige– a respetar determinados cánones de la historiografía moderna, cargada de lenguaje filosófico. El principio metodológico de Robertson se basaba en un uso fiel de fuentes, que daba importancia a la documentación reunida, en este caso de procedencia hispánica. Veamos antes el sustrato documental en que se apoyaba, que no era la primera vez que llegaba a noticia inglesa.
Precedentes ingleses de la admiración de William Robertson hacia la historiografía americanista española
He dedicado algún tiempo específico a las traducciones de Acosta, desde mi visita de una semana a la British Library en 1982, con motivo del congreso americanista de Manchester (donde descubrí el famoso libro de Anthony Pagden, en su primera versión, [24] con quien terminé carteándome), hasta una muy posterior estancia cuatrimestral como becado en la JCBL (doble, en 1993 y 2002) : con un primer período dedicado en especial al tema del origen del hombre americano según Acosta y a los mapas geográficos europeos, y un segundo más documental, dedicado a las traducciones de Acosta y reproducciones de imágenes de la colección De Bry. En este segundo período hice una visita asimismo a otras bibliotecas norteamericanas : la Widener de Harvard, la del Congreso en Wash. y la Pública de N. York. Fue para mí un paraíso personal descubrir las maravillas de las bibliotecas anglófonas, donde no solo se ponían a mi alcance el mundo literario global – y, por ello, pude revisar en sus estantes obras innumerables de una misma temática o contemporaneidad– sino donde se conservaban todas las versiones originales de la obra estudiada, ausentes en bibliotecas hispanas. Comprendí entonces la impresión de Caro Baroja surgida ante las bibliotecas americanas como un mar insondable, donde sentirse perdido como un náufrago. [25]
Comparada con nuestra excesiva reserva nacional a los préstamos librescos y al acceso abierto a los estantes –lo que ocurre asimismo en otras europeas, como por ejemplo de la Universidad Libre de Berlín o la maravillosa Herzog August Bibliothek, de Wolfenbütell, que se preciaba de conservar el orden original planeado por Leibtniz– las bibliotecas anglófonas americanas se abrían al lector como si fueran una habitación familiar del lector, dejando hurgar en sus estantes a los curiosos, incluso admitiendo que le fueran prestados viejos ejemplares, en lotes masivos y por varias semanas. Sólo en la ciudad universitaria de Brown –la parte alta de la ciudad de Providence, como Cambridge lo es de Boston– había varias bibliotecas y de distintos tipos, selectas o masivas : no solo se abría a mis ojos la JCBL –tal vez la más completa de fondos americanos antiguos (europeos) en el mundo– [26] sino otras varias, producto de una manía familiar aristocrática que pobló de casas nobiliarias esta ciudad, ubicando la de Brown frente a la de John Hay, vecina inmediata, junto a otras generales de la Universidad, como la multitudinaria Rockefeller Library, donde se podía trabajar desde la madrugada hasta medianoche. En las francesas (Nationale o de la Casa de Velázquez) el acceso directo se ha ido imponiendo.
La British de Londres es más bien un tipo intermedio entre ambas, con numerosas estanterías accesibles de consulta bibliográfica, y unos fondos reservados a cualquier lector ajeno : incluso, con salas especiales para los manuscritos (como la nacional francesa o la española), donde sólo se podía usar el lápiz. [27] En ella me topé a comienzos de los 80 con las primeras traducciones de la obra de Acosta, descubriendo primeramente –sin pretenderlo– la huella en la propia colección del famoso capellán Richard Hakluyt, [28] y de su sucesor Samuel Purchas, conocido por ayudar al calvinista Theodor De Bry a reunir materiales americanos contra las colonias católicas, y por comprar materiales hispanos en París como el Códice Mendoza, incautado por piratas. [29] No nos interesa por ahora el caso particular de estos dos historiadores de la náutica inglesa, de cuyo nombre surgió en el s. XIX la Hakluyt Society, editora de numerosos viajes, hispanos e ingleses. Ellos estaban más interesados en la empresa colonial y la suerte de los viajeros que en la de los habitantes hallados en las nuevas tierras : tal vez porque las tierras ocupadas por Francia e Inglaterra no eran ocupadas por algunas sociedades ‘civilizadas’, como en el caso hispano de México y Perú. El caso que he estudiado del jesuita Acosta permite diferenciar claramente los usos de Francia e Inglaterra de este tipo de fuentes de interés etnográfico. [30]
Aunque no es el momento de dedicar atención al caso francés ni de analizar esta obra jesuita en especial, tiene interés esta comparación de su incidencia lectora en Francia para entender la reacción de la historiografía ilustrada escocesa, en el siglo siguiente. Por hacerlo corto, la obra de Acosta –titulada, como se ha citado al inicio, Historia natural y moral de las Indias (H.N.M.I., Sevilla, 1590)– es resultado de una estancia de 14 años del autor como misionero en Perú (1572-86) y de una estancia menor al año en México (1586-87), donde la Compañía de Jesús española había abierto sus primeros colegios (Perú en 1568 y México en 1572) y había sido obligada a encargarse de aceptar doctrinas de indios en forma de parroquias. Aunque llegada la última al escenario misional hispano (en el portugués de las Indias orientales y de Brasil los jesuitas llegaron un poco antes, en 1542 y 1549), la orden pronto logró organizar un aparato misional y de relatos informativos superior a las demás en organización y publicidad. En 1589 salió el primer tratado misional conocido titulado De procuranda Indorum salute (Salamanca), y para entonces ya había controlado de alguna manera los dos concilios importantes de Perú (1582-83) y México (1585) que fueron la aplicación del tridentino (donde asimismo los jesuitas se distinguieron en los decenios anteriores, aunque su fundación era reciente, 1540), e inaugurado las misiones católicas en la India, Japón y China, promoviendo un sistema de ‘acomodación religiosa’ a las sociedades paganas civilizadas. Éste suscitaría tanta discusión con las órdenes tradicionales (franciscanos, dominicos, agustinos) como en el terreno teológico el tema del libre arbitrio y la gracia, que enfrentaría a dominicos y jesuitas en las universidades católicas del s. XVII. Los jesuitas, gobernados de modo jerárquico desde Roma (diríamos que con un tipo de régimen ‘presidencialista’, donde además los ‘prepósitos’ generales –elegidos en congregación general– eran vitalicios hasta muy recientemente, como el Papa) obligaban a los superiores repartidos por el mundo a escribir cartas anuales informando de cada avance o retroceso. Estas cartas incluían noticias de problemas internos que, al modo de la administración española, [31] iban en hojas aparte por una llamada ‘vía reservada’.
Pues bien, Acosta fue informante desde su etapa de estudiante de las cosas de su colegio de Medina del Campo al general, en varias cartas cuatrimestrales latinas conservadas, y luego sería autor del primer tratado misional (Salamanca, 1589), escrito desde su experiencia peruano-mexicana y participando asimismo en el debate de la evangelización en China. Pero, sobre todo, es autor del libro ya citado H.N.M.I., que tiene la virtud excepcional de combinar un debate sobre los fenómenos naturales excepcionales para la filosofía aristotélica (por ocuparse de tierras tropicales, o ‘regiones equinocciales’ como diría Humboldt, su seguidor intelectual), y complementarlo con una explicación de las culturas superiores de México y Perú. Ya había habido varios estudios previos sobre el tema, a cargo de religiosos o abogados hispanos, pero apenas eran todavía conocidos en el resto del mundo (con raras excepciones como Cortés, Gómara, Cieza, Zárate o Fr. Jerónimo Román). Los grandes estudios previos de México hoy empleados (Motolinía, Zorita, Sahagún, Tovar…) o Perú (Las Casas, Polo Ondegardo, Arriaga…) han sido conocidos solo muy posteriormente porque no se publicaron oportunamente : algunos eran una novedad desvelada justamente con los ilustrados, a través del archivero Muñoz (el resumen español del códice náhuatl del franciscano Sahagún, o la obra de Cobo, por ejemplo). La historia de Acosta se hacía eco de su propia experiencia personal y misional, pero también de fuentes consagradas previamente como el jesuita Tovar en México y el abogado Polo en Perú ; destacaba sobre todas porque se presentaba no como un relato histórico, al uso en estos casos, sino como una interpretación filosófica, tanto de los fenómenos naturales como de los etnográficos (llamado aristotélicamente ‘historia moral’). [32]
Fue esta libertad informativa y este componente ‘filosófico’ (ambas cosas conformadas dentro de una cultura novedosa, ofrecida por la Compañía de Jesús) lo que llamó la atención en Europa y, según creo, es la clave de su traducción automática a las lenguas de entonces con circuito global (italiano, francés, alemán, latín, holandés e inglés). Antes de morir su autor en 1600, su libro había logrado dos ediciones españolas (1590, 1591), dos francesas (1598, 1600), una italiana (1596), otra holandesa (1598) y otra alemana (1600). La versión inglesa saldría en 1604 a partir de la francesa ; y la latina y alemana protestante de Frankfort [33], a cargo del empresario grabador Theodor De Bry (con 14 dibujos excelentes, no como las pocas xilografías holandesas) sale en 1601/1602 a partir de la holandesa, donde habría otra edición en 1624. La holandesa, sin embargo, tenía la originalidad de estar hecha por un experto viajero (originalmente católico), Jan Linschotten, conocedor de las misiones jesuitas asiáticas, que acompañó por ello su traducción de dibujos y notas, todos originales.
