Hijo menor del comerciante Antonio de Acosta y de Ana de Porres, de familia aparentemente acaudalada. La pareja tuvo en total 3 hijas y 6 hijos, 5 jesuitas (Jerónimo, Cristóbal, Diego, Bernardino y José) y 2 religiosas (María y otra). Su hermano Diego es enviado tempranamente a Roma (junto con el P. Mariana), ocupando diversos puestos de profesor en Italia y Flandes, muriendo en 1585 como provincial andaluz con 51 años. Jerónimo y Bernardino son prefectos en Castilla y en Nueva España, respectivamente, y su hermana María es nombrada en 1592 abadesa perpetua del convento Jesús María, de Valladolid. Su propio padre fue un generoso patrócinador con los jesuitas cuando ingresaron sus hijos en la Compañía (1552-56). Se ha discutido mucho sobre el origen converso de la familia de Acosta y sus consecuencias morales, claramente reconocidas dentro de la Compañía (al final de su vida, 1593) justamente cuando se prohíbe el ingreso de los conversos de modo genérico.
Acosta ingresó muy joven en la Compañía de Jesús en 1552 (10 de septiembre) a la edad de 12 años, junto con 2 hermanos mayores: “a los dos años [con 14] le hicieron profesor de sus paisanos y compañeros en el aprendizaje de la gramática” (Lopetegui, 1942: 26, = Lop.). La gramática [latina] era básica en la enseñanza jesuita de la época, porque ofrecía a los clásicos un camino para manejarse en letras, filosofía y ciencias modernas (Dainville, 1940): su excelente dominio del latín le permitió a los 15 años redactar varias de las cartas cuatrimestrales al P. General (San Ignacio), y componer varias comedias y autos bíblicos en latín a los 17. Antes de pasar al grado siguiente de estudios (Filosofía), de acuerdo con el proceder jesuita pasa de 1557 a 1559 por varios colegios de Castilla y Portugal enseñando humanidades y gramática latina. Allí en Lisboa y Coimbra conoce misioneros que parten para la India, Japón o Brasil, y nace entonces su proyecto de actividad misional. De 1559 a 1567 reside en Alcalá de Henares cursando Filosofía y Teología, con varios maestros de la Escuela de Salamanca que versan frecuentemente sobre las guerras de conquista, en particular de Perú. Los catálogos jesuitas de Alcalá hablan sistemáticamente bien de sus estudios, pero advierten todavía de sus problemas de salud (“El dolor que solía tener del pecho es muy poco o casi nada”, Lop., 1942: 616). Sobre sus aficiones personales tempranas, declaró en 1561 al P. Jerónimo Nadal estar inclinado ’más a Filosofía que a letras humanas’, lo que puede ser significativo para entender sus intereses teórico-filosóficos dentro de la misión y de la etnografía americanas.
Sacerdote en 1567, es destinado como profesor de teología a los colegios jesuitas de Ocaña y Plasencia: y todos hablan ya de sus méritos para enseñar y predicar. Por ello se le propone en 1570 como profesor en el Colegio Romano, luego Universidad Gregoriana, pero Acosta vuelve a pedir ser destinado a misiones americanas. En realidad, hubo también razones de salud y de tipo político (exigencias de Felipe II y de la corte de no llevarse fuera a los talentos hispanos) que impulsaron al P. Borja a dejarlos en España o enviarlos a las Indias (no al extranjero). También la nueva situación jesuita en Perú (enredada desde los años 1540 en problemas morales diversos, en relación con las reformas pedidas por el P. Las Casas) demandaba una buena cabeza para afrontar difíciles asuntos políticos y misionales. Esta amplísima región andina del Perú sería la primera provincia jesuita estable en la América española, a partir de 1568. A su llegada, había ya cambiado notablemente el panorama misional americano del descubrimiento (1492 las Antillas, 1519 Nueva España y 1532 en Perú), pues se habían acabado las conquistas y las encomiendas, tras varias crisis imperiales que condujeron a las Leyes Nuevas de 1542 –inspiradas por Las Casas– y a las guerras civiles del Perú contra su cumplimiento. El requerimiento de jesuitas formaba parte de este programa de reforma, que incluyó nuevos colegios americanos bajo el espíritu de Trento. El nuevo virrey peruano Francisco de Toledo (antiguo miembro del séquito imperial, como su amigo el general jesuita) solicita desde 1568 al P. Francisco de Borja la colaboración misional de su orden, y la formación de colegios oficiales con facultad pontificia (Universidad de San Marcos): en su séquito personal de 1569 iban al Perú 22 jesuitas, la segunda expedición peruana, y de hecho el primer provincial P. Portillo le acompañará luego como confesor a la visita general peruana. Como Toledo le sigue pidiendo jesuitas de valía, Borja señala a Acosta por tener “las cualidades que para esa misión tan importante se requieren; y […] aun de los que acá nos hacen falta”.
