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Encyclopédie internationale
des histoires de l’anthropologie

Otra Antropología posible. Memorias, universidad y política desde Misiones

Ana María Gorosito Kramer

Programa de Posgrado en Antropología Social, Universidad Nacional de Misiones, Posadas, Argentina

Ana Cecilia Gerrard

Instituto de Cultura, Sociedad y Estado, Universidad Nacional de Tierra del Fuego. Río Grande, Argentina.

2024
Pour citer cet article

Gorosito Kramer, Ana María & Ana Cecilia Gerrard, 2024. “Otra Antropología posible. Memorias, universidad y política desde Misiones ”, in Bérose - Encyclopédie internationale des histoires de l'anthropologie, Paris.

URL Bérose : article3326.html

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À l’occasion de la célébration de ses 70 ans, la revue Runa. Archivo para las Ciencias del Hombre a consacré en 2022 un numéro spécial à l’histoire de la revue et de l’anthropologie en Argentine. En concertation avec Virginia Manzano (directrice de l’Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires et actuelle directrice de Runa), et les directrices du numéro spécial, Mariela Eva Rodríguez (CONICET, UBA) et Ana Cecilia Gerrard (Universidad Nacional de Tierra del Fuego), Bérose republie une sélection d’articles significatifs pour l’histoire de l’anthropologie.

Résumé : Cet entretien est le fruit d’une série de rencontres entre Ana María Gorosito Kramer, professeure émérite, et cofondatrice de la formation d’anthropologie sociale à l’université nationale de Misiones, et l’une de ses anciennes étudiantes, Ana Cecilia Gerrard. S’appuyant sur les souvenirs de son passage à l’université de Buenos Aires dans les années 1970, Ana María analyse la crise des universités nationales, entre dictature et démocratie, la mise en cause de la phénoménologie herméneutique de Marcelo Bórmida et le militantisme des étudiants qui déployaient des stratégies défiant l’autoritarisme et les contraintes des programmes d’études. Sur la base de son long parcours de recherche sur les peuples guarani, elle se confronte à des questions liées à l’éthique professionnelle, la place de l’anthropologie face à l’avancée du néo-extractivisme et l’importance de l’historicité. Les deux femmes reviennent également sur l’émergence de l’anthropologie sociale dans la région de Misiones, les tensions entre centre et périphérie, les difficultés à porter un projet universitaire depuis les marges du pays.

Ana Cecilia Gerrard : La invitación a participar en esta sección en el marco del aniversario de la revista Runa. Archivo para las Ciencias del Hombre, es un convite a pensar sobre la historia de la Antropología en Argentina y sobre tu trayectoria. En otras oportunidades comentaste que tu formación de grado transcurrió, en gran parte, durante la dictadura cívico-militar —iniciada a partir del golpe de Estado contra el presidente Arturo Illia y conocida como Revolución Argentina (1966-1973)—, la cual, tal como planteó Leopoldo Bartolomé (1982), arrasó con el intento de institucionalización de la Antropología en la Universidad de Buenos Aires. ¿Cómo describirías el ámbito universitario de aquella época ?

Ana María Gorosito Kramer : La Antropología era un campo extremadamente perturbado en los años setenta, pero también en las ciencias en general y especialmente en las universidades nacionales, debido a lo que ocurría en la sociedad argentina. La vida política absorbía gran parte de lo que discutíamos, de aquello a lo que le prestábamos atención, de los reclamos como estudiantes por los textos que leíamos en los cursos y, sobre todo, por lo mucho que no leíamos. De manera que en el período en el que fui estudiante de Antropología, entre 1970 y 1974, los espacios de aprendizaje que eran más enriquecedores estaban fuera de la facultad, particularmente en los cafés. Ocurrían aprendizajes importantes al interior de la facultad, por supuesto, pero las curiosidades, los cuestionamientos, las críticas y la apertura de campos no explorados se nos presentaban en las intensas discusiones en los cafés, donde terminaban formándose mesas numerosas que podían durar hasta la madrugada. Corría mucho el café, la ginebra Bols y los cigarrillos negros ; típicos consumos de entonces. La época dorada de Filosofía y Letras transcurría en la sede de la avenida Independencia, con sus centros de impresión de apuntes, varias librerías y —particularmente— un famoso café en la esquina de Independencia y Urquiza. El otro café importante para los estudiantes de Antropología estaba a media cuadra del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, en Moreno y Defensa. Algo que todavía me resulta muy llamativo es que, para mí, Claude Lévi-Strauss no está asociado a la bibliografía de los cursos que debíamos hacer los estudiantes de Antropología en esa época, sino a las discusiones muy densas que mantenía la gente que estudiaba Psicología y Filosofía, y a las que yo asistía, absorta. En los cafés entré en contacto con el libro Antropología estructural —que acababa de publicar EUDEBA—, gracias a las discusiones que se hacían en esas mesas. Leí entonces a Lévi-Strauss, pero no en el Departamento de Ciencias Antropológicas. En ese contexto recuerdo mi examen de la materia Folklore General, que dictaba Raúl Cortazar. Él aceptó, con una actitud muy tolerante, que preparara mi exposición sobre el texto Racionalidad e irracionalidad en Economía, de Maurice Godelier (1970), que acababa de salir publicado. El tema era tan novedoso que muchos de mis compañeros asistieron para escuchar. Eso habla de la apertura mental del profesor Cortazar, quien aceptó que desarrollara ese tema, no incluido en el programa. Sin embargo, al terminar mi exposición, una de sus adjuntas —solía estar flanqueado por muchas señoritas folklorólogas— no se dio por satisfecha y profundizó : “Bueno bueno, todo muy lindo… pero, dígame, ¿en qué fecha nació Juan Bautista Ambrosetti ?”. No tenía nada que ver, por supuesto, era una pregunta ridícula que indicaba hasta dónde Cortazar estaba rodeado por gente un poco rígida de pensamiento, con notables excepciones, tales como Susana Chertudi de Nardi o Marta Blache. En sus cátedras y proyectos de investigación coincidía gente muy progresista, de cabezas muy abiertas, con otras francamente mediocres y extremadamente autoritarias también ; no puedo dejar de mencionar eso.

Ana C. Gerrard : En tu época de estudiante, según comentaste en otras oportunidades, la licenciatura en Antropología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) estaba dividida en tres orientaciones, donde las categorías nativas para referirse a los subcampos disciplinares eran Etnología, Folklore y Arqueología. ¿Cómo se organizaba la carrera y cuáles eran las líneas de investigación ?

Ana M. Gorosito : Bueno, esa división en áreas estaba marcada por el propio plan de estudios. El título nos habilitaba como licenciados o licenciadas en Ciencias Antropológicas y la especialización se iba definiendo a partir de una serie de materias temáticas y otras optativas, en función de los intereses de los alumnos. También estaba la posibilidad de ingresar en alguno de los grandes equipos de investigación y cátedra. Entre 1970 y 1973 había claramente tres líneas : unos se formaban como antropólogos en Folklore, y ahí el referente era Raúl Cortazar con Susana Chertudi. También, como dije, estaba Martha Blache, por entonces una joven brillante que iniciaba sus estudios de semiótica y lingüística en ese mismo campo del Folklore, y trajo una importante innovación al enfoque tradicional del maestro. Después, había otra área importante de formación que era Arqueología, y ahí podías elegir entre dos grandes grupos. Uno de ellos era un equipo muy fuerte, que tenía dos cátedras fundamentales : Técnicas de Investigación Arqueológica y Arqueología Americana. Este equipo estaba en manos de Ciro René Lafón y Osvaldo Chiri, y el Jefe de Trabajos Prácticos (JTP) era por entonces Luis Orquera. No era el único grupo, pero si el de mayor incidencia en el estudiantado, debido a que vinculaban la investigación con el dictado de cátedras multitudinarias. El otro grupo era el de Amalia Sanguinetti de Bórmida, que se había especializado en la región pampa-patagonia. Ese grupo era menor y no estaba ligado al dictado de ninguna materia. Las colecciones que este segundo equipo analizaba eran designadas humorísticamente en los comentarios de pasillo como “el cascotiense”. Había mucho humor, especialmente en referencia a las obsesiones arqueológicas. Hugo Ratier es el autor de una famosa zamba llamada “La Enmarañada”, en alusión a una complicadísima monografía de François Bordes (1951), que provocó el bochazo en más de un examen. Y, finalmente, estaba Etnología, bajo la conducción férrea de Marcelo Bórmida. Su mano derecha, quizás por edad y por delegación, era Mario Califano, aunque también participaba otro importante conjunto de gente, como Anatilde Idoyaga Molina, Celia Maschnenk, Alfredo Tomasini, José Braunstein y otros. Ese grupo es el que después formó el Centro Argentino de Etnología Americana (CAEA), que ha sido muy importante en la consolidación de un estilo particular de hacer Etnología, que se prolongó fuera de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y que promovió, también, una activa producción editorial. Se integró a este equipo un pequeño grupo de mis compañeros de cursada, o aún de ingreso posterior, quienes siguieron durante algún tiempo la línea etnológica liderada por Bórmida y Califano, pero que luego desplegaron otras concepciones acerca de lo que significa trabajar con pueblos indígenas. Supongo que fueron estrategias de investigación y conocimientos que adquirieron cuando se alejaron de la UBA para hacer sus posgrados afuera. Lo mismo me pasó cuando me instalé en Misiones ; descubrí que había otra Antropología posible y que era una Antropología que ya había trajinado mucho en temas, problemas, registros y hasta en los estilos de escritura, en líneas que de ningún modo habían estado en nuestro panorama de formación. Entre las personas vinculadas a Bórmida, aunque con importantes diferencias en cuanto a la comprensión de los procesos históricos, estaban Eduardo Cordeu y Alejandra Siffredi. Justamente, con el libro en coautoría, De la algarroba al algodón. Movimientos milenaristas del Chaco argentino, publicado en 1971 —un libro importantísimo en la producción de aquel tiempo— demostraron que también les interesaban los procesos políticos y la inserción laboral proletaria o rural de los indígenas del Chaco. Por ejemplo, en la cátedra de Alejandra Siffredi estudiábamos a fondo los movimientos milenaristas y mesiánicos a escala mundial. Conservo todavía alguna de esa estimulante bibliografía que dio origen a nuestro primer trabajo de investigación en San Javier, provincia de Santa Fe, acerca del movimiento mesiánico registrado entre los moqoit alrededor de 1920. Formamos entonces un equipo con Susana Margulies y Leticia Lahitte, ambas estudiantes avanzadas de la carrera por entonces, pero sin dirección. Fue con Siffredi, además, que tomé contacto por primera vez con un material que tendría gran influencia en mi formación y actividad posterior : el libro O indio e o mundo dos brancos, de Roberto Cardoso de Oliveira (1972). No es raro, entonces, que recuerde a Alejandra Siffredi como una persona que se destaca entre los nombres de quienes me formaron durante aquellos años de mi carrera de grado.

