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International Encyclopaedia
of the Histories of Anthropology

Utopía y consuelo amazónico. Stefano Varese como antropólogo activista, hitos biográficos

Irène Favier

Université Grenoble Alpes (UGA)/Laboratoire de recherche historique Rhône-Alpes (LARHRA)/Instituto français d’études andines (IFEA)

2023
Full reference

Favier, Irène, 2023. “Utopía y consuelo amazónico. Stefano Varese como antropólogo activista, hitos biográficos” (translated by Isabelle Combès) in BEROSE International Encyclopaedia of the Histories of Anthropology, Paris.

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Published as part of the research theme "Transnational Circulations and Social Uses of Anthropological Knowledge in the Americas”, directed by Thomas Grillot (CNRS, Paris) and Sara Le Menestrel (CNRS, Paris)

Abstract: The biographical itinerary of the Italian-Peruvian anthropologist Stefano Varese crosses the second twentieth century and gives an account of the dynamics that affected anthropology at the time. His contribution to the study of the Peruvian Amazon, which was still rare in the 1960s when he completed his doctoral thesis, led him to be contacted by the military government in power to participate in the agrarian reform that it intended to carry out. From being an intellectual under construction, Varese found himself propelled to the rank of a figure in the “strange revolution” carried out by the state apparatus between 1968 and 1975. Exiled after the end of this political experience to Mexico and then to the United States, he continued to produce knowledge and to raise awareness of indigenous issues, which made him one of the actors in the evolution of applied anthropology, to which he gave a political dimension that was now accepted. This text proposes to retrace this biographical trajectory, restoring its historical context, and attempts to identify Varese’s legacy in the long and complex history of applied anthropology.

La trayectoria del antropólogo ítalo-peruano Stefano Varese interroga las circulaciones en el seno de su disciplina, tal y como se practica en las Américas durante la segunda mitad del siglo XX. También permite vislumbrar sus fronteras históricamente porosas, del punto de vista tanto geográfico como epistemológico. Lejos de semejarse a un juego de traslaciones espaciales y culturales sin obstáculo, el itinerario de Varese apunta a las manifiestas tensiones de los espacios americanos y evidencia los malentendidos y las relaciones desiguales que afectan el paso de la frontera entre México y Estados Unidos. Exiliado a México luego de su participación en el atípico episodio revolucionario peruano liderado por el general Velasco entre 1969 y 1975 (Aguirre & Drinot 2017), Varese deja Oaxaca al inicio de los años 1980 para irse a California, donde enseña desde entonces como profesor titular de la Universidad de Davis (UC Davis). Sus movimientos transatlánticos y, más generalmente, continentales, fundan una antropología caracterizada por los años de la guerra fría y la práctica de la comparación.

La trayectoria universitaria y extrauniversitaria de Varese también destaca, conscientemente, el lazo íntimo que relaciona su práctica de la antropología con los procesos políticos de las Américas, en el escenario político e intelectual inaugurado por la revolución cubana en 1959. Desempeña en particular un papel preponderante en la implementación del giro epistemológico pregonado por los autores de las sucesivas declaraciones de Barbados [1], las que contribuye a redactar (Varese et al. 2008). En 1971, la primera de estas declaraciones quiere distanciarse de las instituciones cristianas, instancias claves de la producción de los saberes antropológicos de las que Varese dependía cuando escribió su tesis doctoral sobre los pueblos asháninka de la región del Gran Pajonal en la Amazonía central. Esta tesis, publicada en 1968 como La sal de los cerros. Resistencia y utopía en la Amazonía peruana, circuló ampliamente en los círculos universitarios en Perú primero, gracias a sucesivas reediciones en 1974 y en 2006 [2], y luego a nivel internacional mediante traducciones al inglés en 2002 y al francés en 2015 [3], hasta convertirse en un clásico y precursor de la antropología amazonista. La adición (más que la objeción) de la lógica de la diferencia cultural al análisis marxista quiere afinar una protesta expresada desde los Sures globales, cuya construcción política también es contemporánea de la elaboración del libro y su recibimiento a lo largo de varias décadas.

Nuestro propósito en estas páginas es revisitar esta trayectoria e identificar, de manera cronológica, los elementos que componen una biografía intelectual y política. Lo haremos a partir de un corpus constituido por sus escritos con matices autobiográficos (Varese 2021; 2017; Varese et al. 2008) y por diversos textos redactados por colegas y/o compañeros en prefacios que toman una dimensión parcialmente testimonial (Walker 2021; Hale 2021; Chirif 2006) [4]. En efecto, aunque tomen distancia para con el género autobiográfico, estos escritos de Varese constituyen en varias ocasiones una justificación de las elecciones que hizo durante su vida, y particularmente en el giro de 1969. Tras presentar sus posibles desafíos, este artículo quiere destacar las etapas importantes de esta trayectoria, y mostrar cómo se construyó al ritmo de episodios extrauniversitarios que actúan que actúan sobre la disciplina antropológica y sus epistemologías, no sin consecuencias personales, y rupturas biográficas

A manera de introducción: el triple desafío de una práctica activista de la antropología

El deseo de Varese de cuestionar los fundamentos de la producción del saber, al igual que su preocupación por emanciparse de las instancias cristianas de producción de los saberes, no apunta a una autonomía disciplinar, cuyas pretensiones autotélicas suele por el contrario criticar. Su uso de los saberes antropológicos parece seguir tres caminos.

En primer lugar, quiere poner los saberes al servicio de las poblaciones amenazadas de extinción cultural, en un contexto de aguda predación estatal y supra-estatal desde finales del siglo XIX (Espinosa 2016), en continuidad con el momento histórico inaugurado por la conquista española. Con este objetivo Varese deja su puesto en la dirección del Centro de Investigación sobre la Amazonía y su cargo de profesor en la Universidad de San Marcos, que ocupaba respectivamente desde 1967 y 1969 (“una decisión jodidamente difícil”, Varese 2021: cap. 20, p. 3), y acepta dirigir una sección del ministerio peruano de Agricultura en 1969, cuya labor dará paso a un decreto que reconoce a las comunidades nativas en 1974. Esta primera categoría legal permite el reconocimiento de la propiedad colectiva de la tierra por parte de los grupos indígenas de la Amazonía peruana. Esta violación de la neutralidad académica pregonada por otros miembros del mismo campo disciplinar, particularmente en Estados Unidos [5], inscribe a Varese en la larga historia de la antropología aplicada en el Perú. De hecho, parte de sus colegas ya pasaron por esta experiencia en la ex hacienda de Vicos (Grillot 2022). Es el caso de Mario Vásquez, contratado por Allan Holmberg como asistente en Vicos y luego como doctorante en Cornell, quien a su vez recluta a Varese en el ministerio. Por su parte, Richard Chase Smith, publicado por Varese en el primer (y único) número de la revista Kiario que fundó en 1969, es diplomado en antropología por la misma Universidad estadounidense y miembro del Cuerpo de Paz. Esta postura explica también el registro testimonial asumido y, por ende, parcialmente biográfico, de parte de sus escritos tardíos (Varese 2017; 2021). En efecto, estos textos consisten en una defensa del balance del gobierno militar en el tema de la reforma agraria –un trabajo que Varese continúa al participar en 1968 en un grupo de trabajo internacional, el International Work Group on Indigenous Affairs (IWGIA) y, en 1980, en el Tribunal internacional Bertrand Russell de los crímenes de guerra [6].