Acosta llega a Lima el 28 de abril 1572 y permanece hasta junio de 1573. Halla en Lima a 12 padres y 11 hermanos; a Cuzco fueron 2 padres y 6 hermanos (en total 34, con Acosta y sus dos compañeros de viaje). Realiza su cometido previsto: predicar, dictar clases de teología y “disputationes” públicas en el colegio jesuita y confesar. Los testimonios que nos quedan de estos primeros tiempos de Acosta son muy positivos, aunque escasos: al semestre de su llegada dice el P. Zúñiga, rector del colegio jesuita de Lima: “aunque predicase tres veces al día, no se cansarían de oírle… El los confiesa a todos y hace oficio de maestro de novicios”.
Llamado por su provincial, viaja al sur andino de mayo de 1573 a octubre de 1574, donde podrá conocer al virrey Toledo (de visita por el sur del país) y ver de primera mano las ciudades indígenas de Cuzco (4 meses), Chuquisaca (La Plata, hoy Sucre, 2 meses), y alguna semana en Chuquiabo (La Paz), Andahuaylas, etc. Observa también las nuevas reducciones de indios que está formando el virrey y las minas de Potosí en funcionamiento pleno (que describirá ya en su tratado misional de 1576). En general, conoce por sí mismo en estos dos primeros viajes la complicada naturaleza peruana, que describe luego en sus obras: atraviesa la puna andina a más de 4.000 metros y sufre por ello el “soroche” o mal de montaña, pero también debe salvar ríos tumultuosos como son los peruanos a lomos de bestias o de indios, y siempre tomando notas curiosas (mide el puente del Desaguadero en Lago Titicaca, y las ruinas de Tiahuanaco). En este viaje se encontrará sobre todo con el famoso abogado y corregidor de La Plata (Chuquisaca) Polo de Ondegardo, su casi paisano y su fuente principal para la etnografía local, que morirá poco después (1575). En realidad la obra de Polo se conocerá durante mucho tiempo a través de las citas y resúmenes de Acosta, directa o indirectamente. Entonces conoce también en Chuquisaca al virrey Toledo, que le acoge e incluso le invita a acompañarle a su excursión al lejano río Pilcomayo, contra los temibles chiriguanos.
De regreso a Lima vuelve a sus ocupaciones de cátedra y púlpito, pero ahora además es incorporado a la Inquisición como consultor, a partir de septiembre de 1575, en el juicio incoado al dominico Fr. Francisco de Cruz, que termina en la hoguera acusado de herejía y rebelión política. En realidad su actuación inquisitorial es más como teólogo que como juez o fiscal, pero sus relaciones familiares con la Inquisición serán útiles a la Compañía tanto en Perú como luego en España. El virrey quiere ver a los jesuitas incorporados en el sistema misional y colonial, lo que va a producir una primera división de opiniones en 1576/79, coincidiendo casi exactamente con el provincialato de Acosta (1576-81): en ese tiempo el virrey y la Inquisición persiguen también a varios jesuitas (Portillo, Fuentes, al propio Plaza), por sus opiniones y falta de colaboración. El provincialato de Acosta coincide totalmente con la ausencia de superior eclesiástico en el virreinato peruano (muerte del arzobispo Loaysa en 1576, y llegada de Fr. Toribio de Mogrobejo en 1581), y mientras tanto, todo el gobierno peruano está en manos del virrey, como autoridad omnímoda que quiere invadir ese ámbito (se trataba de un virrey soltero, caballero y religioso).