Con todo, el centro de este proceso divulgador en Europa es Francia, según creo, y es un fenómeno que merece estudiarse más. [34] Digo esto porque el francés es la lengua a la que se tradujo más en el primer momento dando lugar a cinco ediciones en 20 años (1598, 1600, 1606, 1616 y 1617), lo que significa una amplia difusión entre los lectores. Pero esta influencia al interior de Francia apenas ha podido ser detectada sino en personajes secundarios : apenas Marc Lescarbot, un intelectual viajero a las colonias francesas en el Nuevo Mundo (Nueva Francia, Acadia) ; más tarde en el escritor libertino Isaac La Peyrére (como se verá) y ya muy tardíamente en el jesuita con experiencia canadiense Joseph-François Lafitau (que escribió una obra relevante sobre los iroqueses comparados a los griegos, en 1724, que ha tenido asimismo amplia relevancia intelectual). [35] Tal vez falta por estudiar incluso la traducción de Robert Regnault, que hace un elogio magnífico del autor español [36] que curiosamente le será aplicado luego, de un modo general, siendo el heredero más conocido nuestro escritor ilustrado Jerónimo Benito Feijóo (aficionado a las letras francesas). Así de este modo encomiástico justificaba el traductor su dedicatoria personal de la obra al rey Henri IV, al mismo tiempo que se inventaba –para su propio mérito– que esta traducción suya era la única versión que quedaba de la obra, porque las demás habían desaparecido. Tal cual :
Et ce qui plus m’incitait de l’entreprendre, a esté que les Espagnols, ialoux et enuieux de ce bien, ayants fait brusler par Edict public (comme on m’a adverty puis quelque temps) tous les exemplaires de ceste histoire, a fin d’en priver les autres nations, et leur celer la cognoissance des Indes ; i’ay pensé que ie fesrois faute si ie laissois perdre à la France (si curieuse des choses rares et belles) un si riche ioyau, et un si gentille histoire. [37]
Si no fuera por la inocencia misma de la acusación (sabiendo que hay ya en la calle dos ediciones españolas y una traducción italiana), merecería pasar a la historia como muestra francesa de nacionalismo cultural, queriendo monopolizar las cosas bellas : “Francia (tan curiosa de las cosas bellas y raras)”. [38] No damos importancia al problema de si la traducción francesa permitiría prescindir del original de Acosta pero podría mencionarse, porque en dos ejemplares que hemos manejado hemos visto anotadas críticas sobre la calidad de la traducción por parte del propietario del ejemplar. [39]
Lo que nos importa ahora no es el acierto del traductor sino su eficacia internacional, no nacional : porque, a pesar de la repetida edición a comienzos del s. XVII, no hemos logrado aún percibir su incidencia dentro de Francia. Tal vez haya sido más usada para el tema de los orígenes del hombre americano que para lo que nos interesa en este momento, la conformación de una teoría de la civilización : en este sentido puede consultarse la búsqueda exhaustiva del profesor italiano Giuliano Gliozzi acerca de los logros del pensamiento libertino en Francia, en particular alrededor de Isaac La Peyrére (teórico de la existencia de un hombre preadamita, que no necesitase ser redimido del pecado original) y del debate en toda Europa sobre la procedencia externa del homo americanus entre los holandeses de dentro y de fuera, entre Jean de Laet y Hugo Grotius. [40]
Tal vez, sin embargo, podamos reconocer que debemos a esta traducción francesa reiterada su amplia difusión durante el s. XVII y XVIII en Europa. Sigamos para ello más bien la estela franco-británica, que nos parece interesante a ese respecto. Fue la versión de 1598 el vehículo usado por Linneo para leer sus numerosas alusiones botánicas [41], o la de 1600 por Robertson, [42] o incluso el propio Darwin, [43] que es la misma edición 2ª de Robertson. En general es bien interesante la influencia que tuvo esta traducción en Inglaterra, sea directamente o a través de otras obras francesas. Mi búsqueda inicial en la British L. era acerca del traductor enigmático de Acosta en la primera versión inglesa de 1604, que sabemos ahora fue Edward Grimstone (aunque su firma aparece solamente con sus iniciales E. G.). Nos explicamos que el autor –que firmaba todas sus traducciones del francés– no quisiera poner su nombre en otra del español, idioma que ignoramos lo supiera. Se sabe que, siendo joven, participó en varios enfrentamientos bélicos contra Francia, por lo que caería prisionero en el sitio de Calais (1558), quedando una temporada preso en la Bastilla, de donde se terminó fugando. Lo cierto es que aprendió francés, y terminó traduciendo varios libros de historia, entre ellos una historia de Francia [44] y otra de los Países Bajos. [45] Luego vendría una de España (The Generall Historie of Spaine), [46] pero más llamativo para nosotros es su traducción del cronista imperial sevillano Pedro Mexia [47] y, sobre todo, la de una famosa enciclopedia francesa dedicada a describir los gobiernos, ciudades y costumbres de “las cuatro partes del mundo”, como se terminó llamando su libro de 1617 “The Estates, Empires, and Principalities of the World “. [48]
En cuanto a la traducción de Acosta, es bien interesante esta intervención de Grimstone, aunque evidentemente proceda de la traducción francesa anterior de Robert Regnault : no sólo por no haber traducido nada procedente de originales españoles y por no mostrar claramente su nombre –sino en iniciales–, sino porque asume incluso el título francés de la obra. [49] De hecho, su traducción fue respetada por Locke, cuando cita al P. Acosta en 1690 ; y volvió a ser editada en 1880 por Sir Robert Clement Marckham (1830-1916), secretario y presidente de la Hakluyt Society que patrocinó la edición de numerosas fuentes hispanas del Nuevo Mundo (especialmente del Perú). Al nuevo editor su traducción le pareció creíble y verdadera (“on the whole, creditable and trustworthy”) aunque con “some omissions and ocassional blunders” en nombres y palabas nativas, que él se encargaría de corregir. Asimismo, le añadió un índice más pedagógico al que llama “Analytical table of contents”, en que desglosó el contenido de cada capítulo, y le ocupó buena extensión (pp. XXII-XLV). Siguiendo el modelo de la excelente versión española de 1792, dividió la obra originalmente unida en dos partes, la historia natural (libros I-IV) y moral (V-VII), cada una en un tomo, y le añadió numerosas notas explicativas. Nos importa que constatase el uso posterior de esta obra en los estudios de pueblos americanos :
Purchas, in his Pilgrimage, quotes largely from Acosta, in his account of the Mexican superstitions and sacrifices, and of Peruvian religious ceremonias and government. An abstract of the Natural and // Moral History is given in Harris’s voyages, and in other similar collections, and the work is much relied upon as an authority by Robertson, and by Prescott in his histories of the conquests of Peru and Mexico.
Al aludir a los “Harris’s Voyages” se refiere a la Complete Collections of Voyages en 2 tomos de 1725, de John Harris, continuada por John Campbell. Fue redactada en latín (por ello titulada asimismo Navigantium atque itinerantium bibliotheca, or, A complete collection of voyages and travels…) porque recoge otras colecciones anteriores en varias lenguas (inglés, latín, francés, italiano, español, portugués) que recogen a su vez unos 600 viajes, como se anuncia en el título. Incluso recientemente (2010) ha sido usada esta versión de Markham por la Universidad de Cambridge para volver a editar los dos tomos con la traducción de Grimstone, a pesar de existir otra traducción inglesa más moderna de 2002, acometida por la universidad norteamericana de Duke. Fue obra de la hispanista Frances López-Morillas, sobre la base de la edición mexicana del historiador Edmundo O’Gorman (que ha popularizado esta obra en el Fondo de Cultura Económica, desde 1940, en varias ediciones e impresiones). [50]
Sin embargo, considero que el esfuerzo traductor de Grimstone fue mayor cuando acometió la traducción de una colección de descripciones políticas de todo el mundo conocido, tomada de un autor francés nuevamente, Pierre d’Avity, en que se vuelve a usar la obra de Acosta. Porque en este caso se trataba de abordar no solamente el Nuevo Mundo sino todo el espacio global conocido, dentro del cual la monarquía ibérica se llevó la parte más extensa. [51] En esa enciclopedia político-moral, el papel principal lo tiene España porque a su descripción se le une el Nuevo Mundo, así como Portugal y sus respectivas colonias en África y Asia. Tiene una serie de capítulos finales que podrían llamarse de ‘historia natural y moral’, en que utiliza frecuentemente la obra de Acosta cuando trata “Of the diversities of barbarous people, and of the manner of preachinf the Gospell” (1617, pp. 266-270). Yo me atrevería a sostener que la primera expresión de la ‘teoría de los cuatro estadios” (atribuida generalmente al entorno escocés, como ya lo dio a entender un poco vagamente su estudioso Ronald Meek) [52] se expone aquí ya de un modo u otro (un poco tentativamente), cuando Grimstone intenta dar razón de la diversidad de pueblos americanos, tanto en base a su economía como su política y su religiosidad.