Ana C. Gerrard : ¿Cuál era el otro antropológico en ese momento ?

Ana María Gorosito : Podría haber sido la Universidad de La Plata, el otro centro de formación de antropólogos, pero no recuerdo que hubiera habido grandes contactos por entonces, al menos en el sector estudiantil. La bibliografía de las materias arqueológicas incluía artículos producidos allí, en las separatas de las publicaciones de la Revista del Museo de La Plata, pero de ninguna manera entraba en competencia con todas estas ramas o áreas que se dictaban en la UBA, que ya he mencionado. Básicamente, era una Antropología arqueológica, con una formación centrada en las Ciencias Biológicas en general y muy escasa presencia de asignaturas relativas a la sociedad, la cultura y sus discusiones conceptuales. Tengo, sin embargo, queridos colegas egresados de esa universidad, que han padecido situaciones laborales complicadas en el museo, como consecuencia de discusiones que también tenían componentes ideológicos y políticos en cuanto a la ética académica. En 1974 me integré al equipo de cátedra de Mario Margulis en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para el dictado de Sociología de la Cultura. Mario venía de sufrir en la Universidad de La Plata una difícil situación en virtud, justamente, de esos desacuerdos con las líneas sostenidas por las jerarquías del museo. Años más tarde, me encontré acompañando desde la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) las posturas del equipo conducido por la colega Liliana Tamagno, enfrentada al modo en el que dicha universidad conducía sus imposiciones sobre la población guaraní del Valle del Cuñá Pirú. Más recientemente, apoyé al Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS), que también surgió en la Universidad de la Plata, en su actividad acerca de la necesaria restitución de restos humanos a las comunidades indígenas, en particular en la restitución de Kryygi (Damiana) a las autoridades del Pueblo Aché de Paraguay.

Ana C. Gerrard : Claro, la Universidad de La Plata tenía sus propias publicaciones y línea editorial. De todos modos, en algunos casos había articulaciones entre los antropólogos de ambas instituciones. Por ejemplo, revisando los números de la Revista del Museo de La Plata encontré un artículo de Imbelloni, publicado en 1924. [1]

Ana M. Gorosito : Tal vez porque el conjunto de antropólogos previos a 1960 no era tan amplio, ni había tantas publicaciones especializadas en nuestro país, forzosamente debieron existir acuerdos, cruces y competencias ; los espacios institucionales eran escasos, así como los recursos. De Imbelloni, apenas recuerdo que en la materia Introducción a la Antropología —que formaba parte del Ciclo de Estudios Generales, creo que común a todas las carreras de Filosofía y Letras—, cuyo titular era Marcelo Bórmida, figuraba el artículo “Epítome de Culturología”, de José Imbelloni (1936). No podría hoy decirte de qué se trataba, tengo una memoria que suele economizar sepultando lo que no le interesa en algún rincón del inconsciente. Lo cierto es que el interés por analizar la producción y recorridos de los intelectuales que fueron definiendo el campo de temas antropológicos en la Argentina se delineó posteriormente, bastante después de la época en la que era estudiante. Hoy existe una bibliografía muy interesante y esclarecedora sobre ciertos padres fundadores ; estoy pensando en trabajos sobre Alfred Métraux y sobre Robert Lehmann-Nitsche, entre otros, e incluso sobre las trayectorias intelectuales, especialmente de las antropólogas y antropólogos de la UBA. Pero te confieso que no forman parte del núcleo de mis intereses y prioridades actualmente, en un momento en que debo concentrar muy definidamente mis energías para el tiempo productivo que aún, quizás, me reste. Yo misma, en algún momento, me dediqué a investigar más a fondo la trayectoria intelectual de Juan Bautista Ambrosetti, cuando preparaba para la Editorial Universitaria de la UNaM una reedición de sus trabajos sobre Misiones. Finalmente, la edición comentada no se concretó, pero descubrí muchas cosas interesantes en el camino.

Ana C. Gerrard : Entiendo. En mi caso, mi interés parte del tipo de relación que ha establecido la Antropología con los pueblos indígenas de Tierra del Fuego a lo largo de la historia. A partir de mis investigaciones, terminé siendo atravesada no solo por las relaciones complicadas entre la Antropología Social y la Arqueología, sino fundamentalmente por el lugar de la Antropología como ciencia, en el devenir cotidiano de las personas indígenas con las que me vinculo en la isla. Y ocurre que estas antropologías desarrolladas en la UBA y en La Plata en la primera mitad de siglo XX tomaron como primer objeto de estudio a los que refirieron como “fueguinos”. Basta con echar un vistazo, por ejemplo, a los números de Runa. Archivo para las Ciencias del Hombre. Los indígenas de Tierra del Fuego son objeto de investigaciones en prácticamente todos los números, desde el primero publicado en 1948, hasta el último que se publicó durante la gestión de Marcelo Bórmida y en su memoria (Volumen XIII, 1976-1982). Entonces, en relación con estas cuestiones y retomando nuestra conversación, ¿cómo era la relación entre esos cuerpos de docentes e investigadores que dominaban las áreas que mencionaste en la UBA ? ¿Qué relación tuviste con estos grupos de investigación ?

Ana M. Gorosito : Estaba interesada en hacer Arqueología y me encantaba la materia Técnicas de Investigación Arqueológica. Sin embargo, para poder hacer Arqueología era necesario mínimamente tener sustento propio, becas o algún subsidio de iniciación a la investigación, pero hasta donde tengo conocimiento, no había nada de eso. Yo trabajaba como auxiliar contable para un gran productor de frutas en el Mercado del Abasto. Cumplía horarios, me manejaba sólo con el cospel del subte por único capital y no podía ni soñar con integrarme a una campaña arqueológica, ¡ni carpa tenía ! ¡Ni bolsa de dormir ! El profesor Cortazar alguna vez me invitó a integrarme a su equipo, por ejemplo, pero yo no podía afrontar campañas en Jujuy en esas condiciones. ¡Era imposible ! Es decir, hay una limitación también al respecto del ingreso a un campo de investigación cuando no hay becas disponibles y el salario es fundamental en una familia. Y ahí empieza a haber una diferencia sustancial en las iniciaciones a una carrera académica. Yo no tenía ninguna chance. También fui invitada por uno de los integrantes del grupo de Bórmida a formar parte de ese equipo de Etnología. Aparentemente, una monografía mía había producido gran impacto en él.

Era ya casi a finales de 1973. Yo había terminado de hacer un trabajo final para un seminario de Bórmida, sobre análisis de mitos ayoreos, y ya estaba claro y era público que esa invitación se presentaba bastante complicada. Era tan peligroso decir que sí, como decir que no. ¿Por qué ? Porque cualquiera de estas opciones te clasificaba como miembro de un grupo y te volvía oponente de los demás. Vos ya no eras vos ; vos eras del equipo de fulano, y si eras del equipo de fulano se entendía que eras una especie de calco o reproducción del pensamiento, vida y obra de fulano. ¡Estos eran los otros antropológicos sobre los que me preguntaste antes ! Permitime una digresión aquí. ¿Sabés por qué nunca me asaltaron en el trayecto de la oficina al banco, donde diariamente depositaba sumas muy grandes de dinero ? Porque en el mundo del Mercado de Abasto yo era “la chica de G…”, el productor, y eso me daba una gran inmunidad, ¡nadie se metía con G ! No con “la chica”, sino con la recaudación de G., que “la chica” trasladaba en unas valijas rebosantes de billetes. Así que eso de ser “de alguien” en el dominio público, era una experiencia que no quería repetir en el mundo de la facultad. Nunca fue mi intención vincularme a un grupo cerrado y recortar mi identidad ; siempre fui bastante anárquica. Además, a esa altura del partido, la fenomenología bormidiana era objeto de las más feroces críticas ; no solamente en los bares y cafés, sino también en las aulas. Entonces era absurdo incorporarme a un equipo tan vapuleado y con tan discutible trayectoria teórica y política. Pero decir que no, también podía interpretarse como un desaire ¿cómo se le dice “no” a una persona poderosa ? Le dije entonces a ese colaborador que me había transmitido la invitación, que lo tenía que pensar, porque todavía no había decidido qué hacer de mi vida y en qué área quería trabajar en el futuro. Lo que, por otro lado, era bastante cierto.

Ana C. Gerrard : ¿Cuáles eran las críticas que se le hacían entonces a la fenomenología bormidiana ?

Ana M. Gorosito : Recuerdo una situación particularmente intensa, una discusión en la clase de Mario Califano sobre el problema de la historicidad. El debate —que fue extraordinario y puso tan furioso a Califano— lo llevó adelante Carlos Bartolomé, el menor de los hermanos Bartolomé, de Leopoldo y de Miguel. Carlos era un compañero de la carrera y venía a los cursos en los intervalos de las campañas en las que, según recuerdo, colaboraba como ayudante de Jorge Prelorán en el documental Araucanos de Ruca Choroy. Carlos Bartolomé tenía una comprensión muy clara acerca de los procesos de despojo que estaban sufriendo los pueblos del sur. A esa altura del partido y en el Paraguay, Miguel Chase-Sardi había denunciado la masacre de los aché. Sus denuncias, con un gran despliegue fotográfico, se habían publicado en varias páginas de la revista Crisis, y él mismo había sufrido en consecuencia la represión del régimen de Stroessner. De modo que ya no era posible hablar de un relato mítico fuera del tiempo, sin dar cuenta de que las personas estaban transitando una historicidad terrible, dolorosa, angustiante ¡Estaban muriendo como moscas ! O mejor, los estaban matando. Entonces, frente a la epojé —la suspensión del tiempo, el relato mítico atemporal—, lo que ocurría era que estaban ocupando sus tierras, los estaban masacrando en el Paraguay de Stroessner. A medida que la discusión proseguía, Carlos Bartolomé reforzaba cada vez más la dureza de sus argumentos hasta que Mario Califano, descompuesto de ira, comenzó a golpear el escritorio con su paraguas : “¡No me interesa la historia ! ¡No me interesa la historia !”, gritaba enardecido. Ya ha pasado casi medio siglo, pero la escena está muy vívida en mi memoria.