Segundo distanciamiento para con la neutralidad académica, la exploración antropológica hecha por Varese de la relación de los asháninka con el mundo parece responder a una búsqueda de utopía concreta, que desconfía de la esperanza en una felicidad colectiva siempre postergada para un futuro incierto. La postura de Varese difícilmente puede ubicarse en un espectro partidario. Sus viajes a las repúblicas socialistas yugoslava y polaca y a China popular (en las décadas de 1970 y 1990) refuerzan su apetencia por la inmanencia de las culturas indígenas, sin promesa ni proyección a futuro. Varese sigue aquí una lógica no muy ajena a la de David Graeber en su búsqueda de una antropología anarquista y su llamado a elaborar una “teoría de la felicidad política” (Graeber 2004) aunque, a diferencia de Graeber, él reafirma su compromiso con los dispositivos de políticas públicas en los que participó en un momento de ejercicio del poder, atípico por cierto [7]. Con todo, Varese no esgrime ninguna afiliación ideológica explícita aparte de la de una izquierda internacionalista. Se deshace de la herencia ideológica de la extraña revolución de Velasco y, de entrada, no sigue sus planteamientos enunciados en el “plan Inca”. Califica (¿para provocar?) sus tentativas políticas en la Amazonía peruana de “pragmáticas: quería poner a prueba algunos de mis tímidos conocimientos antropológicos” (Varese 2021 : cap. 20, p. 3). Su práctica de la antropología desde los Sures americanos le inspira igual desconfianza hacia el vecino norteño, a cuyo territorio su itinerario enamorado y luego familiar finalmente lo lleva. De hecho, de la experiencia velasquista, heredera de una historia política marcada por el antiimperialismo, Varese parece adoptar una postura de no alineamiento, que aplica a su antropología. Así, su breve encuentro con las poblaciones indígenas de Estados Unidos, a las que considera bastante afectadas por el consumismo, le convence de que su puesta en evidencia de otras maneras de ser en el mundo, en el Gran Pajonal peruano o en Oaxaca, responde a desafíos inmediatos, tercermundistas y luego descolonizadores, según los apelativos cambiantes que les da a lo largo de su propio itinerario también globalizado.

Al menos que –tercera pista posible que sugiere el tono más íntimo de su última obra (El arte del recuerdo, 2021)– esta práctica de la antropología ofrezca un consuelo ante la decepción posterior al freno puesto a la experiencia revolucionaria en 1975, su exilio coincidiendo con los años de violencia interna en Perú (1980-2000) y, luego, la implementación autoritaria de una vía neoliberal peruana. Este “arte del recuerdo” privilegia una aguda escucha del funcionamiento íntimo de la memoria hasta en sus dimensiones sensoriales y convoca a figuras de chamanes para aclarar ciertos episodios de su propia existencia, en un tono tierno mantenido por la escritura retrospectiva y una ironía que frena las lecturas demasiado literales de sus compromisos pasados y/o actuales. La irreverencia autobiográfica se expresa también mediante anécdotas que van desde mencionar las primeras reminiscencias sexuales hasta la evocación de las incontinencias nocturnas de su infancia. Aunque difícilmente pueda calificarse de autobiográfico, este ensayo deja entrever fragmentos de un itinerario todavía poco conocido –tal vez por los hiatos geográficos que lo acompañan, o bien por la dificultad que existe en Perú para ponerse de acuerdo sobre el sentido del legado velasquista (cf. nota 5). Con todo, Varese sigue siendo una figura clave de la historia intelectual y política peruana y sudamericana, que participa de lleno en la historia de los saberes antropológicos en las Américas –de su elaboración, sus circulaciones y sus usos. ¿Activista, diletante o disidente? La práctica de la antropología por Varese es una contribución al largo debate sobre la antropología aplicada (Singer 2008), aunque el término esté prácticamente ausente de su propio vocabulario y que su obra lo analice, lo cuestione e incluso lo subvierta.

Deslocalizaciones, transferencias, andanzas. Circulaciones fundadoras

El caminar biográfico de Stefano Varese está hecho de circulaciones a veces escogidas, otras veces padecidas, que lo convierten tanto en actor como en testigo de las evoluciones globales de la segunda mitad del siglo XX. Nace en Génova, Italia, en julio de 1939. Su padre es abogado y los padres de su madre libreros. Cortas migraciones internas para huir de las violencias de la Segunda Guerra Mundial marcan los primeros años de su vida. Tras los bombardeos después del desembarque en Italia en 1942, la familia se muda a Cavi y, en enero de 1943, llega a Prato Sopralacroce en los Alpes de Liguria para huir de los violentos enfrentamientos entre las tropas alemanas y los ejércitos aliados. Sin embargo, estas estrategias para esquivar el frente de batalla no protegen ni a Stefano ni a sus hermanos de un encuentro con las duras realidades de la guerra. También propician encuentros puntuales con algunas de sus figuras tutelares, en particular los italianos de la resistencia, a los que más tarde convocará, con Gramsci, en un intento retrospectivo por explicar su postura política de izquierda [8], cuando su familia hace gala de un conservadurismo que tiende a aceptar pasivamente el fascismo de Mussolini.

En los años posteriores a la guerra, cuando se enfrentan en Italia como en todas partes las superpotencias, su hermana mayor, casada con uno de estos partigiani, lo introduce en círculos activistas que analizan la situación italiana a la luz de las dinámicas globales. Así se entera del golpe de Estado instigado en 1954 contra el gobierno guatemalteco de Jacobo Árbenz Guzmán. Se trata de un acontecimiento mayor de la vida política y social sudamericana, ubicado poco antes de lo que podría llamarse el fin de los “años 1959”, un momento histórico centrado sobre la revolución cubana, su gramática antiimperialista y sus recepciones en el continente. Varese también enmarca este hecho inaugural en una secuencia global, comparándolo con otra ruptura política ocurrida un año antes en lo que todavía no se conoce como los Sures: el derrocamiento del gobierno iraní de Mohammad Mossadegh, con intereses petroleros como telón de fondo.