Nosotros elegimos solamente la parte en que Grimstone (seguramente familiarizado ya con Acosta, traducido por él hacía 10 años) se hace eco de sus tesis en cuanto a la clasificación cultural de las sociedades americanas, desde el salvaje al civilizado, pasando por el bárbaro : en lo cual coincide plenamente y le sigue casi literalmente. Deducimos lógicamente que D’Avity, de quien copia Grimstone este capítulo sobre los bárbaros americanos, ha leído una de las traducciones francesas de Acosta, además de otros textos hispanos, para conformar su doble centenar de páginas “De l’estat du Roy d’Espagne”. [53] Se trata ahora de la sección final de la parte dedicada a España, en que se ocupa del Nuevo Mundo y concluye con un “Discours en general sur le Nouveau Monde” (pp. 297-325), centrado especialmente en temas religiosos. Me refiero en particular al apartado penúltimo, que se ocupa “De la diversité des barbares et de la façon de prescher l’Evangile”. [54]
En esencia, lo que propone el autor es similar a la propuesta clasificatoria de Acosta al inicio de su tratado misional, [55] que luego transforma en su Historia de las Indias en una secuencia evolutiva que va del salvajismo a la civilización. [56] D’Avity parte de una definición de la barbarie, para luego aplicarla al Nuevo Mundo : “Les escrivains donne[n]t le nom de barbares aux peuples dont les mœurs s’eloignent de la raison et de la commune façon de vivre” (1613 : 317). Está citando al P. Acosta casi literalmente, cuando escribía en latín “Barbaros autem probati auctores eos esse definiunt, qui recta ratione et hominum communi consuetudine abhorrent”, citando a Santo Tomás, cuando comenta las epístolas de S. Pablo : “Dicitur autem aliquis barbarus… qui scilicet est extraneus a communitate hominum, in quantum ratione non regitur”. [57] Es curioso que diga a continuación que los griegos y romanos merecen más el nombre porque “ [ils] ont vescu autrement que tout le reste”, lo que vacía de sentido el axioma tomista, ligando lo normal a lo racional.
Pero, lo más interesante viene a continuación, cuando propone que “la fierté est un certaine brutalité qui a quatre degrez” (ídem, cursiva añadida). Pero entiende esta cuatripartición de una doble manera : por un lado, como era de esperar, en los términos habituales de grados de perfección. Pero, por otro lado (y creo es lo original de este autor) en términos de materias o criterios, con arreglo a los cuales se mide esa perfección moral de los pueblos (es decir, por la religión, el alimento, el vestido y la habitación). A esta pluralidad de elementos de medición, agrega a continuación otros dos criterios sumamente interesantes (el gobierno y la economía). Así que, luego de medir los pueblos que no creen en dioses hasta los que creen en uno solamente, sugiere otra cuatripartición, entre los que se alimentan de carne humana, o de otras carnes y finalmente de frutos de la tierra cultivados. En cuanto al vestido, van desde los que se visten de ropa confeccionada hasta los que van desnudos, o se pintan o decoran el cuerpo con adornos corporales. En cuanto a la habitación, van desde los cavernícolas o arborícolas, que cambian cada noche su domicilio, a los que llevan una tienda de campaña (en eso se diferencian ‘árabes’ de ‘moros’, viviendo estos en ciudades). En el caso del gobierno, los hay que viven sin jefes sino en tiempo de guerra hasta los que admiten monarcas. Al llegar a la economía es cuando me parece que preludia la teoría de los cuatro estadios :
Quant au vivre le premier art fut celui de nourrir du bestail qui a esté fort pratiqué et estimé au Peru […] L’art de filer, de titre [tisser ?] la laine, et de faire les draps premieremente pour s’habiller, puis por se parer, fut comme un reietton de l’art de la conduite des tropeaux. L’agriculture vint apres, et premierement celle qui a soin des grains, puis elle s’amusa aux fruits et aux arbres. L’architecture et le bastiment des maisson premierement de bois, puis de terre, puis de perre [pierre ?] et de marbre, dont ceux de Cuzco et de Mexique eurent cognoissance […] Le compagnon de l’Agriculture c’est la trafic par le moyen duquel nous communicons nostre bien aux autres, et tirons à nous le leur [...] du sel, de la queue, du cacao et de la canelle. Les autres arts et industries vont germant apres de main en main. Les dernieres sont les lettres, et les sciences, principalement speculatives, comme fruits de la paix, de la seurté, de l’oisiveté, et de l’abondance… (1615 : 320, cursivas añadidas)
Está clara la procedencia informativa, centrada en los dos pueblos urbanos del Nuevo Mundo (México y Perú), a los que dedicó exclusivamente su atención el P. Acosta en su Historia indiana. A Perú le dedicó particularmente su tratado misional (original de 1576, todavía sin conocer México), en cuyo proemio de 1582 justificaba la diversidad de métodos evangélicos según el grado cultural del pueblo a convertir. En particular es significativo que hiciera esta clasificación, culturalmente gradualizada, para probar la necesidad de tener varios métodos según el pueblo. A lo cual se adapta este capítulo de D’Avity, cuando prosigue tras la clasificación :
C’est pourquoy l’on ne doit manier l’affaire de la religion d’une mesme façon partout. Parmi les Cannibales devoreurs […] on doit proceder comme avec des ennemys du genre humaine […] on le doit render premierement capables et de raison et d’humanité, puis les intruire en la vertu et en la foi Chrestienne […] Aristote mesme dit que tels hommes doivent estre pris comme des bestes et domptez par forcé […] // Quelques autres n’ont besoin de force ou de violence pour estre retiré de la Barbarie ; mais plustost de conduite et d’addresse […] La conversion du Nouveau Monde a comencé par les victoires et les armes, et a esté poursuivue avec la predication […] (1613:321-322)
Pongamos inmediatamente los párrafos de Acosta, ordenados del modo que lo hace D’Avity, para mostrar su estrecho parentesco :
Neque enim de omnibus indorum gentibus eodem modo pronuntiare oportet, nisi graviter errare malimus… Iam vero tertia et extrema classis barbarorum quot hominum nationes, quot huius Novi Orbis regiones teneat, dici non potest… Hunc in primis pertinent quicumque a nostris carybes dicuntur, nihil aliud quam sanguinolentam exercentes… Hoc barbarorum genus Aristoteles attigit (Politica, I, 3), cum ferarum more capi et per vim domari posse scripsit… Hos omnes homines aut vix homines humana docere opportet, ut homines ese discant, tum puerorum more instituere… Hae gentes (humaniores et maxime politicae) … ad saluten Evangelii non aliter fere vocandae sunt quam olim ad apostolis graeci et romani coeterique Asiae atque Europae populi… ”. [58]
Reconozco que sería cosa de nunca acabar buscar las frases originales que debieron inspirar a D’Avity, no habiendo cita precisa, pero es que la idea que expresa (‘adaptación’ precisa del método misional al nivel cultural de los pueblos a evangelizar) no era muy común en esta época (apenas el tratado misional de Acosta, en su proemio, se atrevía a expresarlas, y son perfectamente reconocibles entre los estudiosos del asunto). Además, aparte la primera edición de Salamanca (1589), hubo en Colonia (1596) una segunda edición del tratado misional y estas ideas fueron reiteradas en su Historia, tantas veces editada en Francia por esos mismos años (1598, 1600, 1606, 1616 y 1617) justamente cuando salió la primera versión de D’Avity (1613, 1614, 1617, 1621). El libro de moda para ocuparse de las sociedades de México y Perú en francés, el de Acosta, reforzaba su informe con las propuestas evangélicas contenidas en su tratado misional, que servían de gran justificación a la titularidad colonial de España en las Indias, bajo el amparo de las bulas alejandrinas (obtenidas por los RR.CC. a continuación de la conquista de Granada, que fue celebrada en Roma bajo Alejandro VI, solemnemente, incluyendo una corrida de toros entre los festejos, como lo serán posteriormente victorias como la de Lepanto). Esta titularidad que amparaba el monopolio colonial era discutida incluso por los países católicos, especialmente por Francia, y los argumentos sobre el salvajismo variable de los amerindios eran estrechamente atendidos. Veamos finalmente una frase de D’Avity, copiada por Grimstone que logra recoger una idea especifica de Acosta, planteando que la diferencia cultural observada entre pueblos americanos permitía predecir la secuencia que había ocurrido entre ellos, a lo largo del tiempo :
La cinquiesme sorte de brutalité consiste au gouvernement. Car quelques uns entierement sauvages vivent sans aucune loix et sans aucuns chefs, tant en temps de paix que de guerre ; quelques autres n’ont ni des loix ni chefs en temps de paix, mais seulement aux occurences de guerre ; autres en ont en paix et en guerre, et ceux-ci se gouvernent par Republique, comme Tlaxcala et Chiololla [¿Cholula ?], ou par Monarchie, qui vie[n]t par election comme elle faisoit en la nouvelle Espagne, ou par sucession comme au Peru. Ceux-la sont Barbares qui se gouvernent selon les deux preimiers sortes.