Ana C. Gerrard : Claro, los abordajes que estaban en boga en ese entonces eran muy esencialistas. Pero incluso parece haber un cierto paralelismo con otros más recientes, que terminan corriendo de escena las propias realidades que atraviesan, por ejemplo, en este caso, los pueblos indígenas.

Ana M. Gorosito : Las realidades que son incómodas de abordar, ¿no ?, que no pueden resolverse fácilmente en el tratamiento y en la escritura. En mi perspectiva, se trata de poder introducirse en estas cosas que te mueven absolutamente de los encuadres teóricos y en la formulación de proyectos, que suelen ser siempre tan prolijos y lógicamente encadenados. La realidad histórica es caótica, profundamente caótica, y cada vez más. ¿Por qué cada vez más ? Si vas actualmente a trabajar con los qom, por ejemplo, es imposible emprender una investigación sin considerar a Monsanto, la soja, la internacionalización de las commodities… En medio de eso están los qom, pero la pregunta es : el registro de una versión del mito de la mujer estrella, considerado aisladamente, ¿va a satisfacer nuestra preocupación antropológica y etnográfica como testigos y tal vez participantes de esas situaciones ? ¿Haremos un artículo científico al estilo de “Fragmentos de una pipa hallada en la desembocadura del arroyo Piripipí”, breve y para ser publicado en una revista, preferentemente extranjera ? Y, en todo caso, ¿alcanza con rescatar las nuevas versiones ? Evidentemente no. De la misma manera, un proyecto de investigación puede estar absolutamente anclado en la consideración de aspectos como las relaciones de poder locales, las presiones económicas y los procesos históricos, etc., y sin embargo resultar impactado por un acontecimiento no previsto que necesita ser documentado a medida que transcurre, aunque eso modifique los propósitos iniciales del trabajo, trastorne los objetivos, obligue a reordenar los cronogramas, las estrategias y hasta el presupuesto de gastos. Pero el investigador burocrático pretenderá aislar de su campo de observación y registro todo lo que no estuvo previsto en su enfoque inicial. Eso fue lo que hizo Lehmann-Nitsche, por ejemplo, quien estaba trabajando con los pilagá cuando ocurrió la masacre de Napalpí, en julio de 1924 ¡No entendió que el hecho merecía ser mencionado cuando redactó su artículo sobre cosmología ! Creo que es el ejemplo más rotundo de una negación a todo aquello que no pertenezca al hipotético mundo indígena, tal como era imaginado y representado por esa Antropología y a la ficción de laboratorio de cierta Antropología renuente a la consideración de la historicidad. ¡Y otra vez el conflicto ! Yo me formé prestando atención a las problemáticas asociadas al conflicto, sobre todo de la mano de Roberto Cardoso de Oliveira en la Universidad de Brasilia (UnB). Me interesaba entender qué pasa con el poder ; con este gran disparador —o iluminador— de procesos sociales y de ubicación de grupos en una red, cuyas conexiones no apelan a la armonía y la articulación pacífica, sino a las relaciones de poder y sus tensiones.

Ana C. Gerrard : Sobre las relaciones de poder en el ámbito de la Antropología de la UBA en los setenta, ¿cómo lograron los estudiantes de tu época conquistar espacios e introducir en los debates perspectivas más críticas frente a una situación tan represiva ?

Ana M. Gorosito : La época entre 1973 y 1974 fue de una gran dinámica, donde se combinaban la política y no sé si llamarle la ciencia. En todo caso, las intenciones científicas estaban presentes. Quizás estábamos mal preparados, pero teníamos una fuerte intención científica. Entonces ocurrió que el Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA sufrió una crisis de representación, porque empezaron a quedar espacios vacantes. Bórmida, Siffredi, Cordeu y otros profesores se retiraron —algunos tan solo por un tiempo— para invertir el grueso de su trabajo de investigación en el marco del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Entonces, al quedar las cátedras vacantes, los estudiantes empezamos a ocuparlas a como diera lugar. Ese fue un trabajo desafiante para mí y para otros protagonistas, que asumimos, por ejemplo, la responsabilidad de dictar Etnografía Americana, una materia anual. Reconstruimos absolutamente todo el programa. Consideramos que debíamos incluir en la materia temas ligados a la población afro en América, pero hasta ese entonces sólo habíamos leído Las américas negras. Las civilizaciones africanas en el Nuevo Mundo, de Roger Bastide (1969), alguna cosa de Melville Herskovits y nada más. O sí… Las Américas y la civilización, de Darcy Ribeiro. Esta posibilidad nos interpeló, porque en ese momento, además, se había estrenado la película Queimada, de Gillo Pontecorvo (1969), y la novela El reino de este mundo, del escritor cubano Alejo Carpentier (1949), era un excelente material de apoyo para entender esa gesta haitiana, tan poco conocida. Entonces, la materia cambió y ya no importaba tanto de dónde vinieron los primeros americanos, sino cuál era el panorama étnico en el continente y cómo se había ido configurando. Debimos estudiar mucho, buscar bibliografía, discutir. Y una clave de esa experiencia era la importancia central que para nosotros tenía el trabajo grupal. Integramos ese equipo, bastante numeroso, con la convicción de que esa era la forma, ni siquiera la correcta, sino la única en que debíamos proceder. Quiero mencionarte dos nombres de los integrantes de ese equipo que aún marcan mucho de mis afectos actuales : Susana Margulies, casi mi hermana al día de hoy, y Carlos Augusto Cortés, compañero querido, secuestrado y desaparecido por la dictadura a pocas semanas del golpe, y que aún estamos buscando. Carlos hizo un importante aporte a esas discusiones y selecciones que hicimos para darle forma a la asignatura, y creemos que fue él quien indicó que el texto de Carpentier, completo, fuera material de trabajos prácticos.

Ana C. Gerrard : Entonces, en esos momentos críticos en los que se respiraba el terror, con compañeros desaparecidos y mucha violencia, es evidente que había una juventud que se anteponía y pretendía hacer una Antropología políticamente comprometida. Era un proyecto muy valiente, que quedó trunco y que parece haber sido difícil de sobrepasar para muchos, además de haber afectado la profesionalización incipiente del campo, como mencionamos antes. ¡Pensar que, en el espanto latente, ustedes incorporaban esas perspectivas, en un país como el nuestro en el que, hasta hace poco tiempo, se negaba la presencia de indígenas y afrodescendientes !

Ana M. Gorosito : Éramos personas que veníamos con esa ansiedad de construir algo, conscientes de que nos faltaban demasiadas cosas por saber y discutir ; que nos hacíamos muchas preguntas a partir de las charlas de café, sin obtener respuestas satisfactorias en las aulas. Teníamos, además, un repertorio muy amplio de intereses, más allá de la bibliografía antropológica. Nos interesaba el cine, la literatura y el teatro. El mundo cultural porteño era riquísimo, florecían las librerías, los kioscos de diarios rebosaban de publicaciones de todo el mundo, sobre todos los temas. Y de toda esa amalgama se alimentaba también una extraordinaria flexibilidad mental para poder ser sacrílegos en relación con lo que en ese momento los planes de estudios más ordenados nos pretendían transmitir. Éramos sacrílegos porque teníamos mucho repertorio de base para hacerlo, no teníamos formación teórica —teóricamente éramos de lo peor, creo yo—, pero sí teníamos curiosidades e intereses. De todos modos, hay profesores y cátedras que quiero destacar, a riesgo de ser injusta con otros nombres que tal vez no mencioné. Ya te hablé de la instigante bibliografía que nos proponía Alejandra Siffredi ; también me gustaba el estilo ordenado con el que organizaba sus clases Edgardo Cordeu ; más tarde y en mi tarea docente, copié el método de Rodríguez Bustamante, quien llegaba a sus clases de Sociología Sistemática, que tomé como optativa, con una pila impresionante de libros de los que extraía las citas que nos leía. Tan sugerentes eran, que corríamos luego a buscar esos ejemplares para leerlos en su totalidad. Fue con Rodolfo Puiggrós que finalmente entendí el concepto de renta diferencial de la tierra ; en su equipo estaba León Pomer, ni más ni menos. Antes, en primer año, me deslumbró ese gran ayudante de Introducción a la Historia que era Juan Carlos Garavaglia. Ya te he mencionado los cafés, las cátedras, los docentes más destacados en mi manera de hacer docencia después. Pero me falta agregar algo, y es el curso que en forma privada y en su casa nos ofreció Blas Alberti, tan notablemente versado, ordenado y sencillo. Blas no revistaba ya en los claustros de Filosofía y Letras, pero no era posible perdérselo. Junto con Susana Margulies y Carlos Cortés asistimos durante meses a su clase semanal sobre Hegel y Marx, especialmente sobre El Capital, en el pequeño living de su diminuto departamento de la esquina de Córdoba y Gallo. Nunca leí tanto a Marx y tan bien como en esas íntimas sesiones, tan llenas de reflexiones, alusiones e indicaciones de temas relacionados.

Otra experiencia importante en esos años fue la recuperación del Museo Etnográfico. Integraba un conjunto de voluntarios que no éramos parte de la avanzada que inició esa restauración, constituida por los compañeros y compañeras que estaban trabajando ahí en algunos de los proyectos de investigación y conocían el estado en que se encontraban muchas de las salas y colecciones. Lo cierto es que ellos habían advertido que había espacios que estaban absolutamente deteriorados y así fue que, cuando cambiaron las autoridades, decidieron avanzar sobre esos lugares. Descubrieron entonces tesoros muy maltratados, o en proceso de deterioro tal que debían ser recuperados, por ejemplo, algunos mantos y tapices de Paracas, bordados con plumas multicoloridas, pero afectadas gravemente por la humedad. Sobre la base de esa recuperación hicimos brigadas de trabajo. También las hubo en la biblioteca, ese refugio y templo de mis años formativos y posteriores. Allí recuerdo que trabajó Susana Margulies, una experta para esos menesteres. El broche de oro fue la exposición del museo renovado bajo una nueva concepción : “Patagonia, 12.000 años de historia”. Si bien participó un montón de gente en el montaje, yo incluida, entre los más activos recuerdo a Laura Ratto y a Jorge Romano. Mi participación fue bastante menos espectacular : me encomendaron integrarme al equipo de los que debíamos pintar con esmalte negro las rejas de la escalera que llevaba al primer piso. Aún me siento muy orgullosa de esa nimiedad.