En medio de todo ello, Acosta tendrá que desplegar una enorme actividad, dirigiendo además el colegio jesuita de Lima (rector desde el 1° de septiembre de 1575), y recorriendo los diversos enclaves en su visita bianual de Provincial (haciendo “más que cuatro hombres”, dirán los informes de la crónica anónima del Perú en 1600). No deja por ello de producir material teológico, especialmente sobre cuestiones misionales: a este tema se dirige la primera congregación provincial de 1576, convocada y convertida por él en un pequeño congreso misional, base de su tratado misional de ese año: “la minuta […] de su libro, fruto en parte de estas reuniones” (Lop., 157). Las discusiones y decisiones principales de esta congregación provincial convocada por Acosta –que a su vez anunciaban gran parte del próximo concilio limense de 1582/83– son las siguientes: a) Seleccionar para la Compañía un método misional propio: no el común de las doctrinas estables con un misionero aislado, sino otro de ‘misiones’ periódicas, a combinar con el sistema de colegios de indios nobles (Juli, Huarochiri o Cercado de Lima) o con el de Potosí, que son residencias estacionales (ni parroquias ni colegios). Hay un marcado interés en que los propios indígenas tomen el control misional: interesante a este respecto algunos capítulos de su Historia Natural y Moral de las Indias (HNMI), en especial el cap. 28 del libro VI sobre las fiestas de los indios. b) Un asunto importante derivado de la primera congregación, que transmiten las cartas de los ‘generales’, es la discutida admisión del clero mestizo y criollo. El P. Acosta prosigue siempre en su aceptación de sacerdotes indianos, como muestra su defensa persistente del colegio de hijos de cacique en Juli, único existente entonces y “por los que tantas veces interviene el Padre Acosta” en el concilio (Lop., 400). Tal vez sea mérito del P. Burgaleta (1999) subrayar en su biografía su interés por Juli, llamándole ”la niña de sus ojos”. Se compuso además en la primera congregación provincial un reglamento provisional (que firman Plaza y Acosta) para ese colegio, a donde se dirige Acosta inmediatamente tras concluir la 1ª congregación jesuita en Cuzco.
Para la fecha en que se envían a Roma las actas de la congregación, el P. Acosta tiene también listo su tratado misional, que dedica primeramente al P. Mercuriano (24.II.1577). Sabemos poco del proceso de censura oficial del tratado misional (no parece que la hubiese, a pesar de las sospechas de L. Pereña 1984), pero nos consta la autocensura jesuita sobre “episodios de la conquista o determinadas calificaciones sobre el trato de los indígenas, y costumbres de algunos doctrineros y encomenderos” (Lop., 219). Además de la edición salmantina (1588 y 1589), salieron luego 3 ediciones latinas en Colonia, Lyon y Manila en los siglos XVI, XVII y XIX, y hay que añadirles tres versiones castellanas en el s. XX (Mateos y Pereña). Estas ediciones sucesivas inducen a pensar en el éxito generalizado de esta obra, extendido incluso a las Indias orientales, fuera de los circuitos jesuitas y peruanos en que fue concebida. El tratado misional es resultado final de muchas manos (no solo del P. Acosta) donde se abordan problemas derivados de la conquista española, de la capacidad indígena para el evangelio, de la necesidad teológica de la misión y de los sacramentos cristianos, y en general de los diversos métodos misionales a emplear por los católicos en función del nivel cultural de los evangelizados. Esta idea “condicional”, de sabor claramente antropológico, se desarrolla sobre todo en el proemio al lector, redactado poco después y más personalmente por el autor principal, el P. Acosta.
Por otra parte, la contribución teológico-pastoral de Acosta en Perú no se agota en sus escritos personales, debiendo completarse con su notable actuación conciliar. El concilio III de Lima (1582‑83) es famoso porque, por excepción, sus actas serán aprobadas civil y eclesiásticamente en menos de un decenio (1583-91) y quedarán vigentes por más de dos siglos, casi hasta la Independencia (G. Durán 1982 y Lop., p. 503). En todo ello puede considerarse clave la actuación del P. Acosta, ya que no solamente fue el teólogo más activo en toda su duración (15 de agosto de 1582- 18 de octubre de 1583) y predicador solemne en dos de las cinco sesiones públicas, sino también el redactor personal de las actas (1583-84), el coordinador de los documentos conciliares de interés misional (doctrinas cristianas, confesionarios, catecismos y gramáticas, 1584-86), su defensor contra los solicitantes en Madrid y Roma (1588), y finalmente el coordinador de la edición de las actas con aprobación papal y real, solicitada por él en Roma y Madrid (Madrid, 1591).