Et certainement il faut dire qu’au Nouveau Monde les premiers habitants ont esté au commencement sans forme de gouvernement ; mais que peu a peu quelques hommes plus capables ont persuadé a leurs compatriotes de demeurer ensemble, et de le bastir quelques logis premierement de branches des arbres, puis des gros bois, et finalement de terre et de pierre. De cette mutuelle communicaton nasquirent les loix, et les arts qui sont les ornement de la vie humaine (1615 : 320-321)
Veamos ahora ese mismo planteamiento –no tan directamente como el otro, frase a frase– en el texto de Acosta que señalamos como su origen directo :
Hay conjeturas muy claras que por gran tiempo no tuvieron estos hombres reyes ni república concertada sino que vivían por « behetrías », como agora los floridos y los chiriguanaes y los brasiles ; y otras naciones muchas que no tienen ciertos [estables] reyes, sino conforme a la ocasión que se ofrece en guerra o paz eligen sus caudillos, como se les antoja. Mas, con el tiempo, algunos hombres que en sus fuerzas y habilidad se aventajaban a los demás comenzaron a señorear y mandar —como antiguamente Nembrot—, y poco a poco creciendo vinieron a fundar los reinos de Pirú y de México que nuestros españoles hallaron : que, aunque eran bárbaros, pero hacían grandísima ventaja a los demás indios. (2008 : 42-b, I:25)
Desta suerte se gobierna la mayor parte deste Nuevo Orbe, donde no hay reinos fundados ni repúblicas establecidas ni príncipes o reyes perpetuos y conocidos, aunque hay algunos señores y principales que son como caballeros, aventajados al vulgo de los demás. Desta suerte pasa en toda la tierra de Chile, donde tantos años se han sustentado contra españoles los araucanos y los de Tucapel, y otros. Así fue todo lo del Nuevo Reino de Granada, y lo de Guatemala y las islas, y toda la Florida y el Brasil, y Luzón y otras tierras grandísimas ; excepto que en muchas dellas es aún mayor el barbarismo, porque apenas conocen cabeza sino todos de común mandan y gobiernan, donde todo es antojo y violencia y sinrazón y desorden, y el que más puede ése prevalece y manda. (2008 : 212-a, VI:11)
Creo que no hemos hecho caso a esta ‘enciclopedia moral’ de D’Avity/ Grimstone a la hora de estudiar el proceso de cómo se conformó una historia conjetural de la evolución cultural, característico de la Ilustración. Por ella hemos ‘ensayado’ que los datos nuevos del pasado de sociedades menos evolucionadas del Nuevo Mundo sirvan para ‘rellenar’ los vanos informativos sobre el pasado de nuestras propias sociedades. Los datos aislados recogidos por nuestros ‘letrados’ y soldados en el Nuevo Mundo sirven aún para ‘reconstruir’ el pasado de las sociedades americanas, cuyo presente controlamos etnográficamente. Pero las reflexiones de algunos letrados especialmente dotados también permiten ‘reconstruir’ con los datos etnográficos a su disposición (propios o ajenos) el proceso de cómo se ha establecido nuestra actual ciencia antropológica y nuestra sociología política.
Aprovechando la última reflexión del P. Acosta, tomada por los dos ‘enciclopedistas’ barrocos de Francia e Inglaterra, sobre la secuencia como se han producido los grados sucesivos de organización política en el Nuevo Mundo –y, por extensión, en la Humanidad–, quiero detenerme un momento sobre la huella dejada por esta misma frase –curiosamente– en la concepción de John Locke sobre los orígenes ‘naturales’ del orden político. Son justamente esas citas con las que encabecé mi ensayo. Lo primero que cabría comentar sobre el uso político de Locke, contrario al de sus dos predecesores, es que los datos peruanos ya no le valen para definir a la sociedad política, sino a su paso previo, la sociedad que Locke llama ‘natural’. Tanto Acosta como sus lectores Avity y Grimstone distinguen en América varios grados de nivel cultural (bajo el criterio polivalente de economía, política, religión, vivienda, vestido y alimento), de manera que algunos pueblos como México, Perú –al mismo tiempo que Japón y China, fuera de Europa, pero todavía bajo el amparo común de ‘Indias orientales’– han alcanzado el nivel político, o civilizado. Pero Locke no : a él le interesa particularmente usar el precedente americano para ‘demostrar’ que cabe pensar un estado del hombre donde no hay sometimiento a ningún poder establecido, contra el argumento fundamental de sus antagonistas teóricos (creo que se trata del filósofo Filmer, contra quien escribe sus dos “ensayos sobre el gobierno civil”), en que el hombre natural siempre tuvo un sometimiento a una autoridad natural, sus padres, desde Adán y Eva. A Locke le interesa la autoridad del jesuita español, miembro de un grupo con fama de informadores sistemáticos de los filósofos ilustrados (según mostró M. Duchet, Anthropologie et histoire…), porque le permite sustentar la libertad del ciudadano por encima de un pacto político con el poder ya establecido.
No quiero detenerme más en el asunto, sino pasar directamente al caso de W. Robertson, pero dejando sentado que la Ilustración inglesa va a heredar de Locke un axioma que justifica el nombre dado a este ensayo, y es que América nunca pasó a ser considerada como ‘civilizada’. Como Locke, aunque con mucha más moderación y erudición, Robertson sigue sustentando que ni México ni Perú alcanzaron realmente el grado de una civilización, aunque cabe admitir que algunos de los criterios exigidos, y ya planteados por D’Avity, sí que permitirían concederle ese grado. Aunque no nos dé tiempo a tratarlo ahora, ese axioma de América como bárbara será asumido por un abogado norteamericano, que invierte los valores, y concede gustoso que la civilización es un fenómeno exclusivo del Viejo Mundo, incluida Asia. Pero, al haber invertido el sentido del valor, considera que la civilización es, en realidad, un retroceso, porque conlleva las desventajas del elemento que le da fundamento, y es el origen de la propiedad privada. Este prestigioso abogado se llamó Lewis Henry Morgan, enamorado de la barbarie iroquesa y de los sistemas de parentesco (de afinidad y consanguinidad, para los que estableció una encuesta alrededor del mundo), y autor de una obra en 1877 (justo 100 años posterior a la de Robertson), llamada Ancient Society, que marcaría un hito en la historia de la antropología materialista y estructuralista. Por otro lado, daría origen a una de las obras de Marx y Engels en contra del capitalismo : El origen de la familia, de la propiedad y del Estado (1884), cuando Morgan ya había fallecido. [59]
William Robertson y su uso de fuentes hispanas sobre el Nuevo Mundo
La obra historiográfica de W. Robertson es tan desmesurada en extensión, variedad y erudición que solo una enumeración de la misma llevaría un rato. Nacido en 1723, al poco tiempo del Acta de Unión de Escocia con Inglaterra, Gales e Irlanda (1704) para formar el Reino Unido de la Gran Bretaña, su vida quedó unida a las instituciones eclesiales y universitarias de Escocia, donde terminó siendo nombrado rector de la Universidad de Edimburgo y cronista real. Su consagración como clérigo presbiteriano a los 20 años, y con parroquia propia a los 22, le ató hasta el fin de sus días a la vida clerical, teniendo que encargarse como hijo mayor de una familia numerosa dejada por su padre, clérigo también y muerto en 1745.