Ana C. Gerrard : ¿Cómo fue posible que el museo llegara a esas condiciones de deterioro ?

Ana M. Gorosito : Aquella división en áreas que te mencionaba implicaba, al mismo tiempo, una división de espacios dentro del museo, y había espacios neutros, invisibles, de los que nadie cuidaba. Entonces era necesario tener una mirada general, organizar un plan de trabajo y de intervención aceitado. Todo esto se terminó con la “misión Ivanissevich” —que se extendió desde agosto de 1974 hasta agosto de 1975—, porque la dictadura, sus represiones y controles, contó con ese poderoso antecedente, que afectó a la universidad nacional en su conjunto, puesto que no se ejerció exclusivamente sobre la UBA. Con la muerte de Perón el 1° de julio de 1974 —aunque el día cierto aún está en duda—, la ultraderecha había empezado a ganar poder en el Ministerio de Bienestar Social, a través de la figura de José López Rega, sus grupos parapoliciales y la infame organización que comandaba ; la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina. En el plano ideológico y académico, la misión Ivanissevich tuvo su manifestación con el cierre de la Facultad de Filosofía y Letras por seis meses. Luego de ese lapso se volvió a abrir, de regreso a la vieja sede de la avenida Independencia, pero ya se había operado una selección muy clara de cuáles docentes seguirían y cuáles no y, en el ínterin, muchos se habían tenido que ir rápidamente del país. Algunos ejemplos : un titular de la cátedra en la que yo trabajaba simplemente recibió, por la noche, una llamada telefónica muy insultante y, a continuación, y antes de colgar, el aviso : “Tenés veinticuatro horas para salir del país”. Otro fue alertado por una llamada anónima de que su casa iba a ser dinamitada ; prudentemente, se aisló en algún lugar seguro con toda su familia y así viajaron al exterior, con lo puesto, para no volver por muchos años ; su casa, con cargas de dinamita en las columnas, voló en mil pedazos. Otros, juiciosamente, previeron el desarrollo de los sucesos y viajaron con cualquier pretexto, también para no regresar por mucho tiempo o jamás retornar. El terror y la persecución fueron previos al estallido de la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Así, figuras queridas y de larga trayectoria militante cayeron en manos de esos forajidos impiadosos de la Triple A : Silvio Frondizi, anciano cercano a los ochenta años, catedrático de la UBA y de la Universidad de la Plata, muerto a golpes a la salida de su casa. Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos del basural de José León Suárez, nuevamente secuestrado y masacrado a golpes. Rodolfo Ortega Peña, también profesor de la UBA y adjunto de Rodolfo Puiggrós, acribillado a balazos en plena calle.

En ese contexto de inseguridad y pánico, también cambió la dirección del museo y apareció gente muy cuestionada, como Jean Vellard. Una vez asumidas sus funciones, nos negó a los egresados el acceso al edificio y justificó la medida con el argumento de que sólo podían ingresar a la biblioteca los estudiantes activos de Antropología o los investigadores acreditados. Hasta tal punto fue así que, durante mucho tiempo, la biblioteca del museo estuvo severamente custodiada. Más tarde, en la edición que se hizo en Perú del libro del etnólogo alemán-brasileño Curt Nimuendajú (1883-1945), consta que Jean Vellard se hacía llevar a los indígenas en jaulas, después de capturarlos, para que él los pudiera medir. Vellard tenía una hipótesis sobre los aché blancos y los aché oscuros o morenos, distinción en la que coincidía con Jaime María de Mahieu, quien consideraba que la primera colonización americana había sido protagonizada por vikingos y que los aché blancos serían el último vestigio de esa población en América. Bueno, esa gente era la que estaba a cargo del Museo Etnográfico durante la dictadura… y también estaban cómodamente instalados en el CONICET.

Puedo agregarte unas notas de color : la misión Ivanissevich en la UBA había impuesto a Alberto Ottalagano como rector. En Filosofía y Letras había asumido un fraile : Raúl Sánchez Abelenda. Por esa época, estábamos ocupando el predio del viejo Hospital de Clínicas, con grandes parques e inmensas construcciones deterioradas. Yo rendí mi examen de Arqueología del Viejo Mundo en el pabellón que había sido destinado en el pasado al tratamiento de enfermedades respiratorias ; en una de sus salas habían quedado cientos de pequeñas ollitas con mango y tapa, que algunas compañeras recolectaron con entusiasmo. Pero no eran ollitas : eran en realidad el depósito manual de los escupitajos de los pacientes crónicos. Apenas asumido, Sánchez Abelenda exorcizó el lugar —también creo recordar que hizo lo mismo en Exactas— y, a continuación, las máquinas municipales destruyeron toda la construcción. No quedó piedra sobre piedra. El sitio es conocido hoy como una plaza seca, la plaza Bernardo Houssay.

Ana C. Gerrard : ¿Cuándo aparece este campo en la UBA ?

Ana M. Gorosito : Bueno, oficialmente la Antropología Social aparece en la UBA de la mano de un sociólogo paraguayo, Julio Cesar Espínola, quien estaba a cargo de dos materias : Antropología Social y Técnicas de Investigación. No recuerdo nada de la primera, que sin embargo figura en mi legajo como aprobada. Lo cierto es que, para muchos de nosotros, la Antropología Social era una especie de terra incógnita, desconocida y deseada. Entonces, la inscripción fue masiva. Ya en la primera clase, el profesor —delgado, flexible, atlético, de aspecto juvenil y moderno— nos planteó que además de las lecturas quería que nos fogueáramos en la investigación de campo. Para ello, nos planteó que iríamos a las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires, estudiaríamos la dinámica social de esos barrios y haríamos una identificación de los líderes comunitarios. Esto motivó muchas discusiones en clase y de café y, finalmente, todos decidimos renunciar, porque nos dimos cuenta que era una operación vinculada a los servicios de inteligencia y que, de ningún modo, nos íbamos a prestar a semejante colaboración encubierta. Entonces no hubo, en realidad, Antropología Social en mis épocas de estudiante, sino por la vía de esta materia de dudosos objetivos.

Por otro lado, en La Plata, se dictaba una materia con contenidos de lo que conocemos como Antropología Social, a cargo de Mario Margulis y un excelente y numeroso equipo, en el que revistaban Santiago Wallace y Andrés Servín, quienes en 1974 se incorporaron a la asignatura Sociología de la Cultura, organizada y dirigida por Mario. Del equipo de La Plata también formó parte Inés Arias, a quien reencontré en Posadas, cuando junto con su familia pudo retornar del exilio en Paraguay.

Fui Ayudante de Segunda en Sociología de la Cultura y, luego, Ayudante de Primera en esa materia, y ahí aprendí algo muy importante en relación con lo que significa el trabajo de cátedra : concurríamos todos a su cómodo piso del centro de Buenos Aires, para que discutiéramos cada uno de los prácticos que íbamos a coordinar, la bibliografía seleccionada y los materiales de referencia, además de comentar sus clases teóricas, a las que teníamos obligación de asistir, para que existiera una perfecta articulación entre teóricos y trabajos prácticos. Esas reuniones terminaban con un delicioso té con canela, que era algo así como un ritual afectuoso de pertenencia a un espacio muy productivo y creativo. Mario me había encargado el control de la transcripción de sus clases, que serían impresas en Tekné, una empresa familiar de producción de apuntes mimeografiados para todas las materias de Filo, además de los textos obligatorios. En Sociología de la Cultura leíamos a Frantz Fanon, a Malcom X, a Eldridge Cleaver y sobre el movimiento Black Panthers en Estados Unidos, entre otros. Pero antes habíamos pasado por toda la discusión teórica de la época sobre ideología, George Luckacs, Louis Althusser, Lucien Goldmann y Jacques Rancière. Y, obviamente, Antonio Gramsci, que era algo así como un catecismo, pero de color ¿rojo ? En síntesis, mi formación junto a Mario Margulis fue una experiencia excepcional, en cuanto al ingreso a algo que yo no habría podido definir entonces, pero que ya era una forma de acercamiento a la Antropología Social. Es decir, esos insumos teóricos eran importantes para una Antropología disidente, aunque no plenamente sudamericana, sino inscripta en eso que luego, mucho más tarde y especialmente con Edward Said, llamaríamos pensamiento occidental. Porque es importante también recordar que era un momento histórico en el que se estaba dando en toda América Latina un fuerte movimiento intelectual, con un sello que se buscaba propio, latinoamericanista. Recuerdo, por ejemplo, la importancia de la polémica entre Rodolfo Puiggrós y André Gunder Frank, acerca de si era posible o no el capitalismo en América Latina a partir de formaciones feudales o no feudales y cómo se usaba la categoría modo de producción ; esos temas formaban parte de nuestro espectro formativo e integraban el repertorio movilizador amasado en ardientes polémicas.

Algo más y muy importante ocurrió en 1974, un año bisagra de abrumadores cambios : Eduardo Menéndez y gran parte de su equipo habían emigrado desde la Universidad de Mar del Plata para asumir una cátedra en Filosofía y Letras. Con él conocí también a esas entrañables colegas, Mirtha Lischetti y María Rosa Neufeld. En su departamento de la avenida Córdoba, no muy lejos del Hospital de Clínicas, trabajamos varios meses en el programa que había diseñado Menéndez y del cual yo iba a ser su Jefe de Trabajos Prácticos (JTP). Pero justo en el segundo cuatrimestre, la misión Ivanissevich cerró la universidad y nos dejaron a todos en el aire, sin trabajo, sin nada… Eduardo Menéndez partió también y, como todos sabemos, ha desarrollado una importante carrera de investigador en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de México, con escritos de gran influencia en la Antropología Médica.

Ana C. Gerrard : En ese momento ya estaba en marcha la carrera de Antropología Social en la Universidad Nacional de Misiones, donde fuiste convocada por Leopoldo Bartolomé para formar parte del staff. ¿Cómo fue tu incorporación como docente en Posadas y cómo describirías la situación de la carrera durante la dictadura ?