En este concilio se debatieron muchas cuestiones (eclesiales, económicas, sacramentales…) pero también algunas misionales y etnográficas, de las que importa decir que sus principales textos evangélicos se tradujeron al quechua y aymara, y con ellos excelentes documentos de interés etnográfico (Polo de Ondegardo). El prestigio ‘misional’ que rodeaba a los jesuitas (imprimiéndose los catecismos y doctrinas en su casa, por exigencia de la Audiencia limeña) tiene que ver con la experiencia exitosa de Juli, y su interés marcado por el aprendizaje de lenguas indígenas: el propio Acosta ‘añadió’ un gran mérito a su prestigio por apadrinar este ensayo misional en 1576. Es verdad que los concilios limenses anteriores (1555 y 1567) habían elaborado catecismos, doctrinas y confesionarios, y fomentado su traducción a las lenguas locales; pero no se publicaron. Los trabajos de impresión del III concilio duran hasta el verano de 1585, lo que detiene al P. Acosta de embarcar en marzo con la flota de ese año: merece la pena señalar que se trata de los primeros libros editados en Sudamérica. Nos consta de muchos modos su acuerdo conciliar con el obispo Mogrobejo, como cuando lo expresa en carta al Papa: “José de Acosta […] no solo asistió a todas las cosas [del concilio] sino que por experiencia y fe, digna de elogio en Cristo, produjo no poca utilidad a esta iglesia”.
Antes de regresar a España, funda en 1583 un colegio para ‘naturales’ y ‘criollos’ nacidos en América del Sur (llamado ‘San Martín’ en honor del virrey Martín Enrique, su protector recién llegado de México), para el que va a lograr pronto en Madrid y Roma todo género de ayudas (becas, bulas, festividad local, etc.). Esto reafirma su apoyo a la educación sacerdotal de los hijos de caciques, por su conocimiento de la lengua local, ya defendida en Juli y en el concilio límense (Lop., 400). Acosta muestra su apoyo final al clero indiano y mestizo, ayudando anónimamente a que se revoque en Madrid (1588) la cédula real de 1578 contra su ordenación. Pero, antes de ir a defender la obra del concilio en Madrid y Roma, Acosta va a residir un año en México, donde vive su hermano Bernardino (rector del colegio de Oaxaca, llegado en 1579). Como en Perú, Acosta busca informarse de las novedades naturales y morales locales –así como de las Indias Orientales, cuyas noticias llegaban a España por México–, y continúa preparando sus obras a publicar en Madrid, en particular la Historia natural y moral de las Indias (Sevilla, 1590). En esta obra va a destacar especialmente –aunque ya estaba sugerido en el proemio al tratado misional de 1582– el modelo selectivo a aplicar como método misional: uno llamado ‘apostólico’ o persuasivo (no coactivo), para el conjunto mejicano/peruano, dado que son las dos sociedades más “políticas” o civilizadas del Nuevo Mundo (como en Asia lo son China, la India y Japón). Acosta toma noticias directas de China, a través de su compañero de viaje a España el P. Sánchez y de los propios chinos hallados en México (Guatulco), al desembarcar. Pero, sobre todo, se relaciona localmente con otros jesuitas como el P. Tovar –su informante principal sobre México, como lo fue Polo sobre Perú– para conocer las antigüedades mejicanas de su boca y a través de un códice nahuatl, que llevó consigo junto con un calendario indígena (códice y calendario Tovar, ahora en la biblioteca John Carter Brown, de Providence, USA).