En esta época, Stefano Varese vive en Italia y todavía no ha tomado la decisión que, a sus 17 años, lo arranca de su lugar de nacimiento y permitirá el ejercicio de su futura profesión de antropólogo americanista, creando también una forma de deuda moral para con su madre, que aparece en la dedicatoria de su autobiografía (La sal de los cerros estaba dedicado a sus padre y madrastra). De hecho, la mirada que tiene sobre su propia trayectoria está marcada por el abandono de su familia materna en 1956 para reunirse, en una incómoda avioneta, con el padre adúltero que se instaló en Perú.

Este desplazamiento transatlántico lo lleva de entrada a recorrer el país, primero el litoral de norte a sur. Llega después a Piura en el litoral septentrional, hasta Lima donde se esfuerza por aprender una segunda “lengua franca”, el español, que se convertirá en su idioma predilecto de publicación. Las actividades anexas de su padre lo llevan de nuevo fuera de la capital, cuando Stefano trabaja como representante de la joyería familiar en las ciudades de la costa, o cuando descubre y “se enamora” de la Amazonía en Puerto Tocache, visitando a un amigo de su padre (Varese 2017). Estos desplazamientos geográficos le permiten aprehender un espectro social ampliado más allá de los círculos privilegiados de Lima en los que se mueve, descubrir la variedad de fenotipos que resultan de mezclas seculares de poblaciones (“descubrí a nuevas gentes, rostros inesperados, acentos jamás oídos y hasta lenguas desconocidas”, Varese 2017: cap. 5, p. 1), y beneficiarse de circulaciones intelectuales globales que, de alguna manera, parecen existir tanto en la Amazonía como en Lima. Así, el amigo del padre, parcialmente recluido, lee Life Magazine, traducciones españolas de Lenin o Engels publicadas por el Komintern, y los escritos de la prolífica generación sudamericana anterior, ya sea del periodista José Carlos Mariátegui, del antropólogo indigenista Luis Valcárcel, del pionero arqueólogo Julio Tello, del pensador anarquista Manuel González Prada, o bien del novelista Ciro Alegría, miembro de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). 

Estos desplazamientos continúan a lo largo de las décadas posteriores y caracterizan también la familia reconstituida que es la suya en Lima. Su hermano menor, nacido en 1949 y precozmente emancipado por el padre, viaja a Europa y luego al Medio Oriente, donde es sospechado de ser un agente de Israel, antes de continuar con sus peregrinaciones místicas y políticas en Nicaragua, donde participa de la revolución sandinista. Su hermana Chiara, nacida en 1953, viaja a Cuba a sus 18 años, y se convierte en niñera de los hijos de Raúl Castro. Empieza un itinerario de cineasta social que se interroga sobre los fundamentos democráticos sudamericanos (Imágenes para una democracia, 1986, realizado con el grupo Chaski). Estas vidas “con densidad latinoamericana” en términos de su hermano mayor (Varese 2021: cap. 13, p. 1) anclan durablemente la familia en las vigorosas polarizaciones políticas del subcontinente, que sacuden las redes de sociabilidad fundadas sobre la pertenencia social inicial. Los sobresaltos que suceden –sus hermana y hermano menores son sucesivamente encarcelados por sus actividades políticas– propician también algunas de las circulaciones que marcan el itinerario de Varese y lo orientan hacia el “autoexilio [9]”, introduciendo una ruptura fundadora para con su inserción académica, hasta entonces estrictamente peruana.

En efecto, de momento, tras iniciar su investigación doctoral en la Universidad Católica de Lima en 1963 bajo la dirección del antropólogo y médico francés Jehan Albert Vellard, pied-noir católico y conservador, Stefano Varese ingresa rápidamente en el campo universitario limeño. Sin embargo, su investigación lo lleva a reconsiderar la inserción amazónica en los canales de circulación globalizados, aunque sólo fuera mediante el contacto con los misioneros cristianos que trabajan en estas regiones consideradas como remotas por la capital productora de saberes. Parcialmente en desacuerdo con su director de tesis, que le sugiere obviar la lectura de los viajeros y de las fuentes coloniales sobre la Amazonía, recurre al personal religioso local para conseguir datos empíricos que no puede recolectar solo por falta de tiempo y de dinero. Así, el misionero católico italiano Pelosi le facilita una documentación de los siglos XVII y XVIII, traída del Archivo Central de la orden franciscana y de fuentes locales de sus conventos amazónicos, y el acceso a dos misiones establecidas en el corazón de la Amazonía central: la de Puerto Ocopa en el bajo Perené y la de Oventeni en el Gran Pajonal.

Una vez trabajando para el gobierno militar en 1969, la pobreza de la información entonces disponible sobre la Amazonía peruana lo lleva a recurrir al mismo contacto para hacer un diagnóstico de la situación de los pueblos indígenas. Pero Pelosi ya está escarmentado por los escritos de su antiguo protegido, que anuncian las declaraciones de Barbados. La afinidad de Varese con los partidarios de la teología de la liberación y sus interacciones con su principal representante en Perú, Gustavo Gutiérrez, le cierran ahora el acceso a cualquier fuente misionera católica. Varese y su equipo recurren entonces al Instituto Lingüístico de Verano (ILV) o Summer Institute of Linguistics (SIL), de obediencia evangélica (Capredon & Grillot 2022; Favier 2020). Aunque considerados fragmentarios, sus datos constituyen sin embargo una base imprescindible para empezar a realizar estimaciones demográficas y una descripción sociocultural de las poblaciones a las cuales se destinarán las leyes. Cuando, en 1974, se habla de la posibilidad de nacionalizar la base aeronaval del ILV en Yarinacocha en la Amazonía, para instalar ahí un centro de inteligencia militar de la ultraconservadora Marina peruana (“casi fascista”, Varese 2021: cap. 24, p. 2), Varese prefiere el statu quo a un cambio que le parece todavía menos favorable.