Ana M. Gorosito : Para finales de 1975, la incertidumbre era un estado corriente en muchos de nosotros, no por eso menos angustiante. En uno de mis últimos viajes con Carlos Herrán a Mar del Plata me comentó que Leopoldo Bartolomé lo había invitado a formar parte del equipo docente de la flamante carrera de Antropología Social en la también flamante Universidad Nacional de Misiones. Carlos se incorporaría al dictado de asignaturas de segundo año, una de esas materias era Desarrollo Histórico de la Teoría Antropológica. Luego dictaría también Antropología Cognitiva y Simbólica y, si mal no recuerdo, Antropología Social Argentina —heredé esas dos últimas cuando él retornó a la UBA, años después.

Carlos Herrán me preguntó, entonces, si no querría ir a Misiones. Por ese tiempo, mis profesores titulares, emigrados o exiliados, me habían propuesto ir a Venezuela o a México con ellos, pero yo seguía siendo una indigente, era imposible algo así. En 1976, me dejaron cesante en la Universidad de Mar del Plata “por falta de antecedentes académicos”. En la UBA no me querían y la Universidad Nacional de Luján había sido prácticamente tomada por las huestes de López Rega, que codiciaba la devolución del predio central a su ministerio, y podía cerrarse en cualquier momento. En ese marco, llegó por correo una invitación de Leopoldo Bartolomé para integrarme al Departamento de Antropología Social, para dictar Sistemas Socioculturales Comparados de América y acompañarlo en el dictado de Antropología Económica. ¡Ni más ni menos que uno de los conspicuos integrantes de mi panteón personal e imaginario de héroes transgresores, mesías de una Antropología más soñada que conocida —que también integraban Blas Alberti y Eduardo Menéndez— me estaba invitando ! Viajé a Posadas en mayo de 1977. Di clases ese mismo día que llegué. Me ofrecieron una dedicación exclusiva y, además, en las calles no había autos con tipos armados. En vez de sirenas policiales se escuchaba a los pajaritos, buenas señoras baldeaban las veredas, ¿qué más podía querer ? Me quedé ; para siempre.

Para ese entonces, Mumo Gatti se había marchado rumbo a México, otros profesores que habían sufrido cárcel en las primeras semanas del golpe se exiliaron o abandonaron la provincia y el staff remanente era mínimo. En ese horrible contexto nos integramos con Carlos a dictar clases sobre temas que apenas conocíamos. Estudiábamos como locos. Gracias a la nutrida biblioteca de Leopoldo, traducíamos y tipeábamos esténciles para generar apuntes para los estudiantes. Yo tenía apenas cinco alumnos en “Sistemas”. A efectos de mantener la matrícula, Leopoldo —que había dejado un cargo en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Resistencia (Chaco) para organizar esta carrera— organizaba fiestas, asados, juegos de salón y reuniones de todo tipo : no podíamos resistir una sola baja en el alumnado ; ni siquiera del estudiante que sabíamos que era informante de los muchos servicios que operaban en Misiones y que siguieron haciendo víctimas bajo el distraído sol posadeño. Ahí aprendimos, entonces, al ordenar los materiales por nosotros mismos, de qué se trataba la Antropología Social en su versión norteamericana, importada por Leopoldo desde Wisconsin. Aprendimos también a generar un doble registro de programas : los que ordenaban el trabajo de cátedra y los que iban al Ministerio de Educación de la Nación, donde se sometían al control de un tal General o Coronel Valladares, quien aparentemente estaba a cargo de detectar e impedir infiltraciones marxistas en las mentes de los jóvenes ciudadanos. Pero los jóvenes ciudadanos estaban más alertas a las depuraciones que nosotros mismos : recuerdo que hubo un movimiento aterrorizado de miradas hacia la puerta cuando yo, comentando a Karl Polanyi en un práctico de Antropología Económica, mencioné a Karl Marx. En otra ocasión, una alumna le comentó a Carlos, muy preocupada, que yo había usado la palabra “colonialismo” en clase de “Sistemas”, ¡comentando a Lanternari ! Un no docente informó que algún colega hacía demasiados llamados telefónicos a México y que, desde allí, recibía correspondencia. Efectivamente, el colega estaba tramitando su posgrado en ese país, pero el intercambio podía ser considerado como “altamente sospechoso”. Paralelamente, debíamos presentar proyectos de investigación ; una actividad que era obligatoria para nuestras dedicaciones exclusivas. Así fue que comencé mis trabajos sobre población guaraní, que orientan mis compromisos, también políticos y éticos, hasta el día de hoy.

Ana C. Gerrard : Volviendo a estas esferas de producción antropológica que describías anteriormente, entiendo que el título habilitante como antropólogo era igual en la UBA, en La Plata y en Misiones. Sin embargo, la formación era diferente y, en Misiones particularmente, no hubo desarrollo de la Arqueología ni materias afines a ese subcampo. ¿Qué lugar ocupó la Antropología Social de Misiones en este panorama de profesionalización de la disciplina ? Me llama la atención el hecho de que, si bien en Misiones se abrió la primera carrera de Antropología Social del país, en 1974, la mayor parte de los integrantes del plantel docente venía de la UBA.

Ana M. Gorosito : Pocos meses después de mi llegada se incorporó Leonardo Fígoli, que se había formado en Rosario. En 1978 se incorporó Roberto Abínzano ; hubo una estadía más breve de Rosa Dierna y Carmen Ferradás, todos de la UBA. Hubo colegas formados en Rosario, algunos por tiempos más breves, como Guillermo López y otros que permanecieron hasta su jubilación, como Fernando Jaume. En años posteriores se sumó Enrique Martínez con su esposa, Lila Sintes, así como Carlos González Villar, los tres formados previamente en la UBA. En síntesis, la mayoría del claustro docente en esos primeros años provenía del Departamento de Antropología de Filosofía y Letras. En lo personal, me siento particularmente identificada con colegas de la UBA, por afecto, por historia y por relaciones. Siento que soy un desprendimiento de eso, aunque es paradójico, porque no fue en la UBA que me formé como antropóloga social, sino que fue acá, en Misiones y con las indicaciones y consejos de Leopoldo Bartolomé. Sin embargo, con el crecimiento, con el despliegue de cátedras de investigación de mis excompañeros y mis amigos de la UBA, fui reencontrando allí una especie de comunidad de pensamiento, de ideas y de problemas, de modo que los considero como mis mejores interlocutores al día de hoy.

En Misiones tuvimos una ventaja inicial : fuimos los primeros en construir un plan de estudios que —a lo largo de cinco años de formación— se enfocaba en un estilo de Antropología referida, en términos amplios, como Antropología Social. Pero ese mérito no es tal si se considera la reducción brutal que tuvo el vuelo académico en la composición del departamento en la UBA y el cierre dramático de la carrera en la Universidad de Rosario en esos mismos años. Ni siquiera puedo decir que resistimos : éramos demasiado nuevitos para que se nos considerara un peligro y, en medio de esa semi invisibilidad, pudimos crecer, aunque rigurosamente vigilados.

Si voy a comparar nuestro plan de estudios con aquellas áreas en que se distribuía el saber antropológico en mis tiempos de formación en Filo, aquí el Folklore no ingresó nunca como disciplina específica y separada. La Arqueología tampoco consiguió instalarse como carrera de formación de grado o como especialización en la Universidad Nacional de Misiones —a pesar de que en diversas oportunidades propuse esta idea, e invité a Ciro René Lafón, en 1978, cuando comenzaban los proyectos de construcción de la represa del Uruguaí y, con ello, la destrucción de sitios arqueológicos importantes. O, más tarde, con el impulso de una especialización en Arqueología Histórica en el Departamento de Historia, cuando la patrimonialización de los monumentos jesuíticos comenzaba a adquirir importancia internacional. No tuve éxito en ninguno de los casos, posiblemente a causa de mi tradicional posición de outsider, con muchas buenas intenciones, pero con escasa capacidad de negociación.

En cuanto a la Etnología, en sus varias acepciones, jamás tuvo cabida en nuestras discusiones, y mis propias investigaciones con indios tuvieron poco prestigio en la consideración de mis colegas, excepto tal vez, del querido Carlos Herrán. El fantasma de una supuesta herencia bormidiana, que podría florecer a nivel local, planeaba sobre importantes cabezas. Entonces, el interés por lo indígena se entendía casi como una desviación ideológica, en tanto Carlos sutilmente advertía : “No hay que regalarle los indios a la derecha”.

Sin embargo, con el correr de los años, nuestro problema es que no hubo un enriquecimiento y renovación del staff docente suficientemente dinámico : por contraste, rápidamente la UBA empezó a crecer con la incorporación de gente que se estaba formando en el exterior y volvía con ideas nuevas, con formaciones distintas, mientras que, entre nosotros, esa renovación no se produjo con el mismo ritmo. Mientras tanto, aparecieron otros centros, como Córdoba, donde la Antropología no existía. De manera que la UNaM, con el tiempo, fue perdiendo esa centralidad inicial. Para entender plenamente esta pérdida de centralidad, quizás habría que considerar más detenidamente las particulares exigencias a las que fue sometida la actividad académica en el caso de la Universidad Nacional de Misiones.

Ana C. Gerrard : El fantasma de Bórmida parece haber impulsado la hegemonización de cierta Antropología orientada a la intervención territorial en Misiones y, en paralelo y paradójicamente, a una falta de atención a problemáticas específicas relacionadas con los pueblos indígenas, como entiendo que sugiere este comentario de Herrán. Por otra parte, retomando esta idea de comunidad de pensamiento que planteaste recién, me pregunto si es posible pensar en una Antropología argentina, más allá de la comunidad imaginada.

Ana M. Gorosito : Tu pregunta me recuerda a Mariza Peirano, que habla de los estilos nacionales, una idea que a la vez retoma de Louis Dumont, y pienso cuál sería esa marca distintiva, si la hubiere. Porque estos linajes de los que hemos estado conversando ya son demasiado antiguos. Yo creo que hoy las líneas pasan por otro lado, no sé bien cuáles, pero me siento más cómoda hablando del pasado y desde mi perspectiva, desde una óptica que tiene que ver con el lugar que tradicionalmente ocupé ; siempre en una posición subalterna.

Ana C. Gerrard : ¡Claro ! mujer, díscola, encomendada a trabajar con pueblos indígenas cuando se hegemonizaba la Antropología rural y la perspectiva del desarrollo territorial en Misiones.