El enviado limeño logra en Madrid la sanción del evento conciliar (urgido por Felipe II desde 1580), y prosigue poco después su camino su camino a Roma, donde el embajador español tiene órdenes de favorecer el concilio, incluso la parte de que ha reclamado el clero español del Perú (multas por juegos y lucro, tasa para los colegios/seminarios locales, aprendizaje de lenguas...) . Acosta logra ser escuchado en Roma con la misma eficacia que en Madrid, como se deduce de la protección obtenida del secretario papal Carafffa, a quien dedica dos tratados suyos traídos de Perú (De Christo Revelato, y De Temporibus novissimis, Roma, 1590). La edición de las actas del concilio se hace inmediatamente en Madrid, en 1591, firmando la carta dedicatoria al presidente del Consejo de Indias como ‘Acosta S. I. theologus’, y poco después se emite la cédula real de Felipe II de 18-IX-1591, ordenando su cumplimiento. Logró plenamente la confianza del rey, que le recibió por lo menos una docena de veces llamándole también a la consulta de temas diferentes de gobierno peninsular (por ejemplo, para evangelizar a los moriscos del reino de Valencia, poniéndole a la cabeza de un gran equipo de misioneros con experiencia indiana). Le dedica en 1588 su tratado misional, y en 1590 la Historia natural y moral de las Indias a su hija predilecta, la princesa Isabel Clara Eugenia (futura gobernadora de los Países Bajos, que asistía ya a sus sesiones de estado, H. Kamen, 1997).
Acosta emplea esta confianza real para asumir la representación de la Compañía de Jesús en España, por encargo del P. general Acquaviva, y evitar que la Inquisición interfiriese en su funcionamiento y estatutos. Por otra parte, numerosos jesuitas españoles habían enviado ‘memoriales’ a la Inquisición acusando de abusos de autoridad al nuevo prepósito jesuita (Acquaviva, noble napolitano que no confiaba tantas responsabilidades a los miembros hispanos, como sus predecesores): ante ello, el rey había acordado realizar una visita a las casas profesas para escuchar estas quejas y examinar la resistencia jesuita a sus deseos. El general confiaba en la capacidad de Acosta, habida cuenta de su experiencia inquisitorial en Perú: acabada la gestión en Roma, le encomienda que convenza al rey de no permitir la visita ajena a la Compañía (incidentes contados con detalle por el P. Astrain 1909, tomo III). Efectivamente Acosta lo logra a largo del año 1590-91, pero la Inquisición sigue exigiendo al rey la visita externa, a lo cual propone Acosta reunir una congregación general jesuita en Roma, que puede compensar el supuesto abuso de poder. A pesar de las reticencias de Acquaviva (que le retira su confianza), el rey y el Papa apoyan esta solución interna de la congregación general, que se celebra a fines de 1593. Tras ésta y cediendo algunos privilegios, la Compañía logra mantener su independencia relativa de los poderes inquisitoriales españoles, como había previsto Acosta. Aparentemente vuelve la armonía entre Acosta y el general, que le mantiene de rector de la casa profesa de Valladolid (1592-95) y luego de Salamanca (1596-99); sin embargo, aún se ofrece en las historias jesuitas una imagen de ‘miembro rebelde’ y aún se atribuye esta cualidad a sus orígenes conversos –conversos que justamente ven entonces cerradas las puertas de la Compañía (decreto 52 de la V Congregación de 1593, que el propio Astrain reconoce contrario al espíritu jesuita).
El P. Acosta dedica el final de su vida al funcionamiento interno de las casas jesuitas que rige y a preparar la edición de algunos tratados inéditos, especialmente sermones y estudios sobre las Escrituras- Pero puede conocer el inicio de las sucesivas traducciones a lenguas extranjeras de su Historia indiana (en 1596 la única italiana, con cierta censura eclesiástica en el libro V, y en 1598 las tres primeras versiones francesa, holandesa y alemana: de donde saldrían la latina en 1601 y la inglesa en 1604). Por esta razón tiene interés especial esta obra no estrictamente religiosa de su producción intelectual, que le ha hecho más famoso en nuestros días. Aparte de la influencia ejercida sobre la literatura de viajes en su tiempo y en la posteridad (mucha de ella oculta en el anonimato), las citas de su obra son abundantes entre los historiadores de los s. XVII y XVIII que se ocuparon de los pueblos americanos. Puede decirse que creó un género exitoso hasta finales del s. XIX, el de las ‘historias naturales y morales’, siendo la suya la primera que se tituló así (Del Pino, 2000). El éxito público de esta obra se da todavía en versión castellana (siendo todavía en este momento posiblemente la crónica indiana más editada en castellano: FCE, BAE, Historia 16, Tavera, AECI, Facsímiles diversos) y extranjeras (japonesa, francesa, italiana, inglesa). Se trata de una obra de lectura fácil, que mereció incluirse en el Diccionario de autoridades (Madrid, 1729) y en uno de los primeros tomos de la nueva “Biblioteca de Autores Españoles”, de Rivadeneyra. No solamente su texto es claro y lleno de experiencias interesantes, sino que se aprecia mucho su brevedad y orden interno, siendo probablemente la razón de su éxito editorial permanente.