Dedicado al estudio desde su estancia como estudiante en la Universidad de Edimburgo, dedicó su atención a la historia nacional escocesa, y su primer libro de Historia de Escocia, 1542-1603 (3 vols., que alcanza en su vida 14 ediciones) le llevó ser nombrado historiador y capellán real en 1761 y rector de la universidad en 1762. Sin abandonar su profesión parroquial ni el cargo universitario en vida, fue produciendo sendas obras en cada decenio, con el mismo éxito, incluso internacional. En 1769 sale su Historia del emperador Carlos V en 4 tomos, con un texto introductorio de gran visión filosófica : “Una visión de la historia del progreso de la sociedad en Europa desde la subversión del Imperio romano al comienzo del siglo XVI”. El éxito es doble, pues recibe una cantidad astronómica por los derechos del libro (4.500 libras), y es elevado a un rango de intelectual de audiencia europea. Cuando en 1777, al año siguiente de la independencia norteamericana, publica una History of America, dividida en 8 libros (4 vols.), ve reconocido su mérito por tres academias europeas : la de la Historia en Madrid en 1777, la de Ciencias de Padua en 1781 y la de San Petersburgo en 1783. Aunque sus obras reciben una atención editorial sostenida dentro y fuera del Reino Unido, recibe asimismo algunas críticas como la del exiliado exjesuita mexicano Francisco X. Clavijero, en una exitosa Storia antica del Messico, publicada en Cesena en 1780-81, que pronto tendrá una traducción inglesa. [60] Ya veremos que el propio Robertson se ve obligado a responder a esas críticas en sus reediciones, desde 1782, en el propio prefacio y en diferentes notas. La influencia de esa crítica ha sido estudiada por Silvia Sebastiani, [61] buena conocedora de la antropología ilustrada escocesa, que señala el hecho sorprendente de que la 3ª edición (1788) de la Encyclopaedia Britannica (llevada a cabo en Escocia) prefiere seguir a Clavijero y no a Robertson en el artículo sobre la historia antigua mexicana. Retirado éste desde 1780 de cargos oficiales, aún tiene tiempo de dedicar un libro en 1791 (dos años antes de su muerte) a la India, donde los ingleses pronto serían la única potencia ocupante. El interés de Robertson se dirige nuevamente a los tiempos antiguos : An Historical Disquisition Concerning the Knowledge Which the Ancients Had of India (1 tomo, y 2 libros). [62]
Como es lógico, nuestro interés principal en Robertson se dirige a su tercera obra, dedicada al Nuevo Mundo. Se hicieron numerosas ediciones de la misma, y se tradujo al francés, al italiano y al español, ediciones que se hallan disponibles hoy día en línea. Creo que es la más importante del autor en cuanto a repercusión internacional y, de hecho, sus tres nombramientos de académico ocurrieron inmediatamente después de esta obra. Creo que el motivo principal era el tema tratado, porque incumbía a Italia por ocuparse en el tomo I (libro II) de los viajes de Colón y otros viajeros italianos como Vespucci ; igualmente le interesaba a Rusia por agradecer su ayuda documental, traduciendo del ruso los viajes relacionados con la expedición famosa de Behring y los oficiales rusos que le acompañaron para explorar el famoso estrecho, por donde se supone accedieron los primeros habitantes americanos. Igualmente interesaba a los países americanos (del norte y del sur) por dedicar dos libros en exclusiva al estudio de sus habitantes prehispánicos (el libro IV de modo general a los habitantes más primitivos, y el VII a los dos pueblos socioculturalmente más desarrollados, Perú y México). Y, aunque a España le dedicaba prácticamente todo el libro, le afectaban especialmente a la conquista los libros V –de México– y VI –de Perú–, dejando los III y VIII para la historia de la colonización bajo los Austrias y los Borbones, los cuales eran alabados especialmente, en particular las obras de reforma –como la de Campomanes– que favorecían el libre comercio y el desarrollo de la navegación.
No vamos a ocuparnos ahora nuevamente del éxito obtenido por esta obra en el seno de la Real Academia de la Historia, cronista oficial de Indias, que llegó a traducirla inmediatamente por obra de un académico colaborador del presidente, conde de Campomanes (D. José de Guevara Vasconcelos, clérigo y doctor en Sagrada Teología, ingresado en 1770) ; ni del ejemplo que significó para su oponente Juan B. Muñoz, nombrado en 1779 nuevo cronista de Indias para emular la obra inglesa, que se propuso imitar el esfuerzo historiográfico de su parte poniéndose a reunir la mayor colección documental posible en España, en particular del Archivo General de Simancas, como había solicitado sin éxito el historiador inglés. [63] Se ha hablado mucho de la contribución escocesa al conocimiento de las sociedades americanas, y al empleo de este modelo de sociedad primitiva para construir la teoría evolutiva de los cuatro estadios (cazador, pastor, agricultor y comerciante). Se ha incluido a W. Robertson como uno de estos contribuyentes, junto con D. Smith, A. Ferguson y John Millar, con los precedentes de John Dalrymple y de Lord Kames. [64] Yo sólo me quiero ocupar de Robertson porque, por un lado, su información real sobre las sociedades americanas es superior a todos los demás, que es el punto que quiero tratar ; pero también porque, por otro lado, es quien me ha parecido que ha puesto más empeño en probar su tesis –fiel seguidora de Locke, pero con alguna discusión al respecto de parte de Adam Ferguson– de que ninguna sociedad americana sobrepasó el nivel de la barbarie. Por eso he elegido el subtítulo con que bautizó Locke el debate (In the beginnings…), aunque no he dedicado tiempo a Locke directamente, porque creo que no tenía suficiente conocimiento ni deseo de someter este axioma político propio a la prueba historiográfica.
Dedicaré el espacio que me queda a mostrar el esfuerzo historiográfico de Robertson, al que nadie parece haber dedicado la atención debida (ni siquiera quienes han discutido el asunto de su traducción española por la Academia de la Historia), y luego a sugerir que la teoría de los cuatro estadios estaba ya implícita en los textos hispanos sobre los que trabaja Robertson, en particular en el autor a quien muestra una mayor estima ‘filosófica’, el jesuita Acosta. En este apartado me centraré en su método historiográfico, y luego intentaré abordar la estrategia ‘antropológica’ usada para mostrar la incapacidad americana de acceder al nivel civilizatorio. Esta tesis suya contradice realmente a sus fuentes, pero su autoridad ha logrado que haya sido un paradigma de la antropología americana del s. XIX, aunque luego ha sido sometida a alguna discusión interna, y superada durante el s. XX.
Ya hemos mencionado el problema de la escasez documental americanista sentida por Robertson, reconocida en su prefacio, y la inculpación a las autoridades españolas de ello, por contraste con las autoridades italianas o rusas, que sí le ayudaron. Él mismo explicó que fue el embajador inglés en Madrid y su capellán quienes le compensaron esta desatención. Antes de mostrar los resultados obtenidos, debo agregar que Robertson llevó a cabo una encuesta con personalidades españolas para asesorarse documentalmente : lo que se conserva son sus cartas escritas a Valencia, nada menos que al maestro de Muñoz, el jurista Gregorio Mayans, la persona que solicitó sin éxito el cargo de cronista de Indias cuando estaba trabajando en la biblioteca real de Madrid. [65] Es curioso que los primeros consejos dados por Mayans a Muñoz fueran precisamente lo que le solicitaba Robertson, explorar los archivos oficiales de Simancas, de los que el inglés había oído hablar antes cuando escribía la historia de Carlos V. No hay muchos ejemplos durante la Ilustración de esta voluntad decidida de informarse de la situación documental española sobre el Nuevo Mundo, si se exceptúa el programa ambicioso de Humboldt, que conoció y admiró el proyecto documental planteado por Muñoz, pero lo conoció justo pocos meses antes de su muerte (julio de 1799), a su paso por Madrid para visitar el Nuevo Mundo por 5 años (1799-1804). Justamente Humbold fue consultado a su regreso a Francia por el editor francés de la obra de Robertson, para revisar la misma, y se sabe su opinión por cartas a él dirigidas. Es muy interesante que recriminase a Robertson por no apreciar las muestras artísticas de la civilización mexicana y por no creer a los informantes religiosos españoles, a quienes conocía tanto. Otro ejemplo de esfuerzo sistemático de información documental hispana sobre el Nuevo Mundo, a mediados del s. XIX, es el del historiador norteamericano William Prescott, que se pronuncia favorablemente sobre la civilización mexicana y peruana en sus respectivas historias de la conquista (1843 y 1847), y que en carta conservada agradece precisamente a Humboldt el haberse decidido finalmente a creer en la documentación hispana. [66]
En todo caso, un recuento del catálogo de libros y manuscritos españoles ofrecido en su Prefacio nos deja una impresión abrumadora de la información obtenida. Había logrado encontrar 15 nuevos manuscritos, 7 del s. XVI y 4 del XVII. Su información de libros de viaje ofrecidos en colecciones es suculenta, llegando a unas 45 fuentes : sobre todo la de los viajes y relaciones del s. XVI en italiano, de Ramusio (19 fuentes), y del académico español González Barcia a mediados del s. XVIII (11). El resto son libros antiguos del s. XVI (23), que aumentan en el XVII (72) y el XVII (100), escritos en español fundamentalmente. De los 272 textos logrados en total, en 6 lenguas, la mayoría están en español (182), y el resto en latín (33), italiano (20), inglés (16) francés (12) y portugués (9).