Ana M. Gorosito : Hubo también un importante fortalecimiento de una Antropología Social vinculada al desplazamiento de grandes poblaciones, como consecuencia de la construcción de la Represa de Yaciretá, especialmente, que aún hoy sigue analizándose. Pero en cuanto a mis trabajos, ya sea por elección o por las circunstancias, me he encontrado en la periferia de las cosas, siempre y sin atender lo suficiente a los trayectos de la carrera académica. Entonces, es una subalternidad en parte sufrida y en parte asumida como una elección positiva. De todos modos, alguna vez me pregunté si existía algo tal como una Antropología argentina y, a partir de estos cuestionamientos, organicé un panel en el Congreso Argentino de Antropología Social (CAAS) del 2008 —que se realizó en Posadas— para discutir sobre las tendencias teóricas y metodológicas en la producción antropológica latinoamericana. La propuesta consistía en analizar las líneas teóricas predominantes en Uruguay, Brasil, Paraguay, Colombia y Argentina. Recuerdo la exposición de Carlos Uribe, que explicó cómo se fue conformando la Antropología en Colombia, con lo cual se hicieron visibles muchos paralelismos en la selección de los autores y lecturas formadoras en su país y en Argentina. Si bien las trayectorias disciplinarias posteriormente fueron distintas, en ambos países compartimos, por ejemplo, la diáspora de los setenta, que es cuando se genera esta eclosión de temáticas y abordajes nuevos en la disciplina, que dan por resultado una variedad de manifestaciones de lo que puede ser la Antropología Social hoy en día. Volviendo a tu pregunta, quizás lo común esté, no tanto en la variedad de temas y problemas —que son muchos y cada vez más interesantes— sino en una forma muy frecuente de abordaje, evidente al menos en la producción académica publicada, en la que se percibe una fuerte historicidad en la construcción de cada problemática, pero sin perder de vista que su objetivo está en la comprensión de los procesos contemporáneos.

Ana C. Gerrard : En ese proceso de consolidación de una comunidad de pensamiento, que describís como marcada por la historicidad y el énfasis en los procesos contemporáneos, lo cual sería también una buena descripción de tus investigaciones, ¿cómo se fue estableciendo la relación entre Misiones y los centros académicos que empezaron a consolidarse en la región ?

Ana M. Gorosito : Con el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) la relación era muy buena porque lo había fundado Esther Hermitte, gran amiga y formadora tanto de Leopoldo Bartolomé como de Carlos Herrán. Posteriormente, la relación institucional se prolongó gracias a Rosana Guber, quien desde hace muchos años forma parte también de nuestro staff permanente en el posgrado. En algún momento, hubo intenciones de establecer una relación institucional más definida entre ambas organizaciones, que no fructificaron. Muy importante fue la relación con la Universidad Federal Fluminense, durante el período en que tuvo vigencia un convenio recíproco alentado por esos magníficos colegas, Sofía Tiscornia y Roberto Kant de Lima, que nos incorporaron como posgrados asociados a nosotros y al Programa de Postgrado en Antropología de la Universidad de Brasilia. Hubo otros convenios, pero con escaso impacto en el intercambio de profesores, investigadores y estudiantes. Creo que es un aspecto que no se exploró lo suficiente, posiblemente por una sobrecarga de obligaciones, que eran asumidas por un muy reducido grupo de personas. Nuestros más reconocidos docentes mantuvieron activos contactos con esos nuevos centros dictando cursos o dirigiendo tesistas, particularmente Leopoldo Bartolomé y Roberto Abínzano. En cuanto al intercambio de estudiantes, aquellos matriculados en nuestro posgrado han cursado materias en el IDES, pero no al revés. Por otro lado, es frecuente la matriculación de estudiantes brasileños, muchos de ellos radicados en las ciudades de frontera, y ocasionalmente otros que provienen de Paraguay. Lentamente, la Antropología que hacemos y nuestras actividades fueron adquiriendo un sello de periferias, en muy diversos sentidos, y no es por acaso que esa condición ya esté marcada en el modo como se define anualmente la distribución presupuestaria de las universidades nacionales.

Ana C. Gerrard : Para retomar la producción académica y para conversar un poco sobre Runa y pensarla desde estas periferias, ¿solía leerse esta revista en Misiones ? Leopoldo Bartolomé era uno de los más afamados antropólogos de entonces y publicó tres artículos, entre 1968 y 1984, [2] pero luego no volvió a publicar allí. ¿Por qué hay tan pocas publicaciones de docentes del Departamento de Antropología de la UNaM en Runa ?

Ana M. Gorosito : El tema de no publicar en Runa no es significativo en sí mismo. A mi entender, el problema es que el staff de los iniciadores de la carrera de Antropología Social en Misiones, en general, hemos publicado muy poco, en relación con los largos años de trayectoria en investigación. Y esto ha tenido que ver, pienso yo, con la imposibilidad física de escribir materiales de largo aliento. Quizás, en esas pequeñas producciones y artículos que eventualmente fueron publicados, hay mucha experiencia o meditación. Pero, en gran medida, hemos sido víctimas de los estilos de exigencia no universitarios, que se adoptaron para la actividad universitaria y que hicieron de la rigurosidad del horario legítimo, que es el de dar clases, la norma. Una vez más, para entender esto es necesario incorporar información de contexto.

La UNaM se creó por la coincidencia de dos perspectivas, la de un movimiento provincial, que se proponía tener su propia universidad —la más cercana era la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE)—, y la de un gobierno nacional, que suponía que un modo de controlar la movilización estudiantil era, justamente, crear nuevas universidades, a efectos de desagregar a esa población y desactivarla. La UNaM se organizó a partir de tres situaciones : mediante la incorporación de sedes, que eran extensión de carreras de la UNNE —Ingeniería Química y Trabajo Social—, a través de la recreación de otras carreras de nivel terciario, a las que se les dio rango universitario —fue el caso de Humanidades—, y, por último, debido a la creación de nuevas carreras, como fue el caso de Antropología Social, además de Sociología y Ciencias de la Educación, que quedaron apenas en proyectos inconclusos. No pretendo desplegar aquí todo el armado institucional, sino sólo los aspectos que nos interesan en esta conversación. Para el sector administrativo y los colegas de otras facultades, Ciencias Sociales se caracterizaba por albergar un núcleo de gente de afuera, a los que referían como “paracaidistas” que hacían investigación ; actividad para la cual no declaraban horarios. Estas personas solían ostentar títulos y, frecuentemente, también tenían trayectorias universitarias legítimamente acreditadas. Además, se había conseguido financiamiento para la construcción de un edificio de varias plantas, que dispondría de un aula magna, despachos para los distintos departamentos y boxes para cada investigador. En 1980, una intervención fusionó las Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales en una sola. Entonces, la relación demográfica se modificó, con una gran mayoría de docentes apropiadamente de la provincia, o confiables, y con títulos universitarios logrados en un curso que se llamó “de postgrado”, de seis meses de duración. Habituados al estilo de la clase como única actividad comprobable y a las tomas de decisiones fundadas en relaciones de confianza, amasadas en el seno de las redes de parentesco, el vecindario y los clubes, los sociales perdieron abruptamente poder relativo —salvo que los mantuvieran merced al establecimiento de nuevos lazos familiares con las personas locales.

En esta fusión —que buscaba establecer orden y domesticidad entre los docentes y el alumnado— el disciplinamiento incluía el estricto control horario, similar al de las oficinas públicas, la prohibición para las mujeres de usar pantalones y, para los varones, dejarse la barba (un clásico antropológico de la época), además de fumar o tomar mate en clase. Quizás lo más duro fue el ocaso de la investigación como actividad legítima y necesaria, y su consideración como engaño para rehuir al trabajo ; una actitud que se mantuvo por años hasta que el Programa Nacional de Incentivos a la Investigación, asumido como oportunidad para aumentar los ingresos, no sólo cambió aquella perspectiva, sino que generó una saludable avalancha de proyectos de todo tipo. De todos modos, la inercia de los estilos de distribución de las obligaciones para el dictado de las asignaturas no se modificó, de modo que, en realidad, investigar siguió siendo cosa que se hacía en los tiempos libres y asumiendo personalmente los costos, tanto para los más experimentados como para los que acababan de descubrir su vocación por esas indagaciones gracias a este refuerzo en sus ingresos. Ser beneficiario de un incentivo constituyó, para los investigadores auténticos, un recurso con el que se podían costear insumos, gastos de viaje, equipos, etc.

Pongo esto en evidencia porque esa manera institucionalizada de considerar el trabajo de investigación, los tiempos que demanda durante el propio proceso de gestación y de elaboración, pero fundamentalmente en el momento de la escritura satisfactoria de los resultados, como si fueran marginales a la tarea académica, fatalmente inciden en la calidad de ésta y en los niveles de frustración de quienes, a pesar de todo, se avienen a esos ritmos de trabajo.

Estos estilos institucionales, además, son lesivos para la docencia en general, porque no es posible una docencia satisfactoria que esté totalmente afectada a los tiempos del aula. Hay una cantidad de tareas que implican reflexión, preparación y armado, que la distinguen de un mero repetidor de viejas ideas propias o de ideas ajenas. En síntesis, y después de este largo intervalo, diría que vivimos como una falta nuestra escasa producción édita, cuando en gran medida es producto de esas condiciones de autoexplotación a las que nos fuimos sometiendo.

Hay un elemento más a destacar aquí, y es que ninguno de nosotros —la velha guarda de la Antropología Social en Misiones— ha revistado en la carrera de investigación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). La primera en lograrlo ha sido Gabriela Schiavoni, egresada de la carrera de grado de la UNaM y con una brillante trayectoria en estudios rurales. Por otro lado, el CONICET entró muy tardíamente a Misiones, simplemente porque no ha mirado hacia a esta periferia durante un largo período, con lo cual no han sido pocas las dificultades para hacer una buena Antropología, sin fondos y sin auxilios externos.

Paradójicamente, hoy considero esa miopía del organismo como una bendición personal. Porque la otra cara de la moneda son los requisitos que se han instalado dentro del sistema científico, para controlar el acceso y mantenimiento del rango obtenido por los investigadores y, con ello, su fuente de ingresos, que obligan a muchos colegas a producir cierta cantidad de papers por año. Una suerte de esclavitud en el sentido inverso y autoinflingida, similar al régimen del trabajo a destajo, porque no es posible estar produciendo constantemente cosas nuevas, originales, pensadas y analizadas meticulosamente, para mantener ese nivel de producción constante que permita sostenerse aceptablemente dentro de estas reglas de juego. Entonces, todos estos son efectos perversos y perniciosos en relación con la producción científica.