Esta obra se divide en dos partes principales: la llamada “historia natural” ocupa los 4 primeros libros, de los cuales los dos iniciales fueron previamente publicados en latín junto con el tratado misional (De natura Novi Orbis libri duo) y tratan en realidad de los fenómenos geográficos más llamativos, en función de la ubicación tropical de la mayor parte del Nuevo Mundo. Lo que importa de la segunda parte o “historia moral”, a efectos etnográficos, es la justificación naturalista que da para tratar las cosas propiamente humanas, sujetas también a razón. Por otro lado, al igual que las cosas naturales proceden en orden de complejidad mayor, así pueden plantearse también las costumbres humanas y las instituciones sociales, como adaptadas a diferentes niveles de complejidad cultural. Debe destacarse la actitud propiamente ‘antropológica’ del autor al apostar por la defensa de la racionalidad y creatividad cultural indígena, en contra de los prejuicios europeos ante todo tipo de bárbaros. Esta actitud es la que le lleva a comparar positivamente a los americanos con los pueblos clásicos del Mediterráneo, griegos y romanos, cuyas instituciones analiza comparativamente. En base a ello, cabe excusar algunas de las insistencias en el papel negativo del demonio dentro del libro V que, por necesidades inquisitoriales, el autor se vio obligado a introducir.
Acosta escribió otras muchas obras que quedaron inéditas en su tiempo y están hoy perdidas. Así, por ejemplo, las de interés humanístico y pedagógico como las comedias y autos bíblicos, las poesías latinas y castellanas para sus alumnos, sus diálogos universitarios para “disputationes”, los informes oficiales jesuitas y a la administración española, la traducción de Jenofonte, o incluso una “Vida del hermano Lorenzo” recogida de viva voz en Lima, que su editor actual José Juan Arrom considera “la primera novela hispanoamericana”.
Obras de Acosta
Doctrina Christiana y Catecismo para Instrucción de los Indios, y de las demás personas que han de ser enseñados en nuestra Santa Fe. Compuesto por auctoridad del Concilio Prouincial, que se celebro en la Ciudad de Los Reyes, 1584;
Tercero Catecismo y Exposicion de La Doctrina Christiana, por Sermones: para que los Curas y Otros...Conforme a lo que en el Sancto Concilio Prouincial de Lima se proueyo. Ciudad de los Reyes, 1585;
Confesonario para los Curas de Indias con la instrucción de sus Ritos y Exhortacion para ayudar a bien morir y summa de sus privilegios y forma de impedimentos del matrimonio, Ciudad de Los Reyes, 1585 (hay reedición de las 3 en Sevilla, 1604, Buenos Aires, 1982 por G. Durán, y en Madrid, 1985, CSIC, por L. Pereña, Corpus Hispanorum de Pace, XXVI-2);
De Natura Noui Orbis Libri Duo; et De Promulgatione Euangelii Apud Barbaros, Siue De Procuranda Indorum Salute libri sex. Autore Iosepho Acosta Presbytero Societatis Iesu, Salmanticae, apud Guillelmum Foquel, 1588 y 1589 (Reed. en Colonia 1596, Lyon 1670 y Manila, 1858: las dos ultimas sin el “De natura Novi Orbis”. De la versión latina del ‘De natura’ se hace una traducción alemana, “Geographische Vnd Historische Beschreibung…”, 1598, reeditado en 1605 y 1617. Las dos traducciones del P. Mateos salen como Predicación Del Evangelio en Las Indias, bajo el patrocinio del Consejo Superior de Misiones, Madrid 1952, con introducción y notas; también en Obras del P. José de Acosta de la Compañía de Jesús. Edición de Francisco Mateos. Madrid: Atlas, Biblioteca de autores españoles 73 (1954). Incluye ésta el tratado traducido, cartas y memoriales con la “Peregrinación del hermano Lorenzo” como ‘Escritos menores’, y la “Historia natural y moral de las Indias”. Finalmente, la edición bilingüe dirigida por Luciano Pereña en el CSIC., como De Procuranda indorum salute en el “Corpus Hispanorum de Pace,” nº XXIII y XXIV, CSIC, Madrid, 2 vols. 1984 y 1987);