Pobreza de la información sobre una Amazonía marginal en la producción antropológica nacional e internacional, dependencia para con las instancias extrauniversitarias de producción de saberes sobre lo lejano: el ingreso de Varese en el campo universitario y la consultoría se desarrolla en un contexto limitado tanto por la historia de una disciplina marcada por aportes científicos “profanos” aunque religiosos, como por las realidades económicas peruanas. Marcos Cueto evidenció la precariedad de las condiciones de ejercicio de los oficios científicos en el Perú, incluso en los niveles más altos de la jerarquía académica (Cueto 1989). Parte del balance efectuado para los años 1890 a 1950 sigue vigente para las condiciones de financiamiento de la investigación en las ciencias sociales incluso después de este periodo, cuando el autofinanciamiento sigue siendo la norma, en un enfrentamiento brutal aunque solapado con las prácticas científicas llegadas desde Estados Unidos. Así, Varese cuenta sus interacciones con sus colegas tesistas en las mismas regiones y en el mismo periodo (Donald Lathrap, John Bodley, Gerald Weisss), envidiando sus exploraciones en profundidad posibilitadas por sus condiciones materiales de investigación. Su propia tesis sólo es moderadamente etnográfica y su enfoque histórico tal vez se explique también por estas limitaciones prácticas (Varese 1968; Chirif 2006).

Publicado en 1968, el manuscrito de su tesis, La sal de los cerros, se presenta como una etnohistoria de la resistencia indígena contra la colonización. En su segunda edición de 1974, la dimensión etnográfica se amplia. Varese destaca las autodenominaciones de las personas estudiadas, y los etnónimos asháninka y pajonalino se sustituyen al exónimo “campa” vigente hasta entonces. Las ediciones se multiplican, en tres idiomas, la repercusión de la obra se extiende más allá de Perú gracias a una tercera publicación en español en Cuba (2011) y dos traducciones al inglés en 2002 y al francés en 2015 por las ediciones L’Harmattan, tras un concurso organizado por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) (Favier 2019). En 2006, las prensas del Congreso peruano reeditan de nuevo el texto. En la actualidad, la Universidad limeña de San Marcos contempla una séptima edición que consagraría el éxito (trans)nacional de esta obra, que contribuyó a instaurar el uso del análisis etnohistórico (Calderón 2009), recurriendo a una tradición de antropología aplicada renovada a la que infunde una perspectiva crítica formulada en contexto antiimperialista. Este libro también marca un hito en el sentido que plantea el carácter disruptivo de la colonización en la trayectoria de un pueblo indígena, convirtiéndose así en una herramienta intelectual de la génesis de los estudios postcoloniales en el hemisferio.

¿Describir y/o defender?

Pese a las dificultades concretas encontradas en su investigación doctoral, en los años 1970 Varese continúa con su proyecto de descripción de la Amazonía peruana, no a pesar de sino más bien gracias a su ingreso al ministerio de Agricultura y, luego, a una instancia afiliada al Sistema nacional de apoyo a la movilización o SINAMOS (Cant 2017) y a la Organización Internacional del Trabajo. Varese justifica su elección de trabajar para el gobierno militar pese a su “impureza” revolucionaria, en nombre de un necesario “proceso de clarificación nacional”. Esto provoca el alejamiento crítico de buena parte de los círculos intelectuales peruanos y de los centros de investigación y universidades, que se han convertido después de la guerra en las instancias académicas legítimas productoras de saberes antropológicos. Pero ello no implica el abandono de su actividad científica como antropólogo.

Desde la División de comunidades nativas de la Selva del gobierno peruano, Varese se esfuerza por construir un compendio de saberes laicizados sobre la Amazonía –aunque basándose en una base de datos del ILV. Para ello, contrata a un personal formado en la universidad: el sociólogo Sergio Chang, su exalumno Jorge Osterling, así como “un pequeño grupo de voluntarios de la universidad” (Varese 2021: cap. 24, p. 10). Inicia con este equipo un primer estudio-sondeo sobre las comunidades indígenas del Alto Marañón, en la frontera con Ecuador, donde los militares han desarrollado un proyecto de colonización agrícola interna destinado a poblaciones andinas y de la costa en situación de pobreza. Este proyecto se inscribía en la línea de los planes del gobierno civil anterior de Fernando Belaúnde Terry (1963-1968), que llamaba a la “conquista del Perú por los peruanos”; participaba también de las duraderas tensiones geopolíticas con el vecino ecuatoriano acerca de la delimitación de la frontera (Bignon 2019).

El objetivo del estudio consistía en socavar el credo desarrollista invariablemente evocado cuando se trata de la situación de los chunchos (denominación despectiva dada a los indígenas amazónicos por parte de la élite criolla limeña). Varese y sus estudiantes, convertidos en colegas, confirman su hipótesis de partida con resultados recolectados en el lugar y transmitidos por un colega estadounidense, Brent Berlin. Según este estudio piloto, las poblaciones awajún tienen una economía sana, basada en el cultivo de alimentos adaptados a su medioambiente y la venta de pequeños excedentes a los colonos y los campamento militares cercanos, que les permite comprar bienes materiales como fusiles, municiones, machetes, motores fuera de borda, radios, pilas, telas u ollas. Más importante, el estudio evidencia un sofisticado control territorial indígena que obedece a una lógica social y medioambiental y explica la supervivencia de estos grupos humanos más allá de la conquista y de la creciente inserción de estas regiones en la economía de mercado desde finales del siglo XIX (García Hierro 2007). El estudio, destinado en primera instancia a convencer a los militares de modificar su visión desarrollista y dominante de la Amazonía y de su participación al porvenir nacional, desemboca en un informe que Varese califica de burocrático: el Estudio sondeo de seis comunidades aguarunas del Alto Marañón, publicado en 1972 por el SINAMOS bajo el título Las sociedades nativas de la selva: diagnóstico socio-económico del área rural peruana. 

Varese se basa sobre este estudio para algunas de sus intervenciones como antropólogo, en particular en la primera conferencia de Barbados (Barbados I) en 1968: los datos recogidos sustentan una ponencia titulada “Inter-ethnic relations in the Selva of Peru”, publicada en inglés en Ginebra bajo los auspicios de la Universidad de Ginebra y del Consejo mundial de las Iglesias… cuando la conferencia denuncia la perspectiva colonial de estas mismas iglesias en sus intervenciones entre las poblaciones amazónicas. Las sinuosidades de la práctica de la antropología por Varese articulan entonces aquí, a partir de un legado que también tiene que ver con las dinámicas de la antropología indigenista del medio siglo pasado, la paulatina construcción de legitimidad académica, la consultoría gubernamental, la dependencia hacia los saberes producidos en contexto misional y el activismo militante. Al respecto, Varese celebra irónicamente que la versión en español de su texto de Barbados I, publicada en Montevideo por las ediciones Terra Nova, haya sido secuestrada por la dictadura militar uruguaya y destruida por sus presupuestos socialistas y subversivos.