Volviendo a Runa, y a quién o qué se publicaba allí, pienso que Runa simbolizaba muchas cosas, y aún continúa haciéndolo. Durante muchos años fue la revista del Museo Etnográfico, pero no del museo amado, no del museo en el que yo había encontrado finalmente mi lugar en el mundo, mi pasión intelectual, mi amor por las cosas. Era el museo de un conservadurismo rancio, aburrido y traspasado, por lo que no estaba en absoluto interesada ni siquiera en leer sus páginas. Runa no era, en ese sentido y para mí, un referente científico importante.

Leopoldo estuvo vinculado muchos años a la revista Current Anthropology, pero no recuerdo haber visto ningún número de Runa en su escritorio. Con el tiempo y la reactivación de las Ciencias Sociales en la Argentina, nos empezaron a llegar revistas de colegas, como la revista Publicar en Antropología y Ciencias Sociales, por ejemplo, y otras publicaciones de una Antropología renovada, con ganas de recrearse, que surgieron después de la dictadura, con la llegada de la democracia y la afirmación progresiva de otra manera de pensar la Antropología Social. Eso generó también en nosotros la necesidad de crear nuestra propia revista. Así surgió Avá. Revista de Antropología, que completó una dimensión que le faltaba al proyecto académico local ; el de la producción en formato textual.

Es posible que, en mi época de estudiante, en la preparación de materias figuraran artículos de la revista Runa. Probablemente fue así, porque era la revista local donde los mismos profesores escribían sus propios artículos. Pero más allá de eso, no fue para mí una fuente importante para los trabajos que después fui haciendo y escribiendo. En cambio, en el desguace de mi biblioteca, que estoy afrontando en estos días, conservo con cuidado los volúmenes de Suplemento Antropológico, la revista de la Universidad Católica de Asunción, porque contienen datos que todavía pueden serme necesarios para mis proyectos actuales. Conservo también algunos preciosos ejemplares de Cuadernos de Antropología Social y de Memoria Americana, producto de la gran tarea de la siempre recordada con cariño, Ana María Lorandi y sus equipos.

Ana C. Gerrard : ¿Cómo fue el estilo de Antropología que llevaste a cabo en Misiones ? ¿Cómo fue que empezaste a trabajar con los pueblos guaraníes ?

Ana M. Gorosito : Lo he repetido muchas veces : cuando debía presentar mi primer proyecto de investigación en la UNaM en 1977, Leopoldo me planteó que había un pedido del entonces Ministerio de Bienestar Social de la provincia para hacer un censo aborigen. Me aboqué a eso, a confeccionar las planillas, entrenar al alumnado y, finalmente, a proceder al relevamiento. Hubo un período en el que abandoné el tema, por unos dos años, porque había desarrollado una tirria profunda hacia los inconmovibles modos con los que seguía tratándose la cuestión aborigen en Misiones. No me fui muy lejos, de todos modos ; eran los tiempos del menemato, el patrimonio jesuítico estaba en el candelero internacional, llovían propuestas de inversión, proyectos de restauración, empezaron a circular muchos técnicos por todos lados. Al mismo tiempo, la gente de los pueblos donde se encontraban esos restos monumentales era ignorada o peor aún, eran tratados como depredadores. Escribí bastante sobre esos temas, la gente ninguneada y los circuitos de los fondos, pero, como siempre, sin conmover a nadie.

Fue muy bueno trabajar con la documentación jesuítica : entre líneas, aparecían los guaraníes, los tupíes, las alianzas y las disidencias disimuladas bajo los informes oficiales de la Orden. También fue casi natural ponerme a trabajar en esos temas englobados bajo el rótulo cultura popular y en las incipientes cuestiones de género, en especial durante el período en que la Conferencia de Beijing las puso en el candelero. Debe haber sido por esa época en que varios conflictos —pero especialmente el que enfrentaba a la Universidad de la Plata con las comunidades del Valle del Cuñá Pirú— me obligaron a volver a la cuestión guaraní, pero ya no como problemas de investigación, sino de producción de documentos con diversos fines, como peritajes, por ejemplo. Era muy patético que mi firma viniera a legitimar, en el nivel del documento oficial —jurídico o no— lo que los mismos guaraníes me habían enseñado. No olvidaré nunca esto : yo gano cierto prestigio, me invitan a congresos con todos los gastos pagos en buenos hoteles, en virtud de un aprendizaje con maestros que siguen soportando situaciones de miseria y dolor, que para mí serían intolerables. Trato de no perder de vista esta sencilla comprobación, gracias a la cual todo ese estilo remilgado que encubre las competencias por el prestigio y la consagración me parece infantil y efímero. Walter Benjamin lo dijo mejor y, después, Pierre Bourdieu o Marshall Berman, así que aquí callo y remito a la bibliografía.

Como sea : el tipo de actividades en las que mejor me reconozco y más me gratifica haber realizado, más allá de sus improbables logros, se han dado y se siguen dando en eso que se llama transferencia o extensión universitaria. Fue el tipo de acción que desarrollé con más sistematicidad y, al mismo tiempo, la que me sacaba un poco de la actividad habitual de la cátedra, de la investigación o de la dirección de tesistas. Me ponían en modo combate, que siempre me ha gustado. Repasando un poco : la escritura, tal como la vivo, es una actividad solitaria, de intensa inmersión y tensión interna entre los argumentos, la relevancia de lo que eventualmente se revela al analizar los datos, la elección del estilo apropiado de escritura, los tropiezos, ¡esa maldita cita que no aparece cuando se necesita consignarla ! La siento como lucha, pero contra fantasmas, ordenadores traidores, ideas que aparecen en medio de la noche, cuando el cansancio te obliga a dormir.

Pero la transferencia es combate, no lucha interna, y ahí me siento en mi salsa. Y está muy bien que esa palabra venga a reemplazar a la extensión : la universidad no se extiende al mundo de fuera o sale de la torre de marfil, o más bien de cemento y durlock. Se trata de una práctica en la que los conocimientos antropológicos, que dominamos o creemos dominar, son transferidos a un plano donde pueden generar algo nuevo, donde pueden ser social o políticamente activables. Con el término extensión pareciera que el lenguaje universitario, el estilo, con sus recaudos, sus cuidadosos deslindes y prudentes condicionantes, se van para afuera. En la transferencia se trata de retraducir lo que se problematiza en términos de la sociedad en su conjunto, o hacia un segmento que está necesitando algo, pero no justamente en términos académicos ni con la prolijidad o la sistematicidad y rigurosidad que se adjudica a la producción académica.

Ana C. Gerrard : A lo largo de tu trayectoria de investigación ¿Alguna vez trabajaste con equipos de Arqueología ?

Ana M. Gorosito : Cuando empecé mis investigaciones con los pueblos guaraníes, la Arqueología local afirmaba que los cainguás eran un pueblo de cazadores-recolectores, que habían adquirido en las reducciones la práctica de la agricultura. ¡Tengo pruebas ! Por ese entonces, no veía en la Arqueología una herramienta útil en relación con los procesos que estaba interesada en investigar, relacionados con las condiciones de vida, los sistemas de liderazgo, las vinculaciones a través de la migración y otros asuntos de la más absoluta actualidad, o que tenían un registro histórico también relativamente reciente, porque los rastros de los guaraníes en la bibliografía local son muy escasos, inclusive desde el siglo XIX y hasta avanzado el siglo XX ; hay muchos silencios. Empiezan a aparecer con más frecuencia desde 1950 en adelante. A partir de ese momento hay más referencias, pero las fuentes son muy difíciles de encontrar. Marilyn Cebolla Badie y Cecilia Gallero están haciendo ese rastreo a partir de las fotografías y las memorias de los colonos gringos que se instalaron en Misiones. Es decir, se está trabajando a través de líneas tangenciales ; las del proceso de colonización, tal como ha sido contado o documentado por las familias europeas que se radicaron en el Territorio Nacional de Misiones.

Recuerdo un informe de la Secretaría de Planificación provincial, sobre la condición de los trabajadores de la yerba mate en Misiones, que no registraba a los trabajadores indígenas. Sin embargo, se trataba de los mismos que integraban con sus familias las cuadrillas de tareferos, a los que entrevistaba durante ese primer Censo Indígena de 1978/1979. Se los discriminaba por nacionalidad y se los identificaba como paraguayos. No era raro, entonces, que el indio apareciera exclusivamente como objeto de las actividades del Ministerio de Bienestar Social ; objeto de sustento, de apoyo, de ayuda y, eventualmente, de transformación de las poblaciones marginadas. Sin embargo, no eran marginadas, sino que estaban absolutamente involucradas en la producción de riqueza y de renta, no estaban afuera. Los indígenas estaban del otro lado de una barrera, que en gran medida se había generado a partir de esta puesta en primer plano del protagonista jesuita, o de su sucesor : el sujeto histórico colono e inmigrante.

Ana C. Gerrard : Es muy interesante este rastreo de las huellas de los pueblos guaraníes de la región a través de las memorias que archivaron los colonos. Pienso, entre otras cosas, lo que ocurre cuando nos cruzamos con los archivos. Porque, en ese devenir, se manifiestan las relaciones mismas de poder y, esos otros, son enunciados a través de otros, que están posicionados en lugares más legítimos de enunciación, en el marco de sistemas de administración étnica históricamente desiguales. En el caso de Tierra del Fuego, por ejemplo, para empezar a entender lo que ocurrió a principios del siglo XX, terminé inmersa en los archivos de la policía y de los salesianos, que es el único sitio donde los indígenas son visibles. Pero impresiona la forma en que, a pesar de las grandes diferencias históricas, políticas, sociales y económicas entre Tierra del Fuego y Misiones, los pueblos indígenas están igualmente subalternizados en el relato de la historia hegemónica. Yo me crie en Apóstoles, por ejemplo, donde prima un relato centrado en los pioneros ucranianos y polacos, que excluye a los indígenas de las narrativas fundacionales oficiales.

Ana M. Gorosito : Cuando empecé a bucear en la historia salía también bastante trasquilada, porque los historiadores tampoco se ocupaban demasiado de los indígenas, a excepción del indio misionero, o de ese cuento de hadas que se llama el “pacto de la selva”, que es una especie de mito historiográfico local. Volviendo a la Arqueología, por circunstancias que sería largo explicar, no tuvo gran desarrollo en Misiones durante décadas y hasta tiempos muy recientes. Entretanto, florecía del otro lado del río Uruguay, de modo que mis contactos con esta disciplina, particularmente aquella desarrollada en Rio Grande do Sul, me han nutrido de importantes conocimientos y, en particular, de entrañables amistades que aún cultivo.