De algunos autores posee varios ejemplares, y a veces el mismo en dos lenguas, por ejemplo, los de Herrera, Casas, Sepúlveda, Acosta, Solórzano, Pedro Mártir, Ercilla, Ulloa… Es evidente su curiosidad por las lenguas aborígenes (3 vocabularios de lengua mexicana, 1 de un idioma brasileño en portugués, otro del maya y otro del tagalo filipino). Asimismo, le interesan mucho los temas de náutica, cosmografía e historia natural. Esto incluye muchos tratados arbitristas de economía ilustrada, entre ellos dos de Campomanes. Pero eso no quita que no sea aficionado a la poesía (he contado hasta 8). En cuanto a la procedencia religiosa, está bien provisto de textos jesuitas : varios sobre la expulsión, y algunas obras individuales del XVI (Acosta, 4 obras : 2 de la historia, una en francés, y 2 del tratado, ambas latinas), del XVII (Acuña, Arriaga, Avendaño, Mariana, Ovalle, Pérez de Rivas y Antonio Ruiz) y del XVIII (Casani, Gumilla y Lozano). Ya es un detalle significativo que admita responder sobre la historia de México a Clavijero. Llega a incluir ilustraciones de procedencia mexica, con dibujos originarios del códice Mendoza, de la Relación de Michoacán.
Es evidente la admiración que tiene hacia algunos textos. De algunos llega a dudar si su testimonio está bien informado o hay alguna pasión en uno u otro sentido, a favor o en contra de la sofisticación cultural amerindia, que es algo que siempre está dispuesto a discutir. Menos de Acosta, a quien recurre reiteradamente, en busca de confirmación de datos de historia natural o moral. En Garcilaso naturalmente tiene mucha fe, lo que no desaparece hasta el s. XIX en la historiografía americanista, pero con frecuencia se apoya en Acosta para confirmar a Garcilaso : así, al hablar de los quipus peruanos en el libro VII (en la nota XIX) ; en el cómputo del tiempo en nota XLIV, referido a Clavijero ; sobre la duración de las monarquías incaicas (n. LX) ; en la descripción de las ruinas de Cuzco, donde Acosta tomó medidas exactas, en pies (n. LXIII) ; en el modo de explotar las minas peruanas de oro (n. XC), etc. En nota LIX, p. 316 del libro II, hablando del maíz que Acosta describe ausente de Cuba, confiesa que debe ser verdad, aunque es raro, porque se trata de “Acosta, one of the most accurate and best-informed writers concerning the West Indies”. Pero hay una vez, al menos, en que destaca a Acosta entre todos los intelectuales que han dejado obras de valor científico, que solían ser eclesiásticos regulares :
The highest ecclesiastical honours, as well as the most lucrative preferments in Mexico and Peru, are often in the hands of regulars ; and it is chiefly to the monastic orders that the Americans are indebted for any portion of science which is cultivated among them… Some of them, though deeply tinged with the indelible superstition of their profession, have published books which give a favourable idea of their abilities. The natural and moral history of the New World, by the Jesuit Acosta, contains more accurate observations, perhaps, and more sound science, than are to be found in any description of remote countries published in the sixteenth century. (1840, History of the America, Book VII, “Character of ecclesiastics in Spanish America… the regular”, p. 363, cursivas añadidas)
Hay un momento en que trata a Acosta de filósofo en el campo meramente científico de la historia natural, tout court, en el libro IV, nota XXXI, correspondiente a la p. 242 :
Acosta is the first philosopher, as far as I know, who endeavoured to account for the different degrees of heat in the old and new [421] continents, by the agency of the winds which blow in each. Hist. Moral. etc. liv. ii. et iii. M. de Buffon adopts this theory, and has not only improved it by new observations, but has employed his amazing powers of descriptive eloquence in embellishing and placing it in the most striking light. Some remarks may be added, which tend to illustrate more fully a doctrine of much importance in every enquiry concerning the temperature of various climates.
El uso filosófico de las crónicas de Indias por parte de William Robertson
La estrategia propuesta por Acosta para interpretar la historia de los pueblos americanos era diferente : le interesaba saber si se trataba de un asunto bíblico o no. Evidentemente, en lo que respecta a interpretar el origen de la humanidad americana no podía hacer caso a las tradiciones míticas, que afirmaban haberse originado desde el principio en tierra americana. Como la Biblia establecía un origen común antes del diluvio universal, el jesuita proponía buscar este origen en el Viejo Mundo, y sugerir que posteriormente habían llegado a tierras americanas, seguramente por vía terrestre (que se sospechaba que había sido por el norte o por el sur). Contrariamente a lo que se suele suponer, Acosta estaba más inclinado a un paso por el sur, dado que sabía por las expediciones al Estrecho de Magallanes que esta tierra extrema meridional era habitada, y había islas cercanas en el polo antártico. La temperatura y el conocimiento de las tierras septentrionales no eran tan positivos en este sentido, como luego se ha ido comprobando. Además, como se habían hallado islas numerosas en el pacífico meridional tras el viaje de Magallanes y otros posteriores realizados en busca de Filipinas hacia los años 1560, no costaba nada al jesuita imaginar que la vía meridional externa al Nuevo Mundo era un camino terrestre posible de arribo prehistórico.
Sin embargo, las tradiciones mexicanas y peruanas sobre sus tiempos antiguos (ñaupa pacha, “en aquellos tiempos”) sí eran válidas para imaginar cómo se había producido la evolución del Viejo Mundo en tiempos antiguos. Eso es lo que propuso Acosta al final del libro I y en otros capítulos de la historia moral (es decir, en el libro VI y VII, donde se hace la historia política respectiva del Perú y México antiguos). Basta recordar a este respecto la frase que tomaron de él D’Avity y Locke sobre los orígenes ‘naturales’ de las sociedades andinas, antes del gobierno incaico :
Pero cosa es mejor de hacer desechar lo que es falso del origen de los indios que determinar la verdad. Porque ni hay escritura entre los indios ni memoriales ciertos de sus primeros fundadores. Y, por otra parte, en los libros (de los que usaron letras) tampoco hay rastro del Nuevo Mundo, pues ni hombres ni tierra ni aún cielo les pareció a muchos de los antiguos que [no] había en aquestas partes, y así no puede escapar de ser tenido por hombre temerario y muy arrojado el que se atreviere a prometer lo cierto del primer origen de los indios, y de los primeros hombres que poblaron las Indias. Mas así, a bulto y por discreción, podemos colegir de todo el discurso arriba hecho que el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco hasta llegar al Nuevo Orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos alguna navegación ; y que éste fue el orden de venir, y no hacer armada de propósito ni suceder algún grande naufragio. (Libro I, cap. 24)
Saber lo que los mismos indios suelen contar de sus principios y origen no es cosa que importa mucho, pues más parecen sueños los que refieren que historias. Hay entre ellos comúnmente gran noticia y mucha plática del diluvio… Lo que los hombres doctos afirman y escriben es que todo cuanto hay de memoria y relación destos indios llega a cuatrocientos años, y que todo lo de antes es pura confusión y tinieblas, sin poderse hallar cosa cierta…
Haciendo yo diligencia para entender de ellos de qué tierras y de qué gente pasaron a la tierra en que viven, hallelos tan lejos de dar razón de esto que antes tenían por muy llano que ellos habían sido criados desde su primer origen en el mismo Nuevo Orbe donde habitan : a los cuales desengañamos con nuestra Fe, que nos enseña que todos los hombres proceden de un mismo hombre. Hay conjeturas muy claras que por gran tiempo no tuvieron estos hombres reyes ni república concertada, sino que vivían por « behetrías », como agora los floridos y los chiriguanaes y los brasiles ; y otras naciones muchas que no tienen ciertos reyes, sino conforme a la ocasión //p. 84// que se ofrece en guerra o paz eligen sus caudillos, como se les antoja. Mas, con el tiempo, algunos hombres que en sus fuerzas y habilidad se aventajaban a los demás comenzaron a señorear y mandar —como antiguamente Nembrot—, y poco a poco creciendo vinieron a fundar los reinos de Pirú y de México que nuestros españoles hallaron : que, aunque eran bárbaros, pero hacían grandísima ventaja a los demás indios. Así que la razón dicha persuade que se haya multiplicado y procedido el linaje de los indios por la mayor parte de hombres salvajes y fugitivos. (I, 25, cursivas nuestras) [67]
Tenemos aquí algunos elementos que van a estar presentes, a partir de entonces, en todos los planteamientos llamados de la ‘historia conjetural de los cuatro estadios”, que pasa por haberse engendrado en la Ilustración escocesa y, particularmente, en las indagaciones americanistas de Robertson. Veamos lo que comparten Acosta y Robertson a este respecto, para delimitar un poco la discusión sobre el origen y sobre las características y argumentos de la teoría así llamada :
(A) Por un lado jugamos con las historias de la antigüedad a nuestra disposición (en el s. XVI sobre todo bíblicas, en las que se suponía una limitada antigüedad de unos 4000 años), a las que se somete a la ‘falsación’ de probabilidades fácticas (situación de tierras conocidas vecinas al Nuevo Mundo, viajes por mar improbables, nivel cultural comparado de aquellos pueblos, parecidos entre estos pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo…)
(B) Por otro, ante la ausencia de datos del Viejo Mundo sobre estadios tempranos (antes de la escritura, la propiedad, la agricultura, la ciudad…), usamos para su reconstrucción los datos de los pueblos americanos, a los que providencialmente los europeos hallan en ‘grados’ diversos de desarrollo histórico. Estos pueblos tienen ‘historias míticas’ con relación a su propio pasado, que las crónicas de Indias –y, en particular, el P. Acosta– recogen y usan para establecer una relación interna de ‘sucesión’. En el caso concreto de la historia bíblica, por ejemplo, se toma el caso del héroe Nembrot, para ‘generalizar’ el modo en que un pueblo pasa de un estadio a otro (“sus fuerzas y habilidad”).