En este sentido, el trabajo de Varese se inscribe en la historia de un duradero debate interno de la disciplina: el de la pertinencia y de las modalidades de aplicación de los saberes antropológicos a las realidades sociales descritas, incluso a la elaboración concomitante de estos saberes, de su difusión y de sus usos inmediatos, en forma de legislación, de políticas públicas, de programas de intervención local o de juicios simbólicos como ocurrió en 1980 en el 4o Tribunal Russel. Poco antes del ingreso de Varese al gobierno militar en 1968, se desarrolla en el mismo año el 38º Congreso Internacional de los Americanistas en Stuttgart y Múnich, que marca las pautas del debate cuando, a iniciativa del noruego Helge Kleivan, se discute acerca del papel social de los antropólogos en un mundo cambiante marcado por la “opresión neocolonial de los pueblos indígenas”. Surge un proyecto para crear un grupo de trabajo que denuncie y luche contra las tendencias exterminadoras o por lo menos etnócidas de cualquier índole (gubernamentales, de las industrias extractivas) hacia las poblaciones amazónicas. La propuesta suscita un debate y el rechazo de David Maybury-Lewis acerca de la misión de la antropología –descriptiva antes que proactiva. Pero si bien Maybury expresa su incomodidad hacia un papel social que, según él, va más allá de las capacidades de la disciplina o incluso desnaturaliza su función inicial, cuatro años más tarde funda la asociación Cultural Survival, homenajeada por Varese que integra luego su directorio. La preferencia de Varese por una antropología a la que, en sus escritos, califica sucesivamente de activista, solidaria, comprometida, de emergencia y utópica, le merece en 2013 la otorgación del premio LASA/OXFAM America Martin Diskin Memorial Lectureship, una distinción que destaca desde 1998 el activismo de las Latin American Studies, en contraposición con la postura a menudo más pusilánime de las facultades de antropología de los Estados Unidos (Hale 2021).

Mientras realiza consultorías para la UNESCO, el Fondo Internacional para el desarrollo agrícola, la UNHCR y la Fundación Interamericana, Varese sigue adelante con su itinerario científico. Estudia a las poblaciones zapotecas y mixtecas en el Estado mejicano de Oaxaca, a los nahuas en el Estado de Veracruz, a los refugiados guatemaltecas en México, a los refugiados mejicanos en California, a las diásporas indígenas en América Latina, cuestionando las descripciones etnográficas fijistas heredadas de una antropología que, desde su tesis, él articula con una perspectiva etnohistórica más amplia. Esta oscilación entre descripción e intervención sigue siendo actual, en particular desde el recrudecimiento de las dinámicas neo-extractivistas a partir de finales del siglo XX (Svampa 2019: 45). Así, en Stanford, durante un homenaje a Stefano Varese en ocasión de la publicación de sus recuerdos, su colega centroamericanista Charles Hale hace hincapié en una tensión vivida y todavía vigente en la disciplina, en cuya historia reciente ambos han participado. Expresidente de la Latin American Studies Association (LASA) y miembro de la facultad de antropología de la Universidad de Santa Barbara en California, Charles Hale ha desarrollado métodos de investigación colaborativa, a los que también califica de activistas. Con todo, no duda en enfatizar la incomodidad que le produce la lectura del itinerario de Varese, y dice oscilar “entre, por una parte, una profunda admiración hacia la producción crítica, erudita y rigurosa de saberes y, por otra, un desprecio por la negativa a comprometerse que la performance académica suscita con tanta frecuencia” (Hale 2021).

Esta vacilación acerca de los usos legítimos y alternativos de los saberes impregna la historia de esta disciplina de metodología evolutiva (Poole 2008), desgarrada entre “la escuela de la Ciencia como saber y la de la Ciencia con utilidad práctica”, para prestarme los términos de Merrill Singer en su propuesta de balance de esta faceta crucial de la historia de la disciplina. Pero Varese desdeña reducir su práctica a la etiqueta categorial y metodológica de la antropología aplicada, definida como “el uso de los conceptos, métodos, saberes y del personal procedente de la antropología para tratar problemas socialmente definidos de la vida humana” (Singer 2008). Tampoco comenta demasiado el legado plural de los indigenismos peruanos y su variación antropológica (Degregori 2000) –probablemente porque la antropología aplicada, cuya trayectoria se cruza con la del indigenismo, nace de una historia atormentada de la que “puede decirse que dio lugar a lo mejor y a lo peor de lo que se hizo en nombre de la antropología” (Singer 2008). De esta manera, aunque recluta a ex participantes, Varese guarda silencio sobre Vicos, la experiencia fundadora de esta antropología en Perú, que suscita fuertes debates en la disciplina (Bolton et al. 2010).

Incomodidades antiimperialistas

Probablemente Varese se rehúse a reivindicar a Vicos por constituir una experiencia marcada por la guerra fría y la intervención estadounidense en el espacio hemisférico sudamericano. Galardonado en 2017 con la medalla Haydee Santamaría, otorgada por la Casa de las Américas y el gobierno cubano por su contribución a la amistad peruano-cubana, Varese encarna más el eco de 1959 en los Sures americanos que la influencia disciplinar del espacio académico estadounidense (Salvatore 2016). Así, prefiere la versión cubana del libro sacado de su tesis doctoral [10] a su versión en inglés [11]. La primera se publica gracias a la iniciativa de Roberto Fernández Retamar, director de la Casa de las Américas, de Silvia Gil, responsable de las ediciones de la misma institución y de Jaime Gómez Triana, responsable de un programa de estudios y de una colección sobre los pueblos originarios; La sal de los cerros es uno de sus primeros volúmenes publicados. A Varese le gusta esta edición, económica aunque limitada en términos de difusión: un papel barato y una formula editorial simple permiten, en su opinión, una comparación heurística con la versión de las prensas universitarias de Oklahoma, publicada gracias a la propuesta de un graduate student de Davis, que Varese había contactado para disponer de un material pedagógico en inglés y utilizarlo con los estudiantes de licenciatura, por lo general monolingües. Según Varese, esta versión es práctica pero cara, la calidad de la traducción cuestionable, y tiene poco éxito comercial.

Pero su trayectoria de vida no se libra de una ironía que su escritura restituye con ternura. La relación en principio hostil que mantiene con el vecino septentrional, que se nutre probablemente de una doble fuente sudamericana y europea [12], se ve complicada por las circulaciones, en particular amorosas, que tejen su itinerario. Varese encuentra en los años 1970, en la Amazonía, a la que se convertirá en su compañera, Linda, de la que sabemos poca cosa fuera de su curiosidad por la América meridional, las plantas amazónicas y su trabajo como profesora de inglés en el colegio limeño Roosevelt. Linda provoca la desconfianza de parte del gobierno revolucionario por su nacionalidad estadounidense (Varese 2021: cap. 20), al igual que el propio Varese también desconfió, pocos años antes, al encontrarse con antropólogos de Estados Unidos durante sus peregrinaciones amazónicas. Al parecer, al tejer lazos afectivos con esta mujer más conocida por su simple nombre, Varese llegó a distanciarse críticamente de su primera postura –“y la vida” también se encargó de sacudir ciertos prejuicios que seguía teniendo sobre la historia de Estados Unidos.

En efecto, una vez la pareja exiliada en México y luego establecida más permanentemente en Oaxaca donde nace su hija mayor en 1975, la necesidad de pasar la frontera surge en un marco de nuevo íntimo. En 1979, un imperativo familiar, debido a un problema de desarrollo de su hijo menor, ocasiona un nuevo desplazamiento de la pareja. Varese cuenta con humor los pasos de la frontera entre México y Estados Unidos ocasionados por estos desplazamientos. El hecho es que, una vez instalado en California tras años de un relativo deambular institucional en puestos precarios, las relaciones establecidas con sus colegas lo llevan a revisitar su visión de la historia de Estados Unidos, en particular gracias al historiador Arnold Bauer:

De él aprendí a revisar mis prejuicios un tanto inmaduros sobre la pobreza y la poca profundidad del movimiento socialista en los Estados Unidos. Siempre me recordaba que la desmemoria del movimiento era un fenómeno reciente; que, hasta los ochenta, intelectuales como Michael Harrington (fundador de los Socialistas Democráticos de América) cumplían la función de mantener estos ideales dentro de la plataforma del Partido Demócrata. Para Arnie, sólo en las dos últimas décadas la memoria del complejo pasado anarquista, socialista, sindicalista y pacifista del país se había diluido bajo la avalancha mediática neoliberal (Varese 2021: cap. 25, p. 3).

Varese presenta retrospectivamente la incomodidad de los desplazamientos –en general forzados, y que puntúan su itinerario individual y luego familiar– como el fermento de una flexibilidad ideológica y humana, en la que Varese encuentra relevos e interlocutores en Europa –en particular en Francia con Bernard Lelong (Chaumeil & Casevitz 1992) o Philippe Descola, encontrado en Ecuador durante los años de su doctorado, invitado a UC Davis (Universidad de California en Davis) y vuelto a encontrar en Francia; mantiene con él una intermitente relación epistolar.

En definitiva, Varese domestica paulatinamente al molesto vecino del norte, proveedor decisivo –aunque parcimonioso– de puestos de trabajo para muchos scholars meridionales. Incluso, su presencia en Estados Unidos fortalece, según él, su propia identificación como latinoamericano [13]. Al respecto, cita el texto autobiográfico del autor argentino-chileno-estadounidense Ariel Dorfman, Rumbo al Sur, Mirando al Norte, publicado en 1998 (lo lee un año después en su traducción al inglés, Heading South, Looking North), que pone en palabras y encarna las migraciones forzosas de los intelectuales perseguidos durante los años del Plan Cóndor. Para Varese, el exilio hacia México, invitado por Guillermo Bonfil Batalla –donde se asombra ante la abundancia bibliográfica en comparación con la escasez de fuentes sobre los estudios amazónicos en Perú– desbarató el “provincialismo [14]” de su pertenencia peruana inicial. Sus trabajos posteriores diversifican sus campos geográficos de estudio: después de Perú y México, vienen Chile, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Guatemala y Estados Unidos, donde investiga en particular las migraciones desde Oaxaca hacia California [15]. Junto con sus observaciones etnográficas, su propia experiencia migratoria lo lleva a cuestionar las prácticas sociales de movilidad hacia los Estados Unidos.

Formar escuela. La dimensión hemisférica de las Indigenous Studies

En los años 1980, Varese inicia una carrera universitaria estadounidense, en un inicio precaria: es dos veces Tinker visiting professor and researcher (1986, 1987), luego Ford Fellow (1987-1988) en Stanford, en la facultad de antropología primero y la de humanidades después. Su esposa lo anima a recurrir a sus conocidos que trabajan en diversas fundaciones (Inter-American Foundation et Pew Charitable Trusts) [16]. Estos trabajos de consultoría le permiten entrar en contacto con Dave Risling [17], cofundador con Jack Forbes [18], en 1970, de lo que se convertirá en una de las primeras facultades universitarias dedicadas a las Native American Studies en la UC Davis y consultor en el marco de la creación del Smithsonian’s National Museum of the American Indians en 1989. Varese consigue un contrato de visiting profesor por dos años (1988-1990) en el programa de Native American Studies (NAS), luego del cual se lo contrata excepcionalmente como full professor. Junto con Dave Risling y Jack Forbes, ambos de origen amerindia, Inés Hernández-Ávila (nez-percé/tejana) y George Longfish (seneca/tuscarora) y otros, Varese trabaja en la transformación del programa en facultad plena [19], que propicie institucionalmente una perspectiva hemisférica. Varese facilita la otorgación de una beca postdoctoral de Estado al antropólogo maya guatemalteco Víctor Montejo, que trabajará luego en la misma universidad antes de convertirse en ministro de la Paz y, luego, miembro del parlamento guatemalteco en los años 2000.

Los años mejicanos de Varese habían inaugurado una voluntad de contribuir a una praxis pedagógica orientada a los mundos indígenas, en continuidad con una reflexión-experimentación colectiva iniciada ya en los años 1970 en América Latina, por ejemplo en la Amazonía peruana (Favier 2020). La lectura de los textos de Paulo Freire, Ivan Illich, Orlando Fals Bordan y Amilcar Cabral inspira una concepción emancipadora y anticolonizadora de la educación en contexto tercermundista que debe repensar, desde sus saberes y sus transmisión, el proyecto estatal de naciones trabajosamente construidas. Los márgenes geográficos y culturales de sus territorios son terrenos privilegiados para observar el fracaso de una integración vertical, alcanzar una igualdad concreta y preservar la riqueza cultural inherente de estos espacios. En esta línea, Varese dirige entre 1981 y 1987 el programa de Culturas populares de Oaxaca promovido por el secretariado mejicano de Educación pública. Con 15 investigadores y 36 promotores indígenas bilingües, el programa apunta a elaborar e implementar proyectos “culturalmente adaptados” en las comunidades chinantecas, mixes y zapotecas del norte de la Sierra Madre en Oaxaca, o del sur de Veracruz. Ahí surgen figuras intelectuales zapotecas como Javier Castellanos, novelista y poeta, Manuel Ríos, historiador e investigador del CIESAS-Oaxaca, o la etnobotánica Sara Cruz.

En el marco institucional estadounidense, los vaivenes transfronterizos provocados por estos programas participan de hecho de las circulaciones intra-hemisféricas que estructuran duraderamente la disciplina antropológica como otras ciencias sociales.

También ancladas en un contexto universitario más amplio y marcadas por la creación de facultades de gender studies por ejemplo, estas innovaciones institucionales llegan a sacudir los cortes disciplinarios vigentes. Suscitan cierta hostilidad entre los antropólogos y los historiadores. Varese piensa que están ofendidos por el cuestionamiento paradigmático de los “relatos nacionalistas, euro- o americano-centristas [20]” propiciado por las Native American Studies (NAS) y que se difunde particularmente en los establecimientos de enseñanza superior de los nativos americanos, donde hasta entonces predominaban modelos teóricos poco impregnados del “punto de vista indígena [21]”. De hecho, esta renovación del paisaje institucional universitario viene acompañada por una revisión teórica que, según Varese, se fundamenta en el giro del movimiento de los derechos cívicos y el surgimiento de una categoría de intelectuales (entre ellos Charles Hale, por ejemplo) que aceptan la noción de imperialismo y participan, en los años 1980, en debates sobre los acontecimientos políticos en Nicaragua. Aun si, en los años posteriores, la situación en Medio Oriente parece alejar las miradas de América del Sur, los escritos de Edward Saïd ofrecen una herramienta teórica postcolonial aprovechada por las propios estudios nativo-americanos.

Escribir desde Estados Unidos sobre los Sures implica recurrir a un modelo de análisis marcado por la agitada historia de las relaciones interamericanas y de un panamericanismo polisémico y ambiguo. La historia de la antropología no es la excepción: desde los relativos “descubrimientos” de Hiram Bingham en Machu Picchu hasta la experiencia de Vicos, la disciplina está desgarrada por dinámicas y debates tanto científicos como jurídicos, morales y políticos (Rice 2018; Salvatore 2016). Trabajando en el norte –un destino marcado por los lazos familiares pero también parcialmente vivido como forzoso–, Varese pretende cuestionar –¿y subvertir?–, mediante su práctica profesional, una historia de “conquista disciplinaria” forjada ya desde finales del siglo XIX.

Elementos de conclusión

A los desplazamientos constitutivos del itinerario de Varese se sobreponen ciertos descentramientos efectuados en el seno de la disciplina que escogió, la antropología, desde el eurocentrismo hacia un ideal de descolonización, en particular intelectual. Varese participa también de un movimiento de traslación de un foco regional inicialmente orientado hacia los Andes (centrales cuando inicia su carrera) hacia la Amazonía. Al respecto, Varese forma escuela e incluso aparece como precursor para la siguiente generación, como cuenta su joven colega Alberto Chirif en el prefacio de la cuarta edición de La sal de los cerros:

Recuerdo bien el verano de 1966 cuando Stefano Várese presentó su tesis, una investigación de carácter etnohistórico sobre los Asháninka (en ese tiempo aún llamados Cmpa), para graduarse en el entonces Instituto de Etnología y Arqueología (creo que así se llamaba) de la Universidad Católica, que funcionaba en el Instituto Riva Agüero. Fue a fines de marzo. Dos años más tarde, la Universidad Peruana de Ciencias y Tecnología, de fugaz paso por el mundo académico nacional, publicó su trabajo con el nombre de La sal de los cerros. Era la primera edición de un libro que marcaría un hito en la historia de los estudios amazónicos en el Perú […]. Para mí, 1966 fue el año en que me encontré afuera de la universidad, no por haber terminado mi carrera sino por haberla abandonado. Había tomado la decisión de apartarme de ella a fines de 1965, luego que un primer año de estudios en sociología en la Universidad Católica amenazara con secarme la imaginación y me impulsara a recurrir a la terapia del cultivo de la tierra. Disponía de tiempo para la lectura, y esto fue lo que hice con La sal de los cerros, que Stefano había repartido generosamente entre sus amigos. Por entonces, más allá de un par de viajes en la etapa postescolar y de algunos referentes familiares […], para mí la selva era un ambiente desconocido y sin más atractivo, en lo particular, que el de su exuberancia y, en lo general, que el que evocaba y aun evoca en mí el significado de la palabra viaje: cambio, movimiento, descubrimiento y placer visual, vital. La visión diferente sobre la región y sus pobladores originarios que presentaba el libro de Stefano comenzó a despertar en mí un interés especial por esa realidad, que no mencionaría si sólo se hubiese tratado de un sentimiento estrictamente personal y no, como en verdad fue, algo que afectó también a otros de mi generación y a algunos más jóvenes. Por eso es que creo importante evocar estos recuerdos. […] Hago ahora algunas digresiones de carácter personal porque la lectura del libro de Stefano Várese y, sobre todo, la amistad con él, cambiaron el curso de mi vida ese año 1966, cuando decidí abandonar mi efímera vida de agricultor a fin de regresar, en 1967, a la universidad, esta vez a San Marcos, primero, para estudiar antropología y, muy rápidamente, para definir mi vocación de trabajar con pueblos indígenas de la Amazonia (Chirif 2008 : XX).

Así, el vuelque de perspectiva intelectual operado por el trabajo de Varese marca un hito: ya no se evoca a los indígenas de la Amazonía en términos de relativa “pobreza” dentro de una comunidad nacional, sino que se les presenta desde una perspectiva endógena que pone en evidencia la “riqueza” socio-medioambiental de sus mecanismos productivos y la creatividad política de sus usos de ejercicio del poder. Se trata casi de un golpe de Estado ideológico, acompañado por un periodo extraacadémico al servicio de una praxis gubernamental alabada por su audacia, pero cuyas herencias racistas seculares Varese pretende modificar. Su gesto antropológico hace escuela. Así, Alberto Chirif acompaña la organización de los grupos indígenas de la Amazonía en federación nacional (Favier 2020; Romio 2017). Aunque la experiencia revolucionaria se detiene de cuajo en 1975, otros antropólogos después de Varese practican la disciplina con una filosofía similar, que mezcla la inserción universitaria con las colaboraciones con instancias no académicas –puesto que la fragilidad del sistema peruano obliga además a diversificar las fuentes de financiamiento. El pronto recibimiento de la séptima edición de La sal de los cerros nos dirá si se trata de un homenaje a una figura ya “histórica” y, por ende, anticuada de la práctica de las ciencias humanas y sociales en el Perú contemporáneo, o si las discusiones en curso acerca del neo-extractivismo y su impacto en las comunidades y territorios indígenas (Svampa 2019) invitan a reactualizar una postura intelectual atenta a sacudir las líneas de una democracia heredera de décadas “anti-política[s] [22]” (Degregori 2000) y, también, de un mundo universitario peruano en crisis (Cuenca 2015).

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[1Estas declaraciones tienen lugar después de dos reuniones en 1971 y 1977 en las que, a iniciativa de Georg Grünberg, participan antropólogos que pretenden adoptar un punto de crítico hacia los procesos de “fricción étnica” en las Américas (Hernández Reyna 2018).

[21968: La sal de los cerros, Lima: Universidad Peruana de Ciencias y Tecnología; 1974: La sal de los cerros. Aproximación al Mundo Campa, Lima: Retablo de Papel/INIDE/Ministerio de Educación; 2006: La sal de los cerros. Resistencia y utopía en la Amazonía peruana, Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

[3Salt of the Mountain: Campa Asháninka History and Resistance in the Peruvian Jungle, Norman: University of Oklahoma Press, 2002, traducción al inglés de Susan Giersbach Rascon. Résistance et utopie dans l’Amazonie péruvienne. Le sel de la montagne, París: L’Harmattan, 2015, 274 p., traducción al francés de Jean-Noël Pappens.

[4Además de los textos publicados en su carrera intelectual, utilizamos aquí documentos entregados por S. Varese (su CV y la lista completa de sus publicaciones elaborada en 2017, que reproducimos aquí en el dossier documental en la sección Nota e Herramienta de Investigación) y una entrevista realizada el 15 de julio de 2022. La autora agradece a S. Varese por haber aceptado atender esta entrevista y autorizarla a consultar estos documentos.

[5Varese reflexiona sobre el número creciente de antropólogos estadounidenses en la Amazonía peruana después de 1968 y sus motivaciones geopolíticas. Parece sospechar una relación entre la otorgación de becas doctorales en estos territorios y las inquietudes de Estados Unidos acerca de las dinámicas políticas impulsadas en Perú por el gobierno militar. Cf. Varese 2021, nota 27.

[6Tribunal de opinión fundado en 1966 por Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre para denunciar la política de los Estados Unidos en el contexto de la guerra de Vietnam. Otros tribunales seguirían el mismo modelo, utilizando el nombre de “Tribunal Russel”, para denunciar violaciones de los derechos humanos.

[7En 1968, un golpe de Estado militar depone el gobierno civil de Fernando Belaúnde Terry, acusándolo de haber concluido con compañías petroleras un contrato demasiado favorable para ellas. El general Juan Velasco Alvarado establece un “Gobierno revolucionario de las fuerzas armadas” que procura en los años siguientes reducir la pobreza y las desigualdades en Perú, a partir de un “plan Inca” elaborado en el mismo año 1968, lo que lo lleva a nacionalizar varios sectores económicos considerados como estratégicos. Lleva también adelante una amplia reforma agraria que sacude el poder económico de los grandes terratenientes. Así, hasta 1975, el gobierno militar quiere proponer una vía alternativa al debate global impuesto por la guerra fría. Por ello, esta experiencia constituye una notoria excepción en el ciclo político iniciado por las dictaduras del Cono Sur en las mismas décadas, al punto que pudo ser calificado de “revolución atípica” (Aguirre & Drinot 2017).

[8Ver el capítulo 9, “¿De donde la izquierda?” de su autobiografía, El arte del recuerdo (2021).

[9Entrevista telefónica con S. Varese, 15 de julio de 2022.

[10Stefano Varese, La sal de los cerros, La Habana: Casa de las Américas, 2011.

[11Stefano Varese, Salt of the Mountain. Campa Asháninka History and Resistance in the Peruvian Jungle, Norman, University of Oklahoma Press, 2002.

[12Varese menciona los debates que suscitó en Italia el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz en Guatemala. En Europa, los años 1950 ven surgir manifestaciones contra la política estadounidense (en particular en Corea), por ejemplo las que se organizaron en Francia e Italia contra la llegada del general Ridgway en 1952. En los años posteriores la movilización es aun más fuerte en Italia: la izquierda italiana (comunista y más allá) protesta contra el arresto del cineasta Renzo Renzi por su proyecto de película que denuncia las violencias perpetradas en Grecia por el ejército italiano entre 1940 y 1943 (agradezco a Olivier Forlin por estas informaciones).

[13“Me reidentifiqué como latinoamericano. México me aprendió a distanciarme y acercarme a la vez de América latina. Por ejemplo, reconsideré Chile, con sus poblaciones mapuches; me interesé a Guatemala, a los campos de refugiados. Me reubiqué como latinoamericano, con una visión más amplia, menos provincial, que me llevó a romper el etnocentrismo nacional, a considerar un mundo mas dinámico” (Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022).

[14Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022.

[15“También me reubiqué en relación a los Estados Unidos, con la cual América latina tiene una relación terriblemente ambigua, que ilustra el fenómeno de las migraciones. ¿Qué es ser mexicano hoy? Si tomamos el ejemplo de las poblaciones yoeme, hay yoemes en Chihuahua, hay yoemes en Arizona” (Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022).

[16Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022.

[18UC Davis scholar Jack Forbes advocated for indigenous peoples”, 2011:

https://www.ucdavis.edu/news/uc-davis-scholar-jack-forbes-advocated-indigenous-peoples

[20Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022.

[21Entrevista con S. Varese, 15 de julio de 2022.

[22A la experiencia revolucionaria llevada adelante por los militares en Perú sucede un retorno a la democracia, de inmediato perturbado por el estallido de un violento conflicto interno a la cabeza del Sendero Luminoso. El conflicto se apaga en el marco de una autoritaria recuperación del control político iniciada en 1990 con la presidencia de Alberto Fujimori, condenado luego por corrupción y crímenes contra la humanidad. Los análisis desarrollados en las ciencias sociales sobre estos años oscuros, empezando por la obra del antropólogo Carlos Iván Degregori, enfatizan el déficit democrático y la pérdida de vitalidad del debate político provocados por esta década calificada luego de “anti-política”. Varios análisis, en particular desde la ciencia política, los consideran como uno de los factores de la duradera crisis institucional del sistema político y, por ende, la sociedad peruana.