Ana C. Gerrard : ¿Cómo ves la relación entre la Antropología y los pueblos indígenas en el contexto de avance del neoextractivismo ? En la actualidad, los cuestionamientos que ponen sobre la mesa el problema de la ética profesional en la academia son cada vez más recurrentes.

Ana M. Gorosito : La problemática indígena nos encuentra a las antropólogas y antropólogos en un campo donde los intereses son poderosísimos y trasnacionales. Entonces, hay una debilidad de los sujetos con los cuales trabajamos y una debilidad de nuestra voz profesional. Pero, si hoy por hoy el núcleo de la gran cuestión indígena es el problema de la tierra y de los usos productivos de la tierra, sobre todo en contextos de transnacionalización de la producción, ¿qué vamos a hacer quienes nos dedicamos a la Antropología ? ¿Cuál es nuestro margen de acción, nuestra capacidad para incidir en esas pujas de poder tan desiguales ? Además, muchas veces ni siquiera somos convocados al debate jurídico, dominado por otra academia mucho más poderosa y tradicional, que es la del derecho. Sobre esa palabrita ; cuando muchos colegas o estudiantes hablan de “la academia” suelo preguntarles : ¿Qué academia ? ¿De qué están hablando cuando hablan de academia ? Vamos a ver, todos ustedes leen a Pierre Bourdieu, ¿realmente la Antropología en Argentina alcanza, aún al día de hoy, a ser presentada como una academia donde hay un sector central que tiene el poder, sectores que disputan ese poder desde sus periferias, sectores que controlan la gestión de recursos, becas, publicaciones, referatos, reconocimientos y desconocimientos ? Yo creo que no, que la Antropología, y tal vez las Ciencias Sociales en general, en nuestro país, todavía están en un estado de fluidez dinámica, de pérdidas y ganancias de posiciones ; luchas que no se libran tanto por el control de los aparatos institucionales, sino más bien entre personas concretas, disputas por el prestigio, por reconocimientos que escasamente trascienden el limitado mundo disciplinario local o, con mucha suerte, extra local, algunos kilómetros fuera de la frontera. Los antropólogos y científicos sociales en general, no parecen haber conseguido la necesaria modificación en los estilos de evaluación que aplica regularmente el CONICET, cuyos criterios continúan siendo presididos por los estilos de trabajo y producción de las llamadas ciencias duras, porque tampoco pueden expresar que no son ciencias blandas en absoluto, y que esa distinción es arcaica y nada adecuada.

La Antropología en Argentina no tiene aún el reconocimiento externo a la disciplina, que le permita posicionarse como una voz autorizada respecto de cuestiones sociales, políticas. No existe una asociación general que pueda plantear éticamente qué cosas no corresponden al ejercicio profesional. Creo que en Arqueología pasa más o menos lo mismo. Y, sin embargo, yo creo que la cuestión ética atraviesa tanto a la Antropología Social como a la Arqueología, creo que deberían tener consensos y posicionamientos firmes respecto a una variedad de cuestiones con significación social profunda e impactos que serán condicionantes en el futuro. No obstante, carecen de la fortaleza que puede tener, en términos teóricos y organizativos, una academia consolidada.

Hoy la cuestión de la tierra, que afecta tanto a los pueblos originarios, amerita que los colegas llamados a integrarse como profesionales en el control de los mecanismos para garantizar consentimientos informados (libres y previos) en los peritajes, monitoreos o estudios de impacto estén bajo la rigurosa lupa de una academia que esté en condiciones de plantear los aspectos éticos más fundamentales y objetar sus violaciones.

Ana C. Gerrard : Creo que esto que mencionas es muy importante, porque habla bastante de la profesionalización de la Antropología en Argentina. También nos permite reflexionar sobre la relación entre las políticas científicas y la ética, si tenemos en cuenta las consecuencias de los proyectos neoextractivistas (que, en un sentido amplio, incluyen la expansión de la frontera agroindustrial, la explotación de hidrocarburos, la minería, la construcción de represas, etc.), para los indígenas, para sus territorios e, incluso, para sus enterratorios, entre tantas otras cuestiones.

Ana M. Gorosito : Asistí, a través de las redes, a una de las audiencias públicas en ocasión del proyecto de instalación de dos represas sobre el río Santa Cruz. Entre otras objeciones de peso, el daño por afectación a yacimientos arqueológicos, que aún deben ser trabajados, era importante. Eso sólo si se los considerara como yacimientos. Pero, si los consideramos como enterratorios de pueblos presentes, ¡esa destrucción sería aún más grave, un gesto neocolonial inaceptable !

Ana C. Gerrard : Eso me lleva a pensar por qué y para qué hacemos nuestras investigaciones, para qué sirve lo que hacemos y para quienes trabajamos…

Ana M. Gorosito : ¿Para qué sirve la Antropología ? ¿Para qué sirve entrenarse en estrategias de pensamiento y de indagación ? Bueno, a mí me sirvió en una situación muy dramática que afectó a mi familia, pero que prefiero no comentar. Solo diré que actué como antropóloga, recabando y cruzando información ante un acontecimiento doloroso, tras lo cual y gracias a toda esa información, obtuvimos justicia. Me sirve actualmente al colaborar con un equipo de abogados y comunicadores, por ejemplo, para trabajar sobre expedientes judiciales y descubrir información oculta en los escritos, con algún valor para la víctima de un procedimiento incorrecto o de una causa mal armada.

Es decir, que de repente, el métier se extiende mucho más allá de los campos que uno imagina, porque es un estilo de mirar, de escuchar, de relacionar, de percibir y de indagar. Y es muy poderoso. Entonces, no es una formación teórica general y un manejo sofisticado de las grandes escuelas o corrientes del pensamiento antropológico lo que yo espero de un estudiante que está terminando la carrera, sino una cierta agudización de los sentidos para entender, comprender, interpretar y sentirse interpelado por la realidad, para empezar a perseguir aquello que le interesa como campo de problemas, usando para eso todas las herramientas que se le proveyeron y las que es capaz de inventar. Y, si tiene la suerte de que ese conocimiento duramente obtenido se transfiera a quienes lo necesitan, para que puedan apoyarse en él, apropiárselo, retraducirlo a sus propios términos y convertirlo en una pieza más de las que disponen para cambiar su propia realidad, sentirá la gratificación de un trabajo bien hecho.

Referencias bibliográficas

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Ribeiro, Darcy. 1969. Las Américas y la civilización. Cuadernos latinoamericanos. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro Editor de América Latina.

Biografía

Ana María Gorosito Kramer es antropóloga social y Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM). Cuenta con una amplia trayectoria de investigación, gestión y extensión, y es una de las cofundadoras de la carrera de Antropología Social en la UNaM. Su trabajo de campo, fundamentalmente con el Pueblo Mbya guaraní, la llevó a indagar en torno a las relaciones interétnicas, los liderazgos indígenas y resistencias, la educación intercultural, los procesos de patrimonialización vinculados a las misiones jesuíticas, entre otras temáticas que ligadas a los estudios culturales.
https://unam-ar.academia.edu/AnaMar%C3%ADaGorositoKramer
anagorosito@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-5759-3351

Ana Cecilia Gerrard es Licenciada en Antropología Social por la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones y candidata doctoral del Programa de Posgrado en Antropología Social de dicha universidad. Es Profesora Adjunta en el Instituto de Cultura, Sociedad y Estado de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego (ICSE/ UNTDF).
https://www.researchgate.net/profile/Ana-Gerrard https://untdf.academia.edu/AnaCeciliaGerrard
cgerrard@untdf.edu.ar
https://orcid.org/0000-0002-6757-598X

Resumen : Esta entrevista fue elaborada a partir de una serie de encuentros entre Ana María Gorosito Kramer —Profesora Emérita y una de las fundadoras de la carrera de Antropología Social en la Universidad Nacional de Misiones— y una de sus estudiantes, Ana Cecilia Gerrard. A partir de las memorias de su paso por la Universidad de Buenos Aires en los años setenta, Ana María analiza las crisis en las universidades nacionales, entre dictaduras y democracias ; los cuestionamientos a la fenomenología hermenéutica de Marcelo Bórmida y los agenciamientos del estudiantado de entonces, que desplegó estrategias para cuestionar el autoritarismo y los encorsetamientos curriculares. A partir de su larga trayectoria de investigación comprometida con los pueblos guaraníes, analiza también aspectos vinculados a la ética profesional, al lugar de la Antropología frente al avance del neoextractivismo y a la importancia de la historicidad. Paralelamente, las autoras vuelven sobre diversos temas, entre ellos, la emergencia de la Antropología Social en Misiones, las tensiones centro-periferia y las dificultades para encarar un proyecto académico en los márgenes.
Palabras claves : antropología social en Argentina, pueblos indígenas, relaciones centro-periferia, terrorismo de Estado ; universidades nacionales.

Outra antropologia possível. Memórias, universidade e política desde Misiones
Resumo : Esta entrevista foi preparada a partir de uma série de encontros entre Ana María Gorosito Kramer —Professora Emérita e uma das fundadoras do curso de Antropologia Social na Universidade Nacional de Misiones— e uma das suas alunas, Ana Cecilia Gerrard. A partir das memórias de sua passagem pela Universidade de Buenos Aires nos anos setenta, Ana María analisa as crises nas universidades nacionais, entre ditaduras e democracias ; os questionamentos à fenomenologia hermenêutica de Marcelo Bórmida e os agenciamentos dos alunos da época, que desenvolveram estratégias para questionar o autoritarismo e as restrições curriculares. Com base em sua longa trajetória de pesquisa comprometida com os povos Guarani, ela também analisa aspectos relacionados à ética profissional, o lugar da Antropologia diante do avanço do neoextrativismo e a importância da historicidade. Ao mesmo tempo, as autoras voltam a vários temas, entre eles, o surgimento da Antropologia Social em Misiones, as tensões centro-periferia e as dificuldades de enfrentamento de um projeto acadêmico à margem.
Palavras-chave : antropologia social na Argentina, povos indígenas, relações centro-periferia, terrorismo de Estado, universidades nacionais.




[1Deformaciones intencionales del cráneo en Sud América (1924).

[2“El pensamiento mítico en la veterinaria folklórica” (1968)  ; “La experiencia estética ante la narración mítica” (1970) y “La familia matrifocal en los sectores marginados : Desarrollo y estrategias adaptativas” (1984).