(C) La suma de noticias etnográficas sobre estos pueblos diferentes de Europa se someten a una ‘tipología’ (sea de la antigüedad del Viejo Mundo o del Nuevo), de modo que podamos jugar ya con casos-tipos, con los cuales poder definir cuándo se trata de un estadio diferente, o de una variante del estadio-tipo. Así, por ejemplo, el estatuto de caníbal (palabra derivada de ‘caribe’, pueblo antillano diferente a los arawacos, pueblos pacíficos vecinos sobre los cuales ejercieron el canibalismo) se construye a partir de la etnografía particular de este pueblo concreto. El estadio de ‘bárbaro’ lo tomamos de la imagen estereotipada que los griegos y romanos se hicieron de sus vecinos, invasores periódicos (‘bár-baro’ o ‘ber-eber’, como ‘hoten-tote’, nos indica simplemente una ‘foraneidad’ lingüística, porque al pronunciar nuestra lengua estos pueblos tartamudean).
(D) Finalmente, el criterio taxonómico para definir un estadio debe basarse en parámetros determinados que ya vimos, al hablar de la enciclopedia de Pierre D’Avity (1613), que eran numerosos y tentativos (religión, economía, política, vivienda, alimento, vestido…). Al definir un estadio, se supone que estos parámetros diversos elegidos se modifican simultáneamente. Es lo que solemos llamar ‘variaciones concomitantes’, en términos sociológicos.
En el caso de Acosta, y tomando tal vez el modelo de las propias historias míticas mexicanas y peruanas sobre sus antepasados, la definición del estadio primero de salvaje se define de este modo tentativo, usando un caso que permita ser ‘generalizable’, con ayuda de los datos de otros pueblos conocidos :
//p. 453// Los antiguos y primeros moradores de las provincias que llamamos Nueva España fueron hombres muy bárbaros y silvestres que sólo se mantenían de caza, y por eso les pusieron nombre de chichimécas. No sembraban ni cultivaban la tierra ni vivían juntos, porque todo su ejercicio y vida era cazar, y en esto eran diestrísimos. Habitaban en los riscos y más ásperos lugares de las montañas viviendo bestialmente sin ninguna policía, desnudos totalmente. Cazaban venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos monteses, pájaros y aún inmundicias como culebras, lagartos, ratones, langostas y gusanos : y desto y de hierbas y raíces se sustentaban. Dormían por los montes en las cuevas y entre las matas. Las mujeres iban con los maridos a los mismos ejercicios de caza dejando a los hijuelos colgados de una rama de un árbol, metidos en una cestilla de juncos bien hartos de leche hasta que volvían con la caza. No tenían superior ni le reconocían, ni adoraban dioses ni tenían ritos ni religión alguna. Hoy día hay en la Nueva España d’este género de gente, que viven de su arco y flechas, y son muy perjudiciales porque para hacer mal y saltear se acaudillan y juntan, y no han podido los españoles por bien ni mal, por maña ni fuerza, reducirlos a policía y obediencia : porque, como no tienen pueblos ni asiento, el pelear con éstos es puramente montear fieras, que se esparcen y esconden por lo más áspero y encubierto de la sierra. Tal es el modo de vivir de muchas provincias hoy día en diversas partes de Indias.
Quieren decir que destos mismos eran los que en la Nueva España llaman otomíes, que comúnmente son indios pobres y poblados en tierra áspera ; pero están //p. 454// poblados y viven juntos y tienen alguna policía, y aún para las cosas de cristiandad los que bien se entienden con ellos no los hallan menos idóneos y hábiles que a los otros, que son más ricos y tenidos por más políticos. Viniendo al propósito, estos chichimécas y otomíes —de quien se ha dicho que eran los primeros moradores de la Nueva España— como no cogían ni sembraban dejaron la mejor tierra y más fértil sin poblarla, y ésa ocuparon las naciones que vinieron de fuera : que, por ser gente política, la llaman nauatláca —que quiere decir « gente que se explica y habla claro »— a diferencia de esotra bárbara y sin razón.
(Libro VII, cap. 2 : De los antiguos moradores de la Nueva España, y cómo vinieron a ella los nauatlácas).
Perdonen la extensión de la cita, pero era necesario no amputarla para percibir con detalle cómo se construye un modelo de tipo cultural con valor evolutivo general, a partir de noticias puntuales de pueblos presentes diferentes mencionadas en las historias tradicionales propias de sus herederos, los habitantes de las ciudades del valle central mexicano (Tenochtitlan, Tezcoco, y Tlacopan). Como se ve, Acosta ha puesto énfasis ahora no en la historia bíblica, [68] sino en la historia que los propios mexicanos le dictan a sus entrevistadores religiosos, en su propia lengua, y que constituirá la base de los famosos códices mexicanos que el jesuita ilustrado Clavijero acusará a Robertson de ignorar, a la hora de no concederles un estatuto civilizacional.
Acosta se trajo a Europa el famoso códice Tovar, con dibujos y narración histórica literal que hemos mostrado en nuestra edición, y que se conserva en una biblioteca norteamericana, la JCBL, biblioteca que la compró, a su vez, de un anticuario inglés (Mr. Phillips), el cual la compraría como uno de los muchos libros antiguos que salieron de España tras las guerras napoleónicas, llevados por fuerzas francesas o inglesas. Tiene el mismo origen que el famoso Códice Mendoza, robado por piratas franceses y llevado a Londres desde Paris por Samuel Purchas, de que se hace eco reiterado Robertson. Ahora nos importa el uso dado a estos códices por intelectuales del s. XVI como Acosta, del s. XVII como D’Avity, o del s. XVIII como Robertson. Ellos seleccionan algunos elementos culturales para construir un tipo que represente un estadio general, válido para toda la historia humana : el cultivo de la tierra, los alimentos empleados normalmente, sus vestidos, su habitación, su forma de organización política.
Un detalle que ha sido señalado por algunos investigadores es el valor trascendental del nivel económico en esta definición de los estadios. El profesor Meek (1976, trad. en 1981) enfatizaba el componente pre-marxiano del mismo por este detalle. Es verdad que en el caso de Robertson este principio queda claramente afirmado : “In every enquiry concerning the operations of men when united together in society, the first object of attention should be their mode of subsistence” (1840, libro IV, p. 86). A este respecto, debo decir que los precursores de los s. XVI y XVII son conscientes de esta relevancia del factor económico, aunque pudiera pensarse otras veces que dan prioridad al político o al religioso. Veamos cómo Acosta resuelve el asunto, al ocuparse de otros pueblos en general en el libro anterior “Del gobierno y reyes que tuvieron” :
[…] muchas naciones y gentes de indios no sufren reyes ni señores absolutos sino viven en behetría, y solamente para ciertas cosas —mayormente de guerra— crían capitanes y príncipes a los cuales durante aquel ministerio obedecen, y después se vuelven a sus primeros oficios.
D’esta suerte se gobierna la mayor parte d’este Nuevo Orbe, donde no hay reinos fundados ni repúblicas establecidas ni príncipes o reyes perpetuos y conocidos, aunque hay algunos señores y principales que son como caballeros, aventajados al vulgo de los demás. D’esta suerte pasa en toda la tierra de Chile, donde tantos años se han sustentado contra españoles los araucanos y los de Tucapel, y otros. Así fue todo lo del Nuevo Reino de Granada [Colombia], y lo de Guatemala y las islas, y toda la Florida y el Brasil, y Luzón [Filipinas] y otras tierras grandísimas […] En la India Oriental hay reinos amplios y muy fundados, como //p. 415// el de Siam y el de Bisnaga y otros, que juntan ciento y doscientos mil hombres en campo, cuando quieren ; y sobre todo es la grandeza y poder del reino de la China, cuyos reyes —según ellos refieren— han durado más de dos mil años, por el gran gobierno que tienen. En la India Occidental solamente se han descubierto dos reinos o imperios fundados, que es el de los mexicanos en la Nueva España y el de los ingas en el Perú : y no sabría yo decir fácilmente cuál déstos haya sido más poderoso reino. Porque en edificios y grandeza de corte excedía el Motezuma a los del Perú. En tesoros y riqueza y grandeza de provincias excedían los ingas a los de México. En antigüedad era más antiguo el reino de los ingas, aunque no mucho ; en hechos de armas y victorias paréceme haber sido iguales.