De Christo revelato, libtri novem, et De temporibus novissimis libri quattuor. Romae (reed. en Lyon, 1592, Salamanca y Venecia posteriormente); Concilivm Limense Celebratum Anno 1583 sub Gregorio XIII. Sum. Pont. Autoritate Sixti Quinti Pont. Max. Iussu Catholici Regis Hispaniarum, Atq[ue] Indiarum, Philippi Secundi, Editum Matritae 1591 (nueva edición de 1614);
Historia Natural Y Moral De las Indias: En Que Se Tratan Las Cosas Notables Del Cielo, Y Elementos, metales, plantas y animales dellas; y los ritos y ceremonias, leyes y gobierno, y guerras de los indios. Compuesta por el Padre Joseph de Acosta, Religioso de la Compañía de Jesús… impresso en Sevilla en casa de Juan de León. Año de 1590 (Ediciones españolas de 1591 en Barcelona, 1608 en Madrid, 1684 en Granada, 1792 y 1894 en Madrid en 2 tomos, así como las varias ediciones de Edmundo O’Gorman en México, 1940-1962-1985-2006 tanto en el FCE como en la UNAM como “Vida Religiosa Y Civil De Los Indios” entre 1963 y 1995, seguida en la de Madrid 1987 por J. Alcina. Hay ediciones facsimilares de la príncipe, de la de 1792 y 1894, siendo la de 1590 ‘reproducida’ como viejo ejemplar por la AECI, con estudio de Antonio Quilis, y en soporte informático por la agencia MAPFRE y por Virtual Cervantes. Luego estarían las traducciones (la italiana de 1596, solo editada en Verona; las francesas por Robert Regnauld de 1598, 1600, 1606, 1616 y 1617, sin contar la reciente de Jacques Remy-Zaphir, en Ed. Payot, Paris 1979, 1989; la inglesa de 1604, por Eduard Grimstone, tomada del francés y reimpresa en la Hakluyt Society en 1880. La reciente de 2002 por Frances López-Morillas, realizada de la de O’Gorman; la holandesa de Linschotten en 1598, con notas, reeditada en 1624 con imágenes xilográficas: de aquí se tomó la alemana de Theorore De Bry en alemán, 1601 y latín, 1602 y sus famosos dibujos en bronce, con ediciones posteriores; la japonesa de la historia 1964 y del tratado misional en 1992).
Finalmente los sermones fueron objeto final de su atención: Conciones In Quadragesimam Quarum In Singulas Ferias Numerum & Locorum Index, Salmanticae, 1596 y 1599; Conciones De Adventv Id Est De Omnibus Dominicis & Festis Diebus à Dominica Vige, Salmanticae, 1597 (reed. Venecia 1599 y Colonia 1600)
Biliografía sobre Acosta (por orden cronológico)
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C. SOMMERVOGEL, Bibliothèque de la Compagnie de Jésus, Première Partie. Bruselas y Paris, Oscar Schepens, 1890);
J. R. CARRACIDO, El P. José de Acosta y su importancia en la literatura científica española, Madrid, Estab. tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1899;
A. ASTRAIN, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España. 7 vols. Madrid 1902-1925 (III 1909, IV 1913), Est. Tip. ’Sucesores de Rivadeneyra’ ;
R. LEVILLIER Organización de la Iglesia y Ordenes religiosas en el Virreinato del Perú en el siglo XVI, 2 vols., Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1919;
J. E. URIARTE, y M. LECINA, S. J., Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús, tomo I, Madrid, Imp. de la Vda. de Lopez del Horno, 1925;
F. DAINVILLE, Les Jésuites et l’éducation de la société française. La Géographie des Humanistes. Paris, Beauchesne et fils, 1940;
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