Una cosa es cierta : que en buen orden y policía hicieron estos dos reinos gran ventaja a todos los demás señoríos de indios que se han descubierto en aquel Nuevo Mundo, como en poder y riqueza —y mucho más en superstición y culto de sus ídolos— la hicieron. (VI : 11, cursivas añadidas)
Como se ve, el modelo de los estadios culturales de los pueblos americanos y asiáticos (todos ellos ajenos a la Europa cristiana, que se supone se halla en el estadio superior, como algunos pueblos de ambas Indias) quedaba perfectamente establecido desde 1590, y fue tomado de manera más o menos clara por sus traductores y sucesores de siglos posteriores. Si acaso, D’Avity lo planteaba claramente en términos de cuatro estadios o grados. Es evidente que el énfasis puesto en estos problemas por los historiadores escoceses termina por centrar la discusión en el problema de si los pueblos americanos han alcanzado el estatuto superior de las culturas urbanas, con magistrados estables, con sistema económico, estético, artístico civilizado (o ‘político’, como se decía en el s. XVI a partir del término más usado de policía, policy, politesse…).
En el caso de los filósofos ilustrados, en general (Buffon, De Paw, Raynal, Robertson), parece que no quisieron concederle ese estatuto ‘político’. Un repaso a los textos de Robertson termina por inclinar la balanza del lado negativo, aunque el libro VII, dedicado en particular a la cultura de los pueblos superiores de México y Perú (tras los libros V y VI dedicados a la conquista respectiva), pareciera que quiere concederles un estatuto especial, y por eso los separa del libro IV, dedicando el VII en especial al “Cuadro de las instituciones y de las costumbres de los mejicanos y de los peruanos…” (en la traducción española ocupa 80 pp., uno de los más breves). Necesito todavía un poco de tiempo para examinar con más detalle por qué Robertson no termina de conceder el estatuto civilizado a lo que conoce por las crónicas hispanas de los estados antiguos de Perú y México, porque hay veces que parece que sí les concede, a lo menos, una superioridad con relación al resto del Nuevo Mundo, aunque luego concluye que no son comparables del todo al viejo Mundo :
When compared with other parts of the New World, Mexico and Peru may be considered as polished states. Instead of small, independent, hostile tribes, struggling for subsistence amidst woods and marshes, strangers to industry and arts, unacquainted with subordination, and almost without the appearance of regular government, we find countries of great extent subjected to the dominion of one sovereign, the inhabitants collected together in cities, the wisdom and foresight of rulers employed in providing for the maintenance and security of the people, the empire of laws in some measure established, the authority of religion recognised, many of the arts essential to life brought to some degree of maturity, and the dawn of such as are ornamental beginning to appear. But if the comparison be made with the people of the ancient continent [… were totally unacquainted with the useful metals, and the progress which they had made in extending their dominion over the animal creation was inconsiderable (VII, pp. 254-255, cursivas añadidas)
A los incas los ve igualmente bien dotados, e incluso desprovistos del enojoso hábito del sacrificio humano (haciendo caso al P. las Casas y Garcilaso) y del canibalismo mexicano (que cree incluso exagerado por los españoles). A pesar de sus magníficos edificios de piedras, sus caminos extensos con descansos en tambos sucesivos, incluso de su gobierno patriarcal y previsor, nota falta de comercio como en México, y una inadecuada división del trabajo :
In consequence of this state of imperfect union, the separation of professions in Peru was not so complete as among the Mexicans. All the arts, accordingly, which were of daily and indispensable utility, were exercised by every Peruvian indiscriminately. None but the artists employed in works of mere curiosity, or ornament, constituted a separate order of men, or were distinguished from other citizens. (Acosta, VI, cap. 15 ; Vega lib. V, cap. 9 ; Herrera, décad. V, lib. IV, cap. 4).
Creo que Robertson se equivoca en esta cita al interpretar al P. Acosta (además del número de cap., que es el 16) porque, si bien el autor que emplea quiere apuntar la falta de ‘división del trabajo’ (No perfect separation of professions), señala luego otras compensaciones :
Porque entre ellos no había oficiales señalados —como entre nosotros— de sastres y zapateros y tejedores, sino que todo cuanto en sus personas y casa habían menester lo aprendían todos, y se proveían a sí mismos. Todos sabían tejer y hacer sus ropas : y así el Inga, con proveerles de lana, los daba por vestidos. Todos sabían labrar la tierra y beneficiarla, sin alquilar otros obreros. Todos se hacían sus casas, y las mujeres eran las que más sabían de todo, sin criarse en regalo sino con mucho cuidado sirviendo a sus maridos. Otros oficios que no son para cosas comunes y ordinarias de la vida humana tenían sus propios y especiales oficiales : como eran plateros y pintores, y olleros y barqueros, y contadores y tañedores. Y en los mismos oficios de tejer y labrar o edificar había maestros para obra prima, de quien se servían los señores. Pero el vulgo común —como está dicho— cada uno acudía a lo que había menester en su casa, sin que uno pagase a otro para esto ; y hoy día es así, de manera que ninguno ha menester a otro para las cosas de su casa y persona, como es calzar y vestir y hacer una casa, y sembrar y coger, y hacer los aparejos y herramientas necesarias para ello… A la verdad, ellos son gente poco codiciosa ni regalada, y así se contentan con pasar bien moderadamente : que cierto, si su linaje de vida se tomara por elección y no por costumbre y naturaleza, dijéramos que era vida de gran perfección (VI, 16, cursivas añadidas).
Para concluir esta revisión de una teoría interesante que tuvo tanto eco en la Escocia ilustrada (donde incluso se supo reaccionar asumiendo en su Encyclopaedia britannica de 1788 las críticas ajenas, las de Clavijero) quiero terminar con la queja que le hizo en su obra este jesuita, que atinaba en aplicar mejor la teoría de los cuatro estadios. Tomaré en este caso una crítica a Mr. De Paw, un ilustrado más desconsiderado con el material hispano-americano que el respetuoso y autocrítico Robertson :
Siempre enfurecido contra del Nuevo Mundo, Mr. De Paw llama bárbaros y salvages a todos los Americanos, y los juzga inferiores en sagacidad e industria a los pueblos más toscos y groseros del antiguo continente. Si se hubiese satisfecho con decir que las naciones Americanas eran en gran parte incultas, bárbaras y brutales en sus costumbres, como fueron antiguamente muchas naciones de las que ahora son las más cultas de Europa, y como son en la actualidad muchos pueblos de Asia, de África y de la Europa misma ; que sus artes no estaban tan perfeccionadas, ni sus leyes eran tan buenas ni tan bien ordenadas ; que sus sacrificios eran inhumanos, y algunos de sus usos extravagantes, no podríamos ciertamente contradecirlo. Pero tratar a los Megicanos y a los Peruanos, como a los Caribes y a los iroqueses ; colocar en la misma línea su industria, desacreditar sus leyes, despreciar sus artes y poner aquellas activas y laboriosas naciones en el mismo pie que los pueblos más toscos del antiguo continente ¿No es esto obstinarse en el empeño de envilecer al Nuevo Mundo, y a sus habitantes, en lugar rebuscar la verdad, como parece prometerlo el título de Investigaciones filosóficas ? [69]
Es evidente el uso del precursor Acosta en este debate entre filósofos ilustrados y exilados jesuitas a propósito del nivel cultural concedido por cada uno a los diferentes pueblos aborígenes del Nuevo Mundo. La autoridad del precursor común reconocida por los primeros permite a los segundos emplear su autoridad doble –’testimonial’ sobre los datos y ‘filosófica’ sobre los argumentos- para reclamar un estatuto civilizacional a pueblos nuevos, cuya legitimidad como ancestros propios es equiparable a los ancestros europeos, constituidos como ‘canónicos’ por los humanistas del Viejo mundo durante todo el s. XVI. Los jesuitas americanos ilustrados supieron poner a su disposición los modelos interpretativos avalados por los intelectuales europeos, al principio de la Edad Moderna, cuando el conocimiento mejor de la antigüedad pre-cristiana logrado por el movimiento renacentista italiano les permitió superar el etnocentrismo cristiano ante los bárbaros, denunciado por ellos mismos (Erasmo, Moro, Acosta, Montaigne, Cervantes…). [70]
Resumen : Este artículo ofrece un panorama de las crónicas de las Indias elaboradas en el ámbito ibérico de los siglos XVI-XVIII, con especial referencia a las escritas por los jesuitas en el Nuevo Mundo. Se hace particular énfasis en la crónica del padre José de Acosta (Historia natural y Moral de las Indias, 1590), teniendo en cuenta la amplia difusión en Europa, especialmente en Francia e Inglaterra, donde fue traducida directamente y fue objeto de uso frecuente en enciclopedias de interés político (como la monografía de Pierre d’Avity, Le Monde ou la description générale de ses quatre parties, 1613), que se originó en Francia y fue objeto de numerosas reimpresiones y ampliaciones sucesivas en Europa. Por último, se analiza la presencia del libro en el debate del siglo XVIII entre el jesuita mexicano Francisco Javier Clavijero (Storia antica del Messico, 1780-1781) y el historiador escocés William Robertson (The History of America, 1777) acerca del carácter civilizado o no de las sociedades americanas, en particular del Valle de México